Ozark: cocina trampa a fuego lento

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Leo en ABC que Ozark ya ha firmado por una segunda temporada. En ese texto que colecciona tópicos y etiquetas para definir la serie es recurrido el de que esta serie es el Breaking Bad’ made in Netflix. Pero a poco que uno vaya un poco más allá del resumen de prensa halla una ficción que es un poco de esto y un poco de aquello, y cuya ‘cocina’ (guiño aquí) resulta en un producto que se deja ver pero que no pasará a la historia.

Y que es tramposo, añadimos. Muy tramposo. Porque el final de la primera temporada era tan abierto y dejaba tan cantado que habría una segunda que la sensación de engaño era más sobresaliente que la posible sorpresa o no del argumento. Y no es por falta de tiempo, no, que la producción es lenta, a veces en exceso, y los vericuetos en ocasiones resultan un tanto excéntricos.

Aclaremos que la cosa no es tan mala como pueda parecer. Que se deja ver, como hemos dicho. Que el guión es correcto y las interpretaciones principales de Jason Bateman y Laura Linney en sus papeles de Marty y Wendy Byrde están bien. Sin tirar cohetes, pero bien. La idea es la de poner en la pantalla la vida de un contable que, pese a sus escrúpulos iniciales, acaba cayendo en la tentación de hacer dinero para él y para clientes poco recomendables. Pongamos por caso un capo mexicano de la droga.

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Pero la factoría de blanqueo que organiza acaba desmontada por culpa de otro personaje y he aquí que tenemos al protagonista implorando al capo por una segunda oportunidad para seguir respirando mientras aún resbalan por su rostro los restos de los sesos de sus colaboradores. Las trampas empiezan ya en el primer capítulo: el capo se apiada y le da trabajo y una fecha. Y ahí tenemos al señor Byrde, mudándose a la carrera con su familia desde Chicago hasta la región de Ozark, en esa América profunda que vota a Trump y nacen los zombies son paletos. Allí es donde pone en marcha sus métodos de blanqueo tirando de negocios locales; o al menos lo pretende.

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Obviamente el plan va a ir complicándose a medida que van pasando los episodios. Hay diez. Y son largos. Y lentos, que no sé si lo hemos dicho ya. Y aunque da de sobra para que aparezcan mil y un secundarios que le dan bastante vida a la trama a veces el argumento rebasa ese límite que te hace pensar «venga ya, ¿qué será lo próximo?». O dicho de otro modo, el enredo por el enredo, que si bien pone al límite a los personajes y eleva la tensión, no deja de ser una trampa, un cepo en el que caeremos si, por un casual, no hay nada mejor en nuestra agenda televisiva.

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De lo mejor de la serie, la fotografía. Eso es un clásico en este blog que alaba los buenos encuadres y los juegos de cámara. El lento ritmo de la acción ayuda mucho y lo cierto es que los paisajes y el costumbrismo ofrecen un marco para lucirse. Por ahí muy bien.

La música tampoco está nada mal. Casi puedes prescindir de la serie y ponerte la banda sonora directamente así que si has llegado hasta aquí y no te ha convencido la historia, al menos dale una escuchada.

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