
Marty y Wendy. Esa pareja preocupada -y con razón- por la vida de sus hijos y la suya propia. Una familia -los Byrde– amenazada por un cártel de droga mexicano, por una mafia de un estado próximo y por las pesquisas del FBI sobre las actividades del clan, que mayormente vienen a resumirse en una: el blanqueo de dinero al por mayor.
Ozark es la serie de Netflix que, con estos ingredientes en la coctelera, se sacó la pasada temporada una producción cuya pretensión era la de atrapar al incauto que viniera de series como Breaking Bad. Y es que, sin que el argumento tenga mucho que ver, sí narra de alguna manera el camino hacia la perdición de sus respectivos protagonistas.
A diferencia de aquella, el primer curso de Ozark resultó hipnóticamente bello por el potencial de los personajes, por la búsqueda (no siempre alcanzada) de la intensidad en cada escena y, sobre todo, por una oscura atmósfera propia que, por encima de todas las cosas, le ha imprimido un carácter propio a la producción.

No pasará a la historia, por supuesto. No hay nada memorable en esta serie que, respecto a su primera entrega, mantiene los giros inverosímiles como leit motiv de un libreto que sigue zarandeando a la familia Byrde, cada vez con más problemas y, aparentemente, cada vez con menos soluciones. Y no obstante, si uno sabe a lo que se expone y acepta las reglas del juego, se topa con un nuevo paquete de episodios (diez) que, en líneas generales, mejoran por mucho lo visto el pasado año.
Lo que sostiene realmente la mirada al espectador es la interpretación de todos ellos. Desde los padres a los hijos, los mafiosos, la familia Snell, el ‘casero’ Buddy, el inquietante agente del FBI, o la siempre peculiar familia Langmore, con la incombustible Ruth al mando. Casi todos ellos se muestran infalibles ante la cámara, y eso que esos trucos advertidos en la primera temporada, y que aquí siguen copando buena parte del metraje, a veces den la impresión de situar a los actores ante situaciones y momentos que ni ellos mismos se creen. Y aún así, salen bastante airosos del entuerto.

No pensemos, eso sí, que Ozark es un guión que avanza a tontas y a locas con sucesos aleatorios. No es eso. La historia parece tener una dirección que se adereza con hechos que van complicando el camino ideal que el protagonista tenía en su mente.
Toda esta temporada gira en torno a la construcción de un casino que les permita blanquear más cantidad de pasta, así como del equilibrio que Marty debe hacer entre el cártel para el que trabaja y la familia Snell, los capos locales, y que son los que deben ceder el terreno para la construcción del complejo.

Esto, sumado a los imprevistos que le vendrán dados desde varios frentes, acaban haciéndonos sentir una cierta dosis de pena por una familia que parece hundirse cada vez más (algo que se ve en los menores, especialmente) y, paradójicamente, la indiferencia ante sus actos, cada vez más radicales y violentos. No hay, en nuestra opinión, tanta estridencia como en la primera temporada, pero será fácil que llegue el momento en el que estemos ante la pantalla pensando «¿y qué más?».
Habrá que ver si en la tercera temporada se mantendrá esta línea. Y lo veremos porque parece confirmada y porque, ya se imaginarán, el final de la segunda mantiene todo más o menos en el aire. De momento, seguimos comprando.

Un comentario en “Ozark II: la más oscura huída hacia delante”