Jefes, para qué os quiero

Necesario pero no imprescindible. Impersonal él o ella mientras el resto son humanos, demasiado humanos. Héroes promocionados al Paraíso, donde creen ser dioses de cuna, actúan como tales, y desatan tormentas y tempestades. Las contemplan altivamente desde su balcón privilegiado desde donde juegan, que al fin y al cabo es eso, con los elementos. Las piezas mueren, sacrificadas. El rey es el último en salir derrotado y, mientras sus soldados y peones mueren, él, ni eso. Mal nos previene el refranero en esto: el capitán, ya lo vimos, no es siempre el último que abandona el barco; y las ratas, que eso somos a sus ojos, no necesariamente las primeras en huir.

Hablo de gente que cree ser dios, de líderes-profetas-gurús que comandan naves al abismo sin atender a los vientos, de crápulas… hablo de jefes. De  jefes que pululan prostituyendo el concepto de jerarquía y minimizando a lo mínimo de lo mínimo a quienes osan, desde cargo similar, mostrar humildad o rasgos humanos. O mezclarse con el populacho. O peor aún: empatizar con él. Hablo desde el conocimiento, el trato y el sufrimiento de gente tal que tiñe sus actos con sibilina soberbia para alcanzar su explícito beneficio.

Generalizo porque la miseria que se vive en estos tiempos los ha desenmascarado. Generalizo porque cuento con los dedos de una mano, y aún me sobran, las excepciones a esta norma. Una más de las que ellos dictan. Una más de las que el resto sufre -sufrimos-.

3 comentarios en “Jefes, para qué os quiero

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