
La sonrisa se torna en furia entre las cuerdas, en ese momento que acontece tras la oración en la esquina. Es el último momento en el que el silencio acalla la multitud. Es el instante en el que el hombre se debe transformar en máquina de guerra…
Manny Pacquiao (Filipinas, 1978) estaba hasta hace no más de un año considerado como el mejor boxeador del mundo «libra por libra» (algo así como el más destacado de entre todas las categorías). Un tipo afable, con la sonrisa siempre colocada en su rostro, un tipo preocupado por lo que ocurre en su país natal donde, en base a su popularidad -imagínenselo como nuestro Rafa Nadal, pero en Filipinas-, ya ha mostrado su querencia por implicarse en la política de su tierra. Un tipo, en definitiva, con un don para el deporte pero con la humanidad y la normalidad necesaria para que su imagen esté a años luz del tópico de púgil matón que va soltando bravatas.
…tres peleas previas contra Márquez, con un nulo en la primera y dos victorias a los puntos muy controvertidas en las siguientes, la última en noviembre de 2011. La cuarta cita era la del KO. De uno u otro, para acallar las críticas y para tumbar al rival y a la polémica. El mundo mira. El mundo espera. Suenan los himnos. La música atrona en Las Vegas. Más de 16.000 personas con la vista concentrada en 40 metros cuadrados. El presentador enciende, aún más si cabe, al público. El árbitro coloca, por primera vez en la noche, frente a frente a los dos rivales. Se miran a los ojos. Es el mismo juego que alguna vez hicimos: nos miramos a los ojos y pierde el que ríe antes, solo que ahora, la fortaleza se mide es ni pestañear siquiera. «Pelea limpia, aquí se puede dar, de aquí a abajo, no»…
A sus 33 años, Pacquiao está en una edad dulce para un boxeador. Es un punto en el que coinciden su plenitud física y la gloria de una carrera plagada de éxito que le ha granjeado títulos mundiales en ocho categorías. Dando por supuesto que el dinero ha dejado de ser su mayor motivación, ¿qué le queda por hacer?
…pero ellos solo se miran a los ojos. El sonido de la campana apenas es audible. Los dos contendientes se lanzan el uno contra el otro. Ambos habían declarado ser valientes e ir al ataque. Pero desde el primer momento, es solo Pacquiao el que lanza golpes. Con todo el respeto que se puede tener a quien quieres fulminar pero respeto al fin y al cabo. Mayor movilidad, un baile que busca dominar el centro y no quedarse nunca a tiro del martillo del mexicano que opta, estático, por cubrirse y aguantar, esperar su ocasión…

Entrar en la leyenda parece una buena razón. Su carisma y sus éxitos ya le han abierto las puertas haga lo que haga hasta su retirada pero en su horizonte hay dos retos. Uno, solventar esta peculiar rivalidad con el mexicano Juan Manuel Márquez. El de este pasado fin de semana ha sido el cuarto enfrentamiento entre los dos y tras la derrota, tanto Pacquiao como los promotores ya han insinuado una quinta entrega, la revancha definitiva. Con la pelea aún en la retina parece que será el mexicano el que tenga sí o sí la última palabra: él ya ha cumplido su objetivo de ganar a su alter ego y en su caso, la edad es menos benévola: tiene 39 años. En muy buena forma, visto lo visto, pero quién sabe lo que pesará ese dato en un futuro incierto hoy por hoy.
…pero no llega. El primer asalto se lo lleva el filipino. El segundo, también. El tercero se desarrolla de la misma manera. El asiático incidiendo, buscando y encontrando; el mexicano, agazapado. Sin embargo, Márquez lanza su primer golpe pesado. Una mano larga de derecha que tarda un mundo en cruzar el océano que le separa de su rival, que o no lo espera o no lo cree. Pero en la duda acaba recibiendo el golpe. Ni siquiera en la lona entenderá qué ha pasado. Únicamente, que más vale ir con cuidado. El respeto, claro…
Caer en este combate es algo muy inoportuno para Manny Pacquiao. Si todo hubiera ido bien, podría haber acabado el año con dos victorias más. El pasado mes de junio ya perdió por puntos, en una discutida decisión, con el estadounidense Timothy Bradley; ahora, con Márquez. Es inoportuno porque 2013 parecía el año en el que el filipino se encontrara en un ring definitivamente con Floyd Mayweather, el otro ‘dinosaurio’ de la categoría y que ofrecería el duelo más esperado por el mundo del boxeo. Hasta ahora sus caminos no se han cruzado por una cuestión de logística y dinero, básicamente. Verlos frente a frente es algo soñado y el tiempo corre en contra porque ambos están (o eso parecía) en su mejor momento. Si la historia con Márquez estuviera superada, como debería haber sido, todo sería más sencillo. Este inesperado escenario, si implica una revancha, podría complicar aún más las cosas.
…la pelea sigue igual. El cuarto round calca los anteriores y, pese a la caída, comienza a decantar las tarjetas a su favor. Es la sensación que ofrece el combate. Por si alguien no lo ve claro, el quinto es supremo. El filipino hace arte. Sube la intensidad y Márquez no da abasto para parar los golpes. Su rostro comienza a reflejar el castigo de la mejor versión de Pacquiao y llega el momento en el que también él pierde pie. Se levanta, claro, pero la lógica augura que tardará poco en acudir a la habitación del sueño…
Se celebre o no el duelo con el invicto Mayweather, la realidad es que Pacquiao está en un punto de indeterminación en su carrera, al que llega con dos derrotas consecutivas y la sensación de que antes de las mismas tampoco estaba ganando con mucha claridad. Con poco más por hacer ya hay quien puede aventurar una próxima retirada del filipino. No debería ser así, al menos, por lo que se puede concluir tras estos dos últimos envites.
…la efervescencia continúa cuando el gong marca el comienzo del sexto y Pacquiao no deja de lanzar golpes. Otros tres minutos de violenta letanía se le van a hacer largos a Márquez pero el mexicano es de los que ponen la otra mejilla y sigue aguantando. Tan fácil lo ve ya el filipino que, pese al aviso del tercer asalto, comete un error cuando en los últimos segundos descuida su guardia al pretender acabar por la vía rápida con una dura izquierda. El agujero que descubre el asiático es demasiado tentador y Márquez no duda en lanzar el golpe al que se encomendaba, el «golpe perfecto«…

Es verdad que su boxeo no resulta tan punzante, que su ‘ventilador’ de puñetazos ha perdido revoluciones pero aún así, tiene clase, precisión y recursos de sobra para seguir en la cima unos cuantos años más. Sin ir más lejos, ante el mexicano lo demostró porque, como él mismo reconoció al final de la pelea, recibió un puñetazo «que no vi venir» al despistarse en un combate que dominaba claramente.
…el filipino cae a plomo, inconsciente. Márquez se aleja del crimen, el árbitro lo ve claro y declara el final, el mexicano corre a una esquina a celebrarlo. Los médicos acuden, prestos, a atender al inerte boxeador. Su mujer, en las primeras filas, mezcla lágrimas con rabia para abrirse camino a través de los gorilas que rodean el cuadrilátero. En unos segundos hay hora punta en el ring…
«Es boxeo». Deporte. Ganar o perder, sin más, aseguró Pacquiao la misma noche del combate, de vuelta al hotel tras una obligada visita al hospital y antes de ver la repetición de la pelea con su entrenador y su esposa. «No os va a gustar el final de la misma», les advirtió, con sorna. Perdió el combate, pero no la sonrisa.

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