Si no os apetece enchufar la Play porque el realista pero molesto sonido del motor o los gallos del copiloto virtual se llevan mal con ese incipiente dolor de cabeza o, sencillamente, no hay mandos para toda la tropa que se ha juntado en tu casa para pasar la tarde, se presenta una oportunidad ideal para una partida a un juego de mesa. ¿Que os apetecen coches? No hay problema. La solución se llama ‘Rallyman‘.

Creado por un ‘enfermo’ de esta modalidad de automovilismo, el francés Jean-Christophe Bouvier, estamos ante un vicio de cartón y plástico que os promete dos cosas. Una, diversión; la segunda recordádmela al final del texto.
El ingenio de este galo se plasma sobre la mesa con cuatro tableros modulares en los que hay una serie de recorridos. Por una cara, de asfalto; por la otra, carreteras nevadas. Podemos combinarlas como nos de la gana: ¡hasta 240.000 opciones! según la propia web del juego, sin contar la imprescindible expansión posterior (llamada ‘Dirt‘), que añade otros cuatro de asfalto/tierra. Ya os aseguro que no vais a necesitar tantas porque, además, en la misma encontramos libros de ruta de rallys reales o inventados, trasladados en la medida de lo posible al plano horizontal en el que nos moveremos. Al margen de evitar que nos estrujemos pensando posibilidades, recorrer trazados ya hechos permite que comparemos nuestro tiempo con el de ¿decenas, cientos, miles? de aficionados de Rallyman repartidos por el mundo. ¡Esto viene a ser el multijugador del WRC3!

Pero ¿cómo te comparas con un alegre jugador australiano en un juego de mesa? Efectivamente: con el tiempo. Como pasa en la competición real, el objetivo del juego es ser el más rápido en recorrer el tramo. De hecho, una partida con amigos no difiere en (prácticamente) nada respecto al juego de un solitario corredor que busque posteriormente en la Red qué tal ha participado. Es importante dejar esto claro: aunque haya sobre la pista varios coches, la cosa no es adelantarlos (que se puede) ni llegar el primero sino -reitero- ser el más rápido.
El tiempo lo da la marcha en la que dejemos el coche al final del turno. Cuanto más alta sea, mejor: menos tiempo sumaremos. «Perfecto, voy todo el tiempo en 5ª y gano», pensaréis. Pero claro, no, porque hay curvas, muchas curvas, y es primordial grabarse a fuego que cada una tiene marcada una máxima velocidad de paso de la que no hay que exceder si no se quiere destrozar el coche. El mandamiento número uno, pues, es respetar las señales, lo que implica pensar la mejor manera de colocarse desde turnos anteriores.

El motor del juego son los dados. Sin ellos y el azar que conllevan, la estrategia sería un plagio de quien lo hubiera hecho bien antes. Pero no simplifiquemos. La suerte influye pero ‘Rallyman’ es tenso y emocionante porque, en el fondo, es una práctica de gestión de riesgos. Para engranar una marcha, se tira el dado correspondiente. Es decir, si queremos subir de 1ª a 4ª tiraremos cuatro dados. Cada uno tiene en varias de sus caras un símbolo de peligro. Según los neumáticos que llevemos y el terreno en el que nos movamos, sacar dos o tres signos te hace perder el control, lo que se traduce, seguramente, en una avería que nos lastre durante el resto del tramo. Si ya has sacado un triángulo de peligro sigues tirando pero, cuando ya llevas dos, la siguiente tirada ya te hace sudar. ¿Arriesgarse o no?

A grandes rasgos ese es el mecanismo del juego. Pero hay más, mucho más. Hay tanto, de hecho, que cualquiera que sienta amor por los rallys debería leer el reglamento del juego para hacerse una idea de hasta qué punto se reflejan cómo son este tipo de carreras: una gozada de libreto en el que todas las normas trasladan cada aspecto de la realidad de una manera natural y con sentido común. El juego no deja nada -y cuando digo nada, es nada- fuera de las normas. Tenemos cuatro tipos de neumáticos, peculiaridades según el tipo de terreno, derrapes, frenadas bestiales, saltos, paso de ríos, asistencia técnica… y encima, sin pizca de barro encima de la mesa ni un copiloto estridente gritándonos al oído.
Y, ahora, la segunda cosa que nos regala ‘Rallyman’ y que dejé para el final. No sé si es algo bueno, tal vez sea una tara mía aunque sepa de otros casos, pero las noches posteriores a jugar a esta maravilla de sobremesa me ha costado dormir pensando que a lo mejor tenía que haber escogido otras marchas, salir al tramo con unos neumáticos diferentes o no haber tirado aquel dado maldito que me hizo salirme de la pista y estamparme contra un árbol… llámenlo vicio, llámenlo Rallyman…
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