Sunset Park: orgullo, culpa y Nueva York

En este cuaderno hemos reseñado varios libros de Murakami. Y de alguna manera, a la hora de ponerme a escribir unas líneas sobre Sunset Park (2010), de Paul Auster, me acordé del japonés porque mi mente tiende a establecer paralelismos entre ambos escritores. Es verdad que la literatura de Auster prescinde generalmente del componente mágico u onírico de aquel, pero los dos suelen hacer páginas a partir de vidas, de personalidades que atraviesan situaciones -preferentemente un tanto dramáticas- y nos cuentan cómo lo viven de una forma más protagonista que el mismo énfasis en la historia en sí misma.

Sunset Park es un buen ejemplo de uno de estos mosaicos que, en ocasiones, resultan tan extremos. No da la impresión de asistir a una historia per se, sino la de asomarse a través de una ventana a la vida de una familia. Contemplamos sus experiencias, sus penurias y sus momentos de tensión, alegría, enfado y drama.

Esta novela gira en torno a la familia Heller. El hilo conductor es el protagonista, Miles, el joven Miles, bajo cuya piel nos situaremos durante la mayor parte de la obra. Se trata de un personaje muy complejo, con una vida que se supondría relativamente desahogada, cómoda y tranquila que, sin embargo, parece emperrado en destruir. Tendrá motivos para ello; razones que no compartimos pero que entendemos, incluso antes del final. Y tal muestra de honradez por parte de Auster en este punto resulta plausible.

Hijo de un prestigioso editor de libros, Miles comienza a adolecer de una cierta carencia de motivación que, a ojos de su entorno, resultan un tanto inescrutables. No será así para el lector, que pronto comenzará a entender -o a intuir, al menos- ese periplo continuo en el que se convierte su interior y que le lleva, casi de la noche a la mañana, a dejar su lugar en Nueva York y patearse durante años Estados Unidos con trabajos precarios, sin oficio ni beneficio, pero al mismo tiempo cortando el hilo con su núcleo familiar; o sus núcleos, mejor dicho.

Miles se asentará en Florida, un lugar que se pinta como la antítesis de su ciudad natal. Un lugar caluroso, de sol continuo y en el que, contra todo pronóstico, encuentra a su gran amor. Un motivo para sentar cabeza pese a los condicionantes que envuelven tal relación. Pero un episodio con alguien cercano le lleva a reflexionar acerca del punto en el que ha colocado su existencia, sus relaciones y sus sentimientos y entiende que es el momento que esperaba para regresar.

Y es entonces, de vuelta en la Gran Manzana, donde todo entra en una nueva dimensión. Ese drama familiar que subyace durante toda la narración y que, contra todo pronóstico, irá intensificándose a medida que pasan las páginas, aún tendrá que atravesar una fase en la que el protagonista y sus más allegados mantengan las distancias.

Es el momento en el que conocemos todo lo relacionado con el título del libro. Y, sin descubrir nada extraordinario ni destripar aspecto alguno del argumento, se trata de un lugar como de otro tiempo situado en Sunset Park, un barrio más bien decadente de la ciudad en ese momento, en el que Miles se instala como okupa junto a otras tres personas. Lo que viven, el cómo lo viven y lo sienten es otro buen motivo para entender por qué Auster es tan bien considerado: la profundidad y el carisma que desprenden todos estos secundarios resulta absorbente. Y esto se extiende a la misma ubicación, que casi tiene voz propia en el texto.

Pero en lo que atañe a la historia principal, casi hasta aquí podemos escribir y ustedes leer. Mejor que cojan el libro para darle un sentido a estas líneas y saber cómo esa historia que empieza en Nueva York como ente abstracto y acaba en la Nueva York más concreta que pueda existir. Como escenario de una historia de vida que, en realidad, son muchas historias de vida. Y que, como la vida misma, está llena de claroscuros, de preguntas sin respuesta y de esperanzas: falsas, reales e inalcanzables.

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