…rally a la de tres

‘Bólido’. Me encanta la palabra. Imaginen un bólido en miniatura acelerando desde la zona de la televisión hasta la puerta, donde está la mayor frenada del circuito antes de afrontar las temidas ‘eses del sofá’, el lugar donde más salidas de pista se han producido y en el que los mejores coches y pilotos marcan la diferencia. Aunque el slot empieza a escribir su historia desde la primera mitad del siglo XX, sigue resultado fascinante y casi mágico ver en movimiento coches tan pequeños, veloces y bonitos en el circuito que queramos, sin salir de casa y, aludiendo al chiste fácil, casi sin mover un dedo. Al ser uno hijo único, nunca resulté muy convincente ante mis padres para que regalaran un Scalextric, así que tuve que esperar tres décadas para que la pata de mi vida me lo regalara. No sabía el alcance de aquella idea…

No puedo meterme en temas técnicos, que me sobrepasan, por mucho que me haya intentado acercar al mundo que suponen estos talleres mecánicos a escala. He descubierto una tecnología que deja en pañales la inocencia que asociamos a esta afición gracias a los anuncios que vemos año a año en navidades. Hay competiciones a lo largo y ancho del mundo, tensión mal disimulada y piques no del todo sano entre pilotos. Eso se percibe a poco que pisemos algún club de esta actividad.

Sin embargo, bajando un escalón y colocando el coche en la pista para disfrute propio y sin mayores pretensiones, el slot o scalextric, como se denomina genéricamente en España (la parte por el todo), ofrece hoy en día una diversión sana que aúna la fascinación por el motor y la habilidad para ir lo más rápido posible sin salirse de la carretera. La emoción se multiplica si, además, nos atrevemos a trastear con la mecánica, cambiar neumáticos, etc., algo que aporta una alegría extra si con ello mejoramos los tiempos. Obviamente, lo primero al salir de la caja es retirar el imán. El gran hándicap, el espacio que ocupa y lo casi imposible que resulta mantener un circuito en una casa de tamaño medio.

Sobre rallys. Tengo en mi garaje varios coches. Me pasaría horas mirándolos y fotografiándolos pero, por supuesto, haciéndolos rodar. Y no me decido por uno en concreto. Tiro de una hoja de cálculo que aún conservo con los tiempos que hacía en un trazado con el que desafié la comodidad de mi piso de soltero, hace ya unos meses. Y obviando los de velocidad, encuentro varios modelos de rally. El primero en la lista es el Subaru de Peter Solberg, ese precioso ‘monstruo’ azul que condujo Carlos Sainz en su día, y que para mí supuso saber de la existencia de esta marca. Aún siendo un modelo grande y pesado, es una bestia que ruge sobre el ‘asfalto’ e intimida con su sobreviraje remarcado con las luces amarillas que monta.

Casi a su estela, el Renault Alpine A110 y el Toyota Célica. El primero, un clásico; el segundo, camino de serlo. Ambos, campeones del Mundo en su momento, el Célica precisamente en manos de Sainz. Este recuerda ligeramente al Subaru aunque ofrece una mayor ligereza, mucho más silencio en su motor y tal vez un peor reparto de peso, que penaliza su salida de curva por culpa de inoportunos latigazos. Hay que hilar fino y no despistarse para mantenerlo sobre la pista en contra de lo que puede dar a entender su escasa altura y presunta estabilidad. El precioso Renault también tiene una tendencia peligrosa a irse de culo pero en este caso tener el centro de gravedad abajo le sienta mucho mejor. Es muy noble en la conducción y acelera con mucha presteza.

Al Lancia Delta Integrale no acabo de cogerle el punto. Todo lo que tiene de bonito lo tiene de lento. Aun sin imán, va tan pegado a la pista, le cuesta tanto avanzar y toma los giros de una forma tan rígida que ni rebozando su mecánica en aceite le veo solución. El Toyota Corolla de Carlos Sainz es más lento y con algo más de cintura pero adolece de la misma sensación de pereza en su caminar.

Ocurre justo al contrario que dos pequeñas balas: el Fiat Abbarth y el Renault 5. Sobre todo en el primero, con una mecánica más moderna, más pesado y estable que el otro, la aceleración es un tiro. Al R5 le cuesta más empezar a moverse y mantener el ritmo pero en ambos casos nos encontramos ante coches muy entretenidos: su altura los convierte en eso que en el mundillo del slot se conoce como ‘albondiguilla’. Menú ‘gourmet’ para pilotos, aunque sea en miniatura. Ya saben: un juego de mesa, la videoconsola o el scalextric. Para quedar bien saciado.

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