La ciudad secreta: espionaje, periodismo y chinos

Un chico huyendo precipitadamente por Canberra, perseguido y, posteriormente, hallado con las tripas fuera en una playa fluvial. Intrigas políticas a alta escala, con injerencias estadounidenses. China. Una periodista que persigue la verdad, y su nombre en portada.

Estos son algunos de los ingredientes que configuran La ciudad secreta, una serie australiana que ha pasado sin mucho ruido por el catálogo de Netflix y que, sin ser la quitaesencia de la ficción televisiva, pasa el corte de lo recomendable.

Si hace unos días hablábamos de Kingdom, de su exotismo oriental y el cómo supo conformar un guión con reminescencias de Juego de Tronos y The Walking Dead, podría decirse que esta serie mantiene parámetros similares cambiando, eso sí, Corea del Sur por Australia, y los referentes de series a otros, pongamos por caso House of Cards y El Ala Oeste de la Casa Blanca. Vale, y de Juego de Tronos también, que a estas alturas hay un poco de Juego de Tronos en cada serie.

La acción en La ciudad prohibida gira en torno a un misterio, el que se esconde detrás de la muerte del joven que mencionábamos. Para los registros quedó como una muerte accidental, pero se da la circunstancia fortuita de que una periodista asiste al levantamiento del cadáver y comprueba que, por el estado del cuerpo, hay algo raro en el asunto.

Por supuesto, el hecho de que alguien le piratee el móvil y le elimine las fotografías del suceso, que sacó a escondidas, tampoco la deja muy tranquila, así que ahí tenemos a la mujer husmeando un rastro sin imaginar dónde le conduciría su persistencia.

Tranquilos, no hemos contado mucho. Todo eso lo sabrán en los primeros minutos. Para lo demás, ya les decimos que los doce episodios que conforman las dos temporadas disponibles ofrecen un puzle enrevesado y en el que se suceden los malos rollos, las puñaladas traperas, personajes que venderían a su madre para alcanzar sus ambiciones (y hundir a los rivales) y en el que el espionaje, el periodismo y la política tienen un papel central.

La segunda temporada, eso sí, cambia un poco el tercio y deja en testimonial las alusiones a los chinos. En la segunda tanda, el ‘caso’ gira en torno a un presunto ataque terrorista en un barrio residencial de una ciudad australiana. La ficción se desarrolla en seis episodios, así que la resolución del asunto se presenta como una película larga en la que cada minuto merece la pena para desentrañar esta aparente gran conspiración.

Es cierto que, sobre todo en la segunda temporada, la producción abusa de esa fortuna que persigue y, la mayor parte de las veces, favorece a los protagonistas. Es aquí donde les presentamos a Harriet Dunkley, el personaje que guía la narración. Está interpretado por Anna Torv, a quien ya conocerán por su concurso en Mindhunter, donde interpretaba a una abogada.

Aquel personaje duro, empoderado a más no poder, tiene mucho en común con esta Dunkley, una periodista idealista, un poco manipuladora y a la que en muchos momentos, y visto desde una óptima profesional, parece excesivamente impulsiva. El caso es que su rol funciona y articula de forma más que correcta el guión, si bien en la segunda temporada hay demasiadas cosas que chirrían y que se justifican mal desde el punto de vista argumental.

El resto de personajes pululan por ahí, divididos sin muchos ambages entre aliados y enemigos, sin que eso impida que algunos vayan moviéndose a uno u otro lado de la línea según les convenga y según avance la trama. Asistimos al baile interesados, no con la sensación de estar ante algo imprescindible, pero sí entretenido, bien hecho y, en cierto modo, exótico.

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