Absténganse los que busquen acabar con monstruos, gestionar su empresa hasta ser multimillonario, coleccionar animales o colocar raíles para llevar pasajeros a terrenos inexplorados. ‘Pastiche‘ gira el timón de las temáticas más habituales en los juegos de mesa y nos sitúa en el estudio de un pintor que busca replicar las mejores obras de los últimos siglos. Jugar por amor al arte. Jugar por jugar. Jugar.
Lo primero que hay que señalar es que estamos ante un ejercicio de abstracción. El tema, por bonito que lo haga todo, acaba perdiéndose un poco en el rompecabezas que supondrá completar las combinaciones de colores propuestas. Veamos cómo funciona. En principio se repartirán dos cartas de obras a cada jugador, que se suman a otras cuatro mostradas sobre la mesa y que son comunes a todos.
Cada una representa una pintura real. En la tarjeta aparece la misma, con su título, localización, técnica, autor y fecha de creación, exactamente como la encontraríamos en un museo o un libro de arte. A efectos lúdicos, no obstante, solo hay que tener en mente dos datos. Por un lado, el número de la esquina inferior derecha -los puntos que aporta- y por otro, y aquí está el corazón del juego, en la serie de entre dos y siete pegotes de color que combinan con los del cuadro objetivo.
La meta es ir acumulando estas pinceladas para completar una obra. Para ello, tendremos que gestionar una mano de cuatro cartas de color iniciales para lograr mezclas o matices que coincidan con los de las obras-objetivo. Hay hasta 17 colores que se consiguen bien cambiándolos en una especie de ‘mercado’ que es el tablero-paleta, negociando con los otros jugadores, o colocando unas losetas hexagonales que reportan nuevas cartas de color según cómo se vayan combinando.

Resulta más complicado de explicar que de jugar. La mecánica es muy sencilla y las opciones muy claras. Lo que es de verdad un quemacerebros es adquirir soltura para saber qué colores se consiguen con las mezclas y calcular la manera de lograr tonalidades que exigen hasta dos pasos previos. Es sencillo, por tanto, que la primera partida se haga con un ojo puesto en la chuleta que trae el juego. Un detalle que se agradece mucho por su inestimable utilidad.
Y es que la calidad de la edición es excelente. Los materiales son robustos. La caja, por ejemplo, es acorazada. Dudo que la caja negra de los aviones se haga con algo más resistente. ¿El material del futuro? Si alguna vez hemos pensado que el precio de un juego se inflaba por el aire de una caja demasiado grande, en este caso seguro que hubiérais estado de acuerdo con un posible sobreprecio porque de verdad que resulta sorprendente la calidad. Peca casi por exceso.
El tablero es similar pero, aunque sea muy bonito, no tiene una gran utilidad y puede llegar a ser un estorbo por su gran tamaño. En él está sobreimpresionada una paleta de pintor sobre la que hay espacios para cada mazo de cartas de color. Estas son pequeñas pero aún así se ha optado por dar espacio hacia todos los lados y eso puede resultar molesto si no tenéis una mesa grande. De lo contrario, se la comerá.
Si hay algo que puede entenderse como tablero de juego donde de alguna manera hay que desenvolverse, ese lo van formando las losetas hexagonales que hay que colocar en la primera fase de cada turno. A partir de ahí, negociar con las cartas, bajar las combinaciones que se tengan -si se tienen-, incluso intercambiar una obra de la mano por otra de la mesa, descartar cartas y volver a empezar. Así, hasta alcanzar una puntuación determinada.
‘Pastiche’ llegó a mi ludoteca gracias al ‘outlet’ de GenX hace unos días. Entre lo poco que había leído antes de comprarlo había muchas recomendaciones y comentarios positivos pero no sabía muy bien por qué. Si no lo hubiera hallado de oferta seguro que no me hubiera atrevido a comprarlo y por eso quisiera que este texto sea una ayuda para los que lo tengáis delante alguna vez a un precio aceptable. Si lo veis, creo que merece la pena. Es abstracto. El tema es original. El grafismo puede que eche para atrás a muchos pero la dinámica exige estar muy concentrado. No hay azar y funciona muy bien a dos jugadores, donde rara vez intercambiaréis cartas con el rival pero eso no importará demasiado porque, no lo olvidéis, jugamos por amor al arte.