A medida que iba visionando episodios y recuperando el feeling con esta serie, Michael, el alma de Cuarto de Juegos, la mejor tienda de juegos de mesa de Madrid (sospecho que también del mundo), me recordaba con cierto retintín lo escrito sobre Ozark en relación a sus temporadas anteriores. [Las pueden repasar aquí: primera | segunda ]

Y tras leer de nuevo lo escrito, que la memoria es frágil y la capacidad de troleo de Mike amplia, me encuentro más o menos con lo que podía haber escrito aquí a cuenta del tercer acto. A modo de resumen, solo puedo descubrirme ante la serie más paradójica en esta colección de líneas que tengo a cargo. Porque el hipnotismo que mantiene en el espectador no solo se mantiene sino que va in crescendo a medida que vamos profundizando en su narración. Es una serie que crece, que ha evolucionado y, tal vez lo más sorprendente, que lo ha hecho a partir de los mismos mimbres de siempre.
Es decir, la vida de la familia Byrde sigue siendo el eje de la trama. Su labor de blanqueo de dinero para un narco mexicano sigue centralizando la acción de Marty y Wendy en su casino pero, como era de esperar, a lo largo de esta nueva tanda de episodios van a tener que hacer frente a contratiempos cada vez más radicales que les pondrán a prueba de una manera impensable. Es decir, lo mismo de siempre.

Pero esta vez, de alguna manera, percibo mayor calado en cada escena. Más intensidad tal vez porque, aunque mucho de lo que pasa tiene que ver con el negocio en sí, los conflictos en esta tercera temporada se abren un poco más al aspecto humano de cada personaje.
Para acabar con esa sensación creo que hay un culpable: Ben, el hermano de Wendy, un personaje nuevo que resulta un agitador bestial para la historia. Si en otros momentos hablábamos de la evolución de los hijos de la familia, la incorporación de este muchacho le da tal giro a la narración e impone tal influencia en el elenco que él solo es capaz de llevar Ozark a un nuevo nivel. Incluso al espectador, al que invita a medir hasta qué punto la trama se ha convertido en un callejón sin salida para todos.

Y hablando de los niños -ya no tanto, que hay que ver cómo crecen-, ellos también continúan ofreciendo la mayor carga de cordura en la historia ante el enloquecimiento colectivo al que van conduciendo los acontecimientos a todo el mundo.
Además de Ben, hay personajes nuevos o que adquieren mayor transcendencia en esta tercera temporada. Conoceremos nuevas facetas de Wyatt Langmore, le pondremos cara a Navarro, el capo máximo. También aparece una nueva agente del FBI que optará por la vía del ‘poli buena’ frente a sus predecesores de otros años. Más anecdótica es la presencia de la terapeuta de pareja, con la que nos echaremos unas risas. Muy lejos del papel que encarna Helen, la abogada del cártel.

Pero quien sobresale en este elenco más que nunca es Ruth (interpretada por Julia Garner). La ruda, la paleta, la impulsiva, la noble, la brutalmente honesta y la que, durante esta temporada, ampliará sus registros hasta comerse al resto de actores y de personajes. Dentro del zarandeo continuo que es esta serie para sus protagonistas, ella puede que se lleve la palma este curso porque le llueven los palos desde todos los frentes. Y estos vaivenes a los que se ve sometida la convierten en alguien aún más importante que nunca en el devenir de los acontecimientos. Eso será aún más así en la cuarta temporada, que se ha quedado a punto de caramelo para ella…

…y en la que las cosas para la familia protagonista parecen relajarse tras el regalo envenenado con el que acaban las cosas en la tercera. A estas alturas, dará igual: ¿qué más podría pasarles?
Un comentario en “Ozark, temporada III: el cotarro de Ruth”