Echen un ojo al calendario. Les reto a que encuentren un día en el que no celebremos la efemérides de algo. Independencias, estrenos de películas, éxitos deportivos, nacimientos… el quinto aniversario, el décimo, el 25, el cien, ¿el 42?… en mis tiempos en un medio generalista comentábamos lo oportuno que resultaba siempre un compañero que nutría su catálogo de firmas con este tipo de celebraciones, específicamente de discos famosos o de muertes de cantantes. Y es que el catálogo es casi infinito a tenor de lo productivo que se mostraba el muchacho. Ahí estaba espabilado el chico.

Pero más allá de batallitas no negarán que suele resultar cansino encontrar cada día alguna referencia de este tipo. Y qué decir si además, al hecho se le suma un interés comercial. Pensaba en ello la misma noche de Halloween, hace ya unas semanas. Hasta hace más bien poco, esta costumbre americana era algo exótico en España, donde la tradición vestía el día de Todos los Santos de un halo de respeto y de duelo por los fallecidos. Las brechas generacionales han hecho que ‘lo de siempre’ quede desterrado a las personas de mediana edad, mientras que los jóvenes ya solo entienden de calabazas (eso en mis tiempos era otra cosa), de ‘trucos o tratos’ (da igual la traducción infame) o de disfraces (reconozcamos que esto sí es divertido). Exitazo de todos aquellos que hacen negocio con la pantomima, por cierto.
Los medios de comunicación tienen mucha culpa de ello aunque obviamente tampoco le hacen ascos a las tradiciones. Y aquí recuperamos el hilo de las recurrencias para censurar la falta de imaginación en el trabajo que se presenta a la audiencia. Halloween viene casi hecho y empaquetado pero el Día de Todos los Santos, como el de la Lotería, las vacaciones de verano, etc., también.

Y si no, recuerden. Con la Lotería: el reportaje sobre cuántos boletos se venden en Sort o en Doña Manolita, la pieza sobre los números más buscados, el decir que el ‘Gordo’ ha estado muy repartido, una pieza sobre los perturbados que van disfrazados al salón del sorteo y se quedan toda la mañana con los niños-taladro en el oído, el lotero que descorcha botellas porque ha repartido el premio, el que dice que tuvo el número en las manos pero que al final no compró (¿es necesario ese auto-fustigamiento, esa humillación pública?), el comenzar el telediario con el canto de los jilgueros, la entrevista a los mismos… ¿qué me estoy dejando?
Cuando hace frío o calor, igual. Paneles de temperatura en las ciudades, gente quejándose de lo que se suda o de lo que se tirita, formas de combatir las temperaturas, consejos para no sucumbir ante las mismas, el reportero que peor cae en la redacción congelándose en Navacerrada (siempre Navacerrada), que si el viento viene del Sáhara o de Siberia… hasta que llega un viejecillo a poner cordura: en verano hace calor y en invierno frío, y siempre ha sido así. No hay noticia, claro, pero es que los reportajes vienen solos ya porque ya están hechos: copia y pega.
¿Inicio o final de vacaciones? Similar. Con lo que nos cuentan podemos hacer una estadística mejor que la de la DGT. Gracias a las imágenes de los atascos de cada año conocemos ya todos los accesos de las ciudades españolas. Primero, porque rara vez apoyan las tesis de embotellamientos que quieren ofrecer. Y luego, porque no me imagino que haya nadie que pueda decidir salir antes o después tomando como referencia esas imágenes. Ni siquiera antes de que Internet nos ofreciera todo tipo de recursos para recibir información en tiempo real que es infinitamente más fiable y actualizada que unos segundos de un tramo concreto en un telediario. El resto es sentido común.

El deporte ofrece ejemplos de recurrencia casi a diario. Este fin de semana pasado, sin ir más lejos, ha sido paradigmático. Los periódicos, y a su rebufo los espacios en radio y televisión, han repetido la fórmula. El domingo, España se jugaba ganar su sexta Copa Davis de tenis y su tercer Mundial de fútbol sala. Además, Fernando Alonso se jugaba el campeonato de Fórmula Uno. Excepto en este último evento, que aún tiene que decidirse, tocó cruz para el deporte español, como tantas otras veces salió cara. Deporte, no lo olviden: se gana o se pierde. Los medios lo saben y se ajustan a esa dualidad. O aplaudimos o lloramos. Pero sean originales, ¡pardiez! Hagan algo diferente, que el «no pudo ser» en los titulares y en los textos da vergüenza ajena. Un gatito muere cada vez que se lee o se escucha.
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