Mindhunter: ¿por qué los mataste?

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Discutía con un amigo que también tenía reciente la serie sobre si, al final, habíamos visto diez episodios en los que no pasaba nada. No nos pusimos de acuerdo. Bajo mi punto de vista, Mindhunter es casi una foto fija en la que son las conversaciones los que te atrapan. Es verdad que a lo largo de la producción, los agentes del FBI protagonistas viajan y se enfrentan sobre el terreno a casos más acordes con lo que se suele ver en televisión. Pero todas esas situaciones son una herramienta al servicio del guión.

Y el guión, eso sí, es excelente, porque de eso se trata. Mindhunter, para el que no la conozca, es una de esas rara avis que Netflix se saca de la manga. Inspirada en una historia real recogida en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, narra la génesis de la Unidad de ciencias del comportamiento de la agencia federal. Nacida casi como un experimento, los agentes que la conforman se dedican a entrevistar a truculentos asesinos internados en prisiones para buscar posibles puntos en común entre ellos y, con esa información, generar perfiles que les permitan si no predecir, si al menos evitar que sigan matando.

Con ese planteamiento, ya se imaginan que todos los capítulos giran en torno a las palabras. Eso es lo que me hacía defender que, básicamente, no pasa gran cosa. Pero sí, claro que la cosa evoluciona y hay cambios más que sustanciales en los protagonistas y en sus andanzas del primer al último capítulo. En ese aspecto es extraordinariamente dinámica. Pero lo que no suele ser tan predecible en series de este tipo es que los momentos entre cuatro paredes resulten tan atractivos.

Es una serie psicológica, literalmente. Es mucho más lo que te invita a imaginar que lo que realmente se ve en la pantalla. Lo interesante del asunto es asistir a cómo la obsesión por la tarea afecta a la personalidad de uno de los protagonistas, un idealista agente que poco a poco vacía su vida personal en un trabajo que le absorbe, y no para bien. El final, decimos sin decir, resulta bastante poco previsible.

Los momentos con Kemper son de lo mejor de la serie
Los momentos con Kemper son de lo mejor de la serie

Al lado del agente especial Holden Ford (interpretado por Jonathan Groff), gran descubrimiento del metraje, hay un elenco muy sólido que le da réplica de forma veraz y solvente. Su compañero, por ejemplo, es el contrapunto a su juventud. Se trata de Bill Tench, un curtido agente más funcionario que detective cuya función en el FBI es la de viajar por todo Estados Unidos dando charlas sobre cómo trabajan. En ese sentido, el entusiasmo de Holden le arrastrará (dentro de un orden) a unos horizontes que nunca se habría planteado contemplar.

A Tench le da vida Holt McCallany, a quien en Cesta de Patos ya conocimos en otra faceta muy distinta: la de campeón del mundo de boxeo en Lights Out. De aquel personaje mantiene el rostro pétreo que muchas veces transpira estoicismo indomable y un cuerpo que casi no le cabe en el traje de agente federal. El pelo ya cano, eso sí.

Ellos dos conducen la (no)acción a lo largo de los diez episodios de la serie pero el resto de personajes son bastante meritorios. Por un lado la parte femenina tiene una potencia extraordinaria. La personalidad y fuerza que transmiten tanto la asesora de los agentes como la novia de HoldenAnna Torv y Hannah Gross, respectivamente- es admirable y de hecho suelen comerse la pantalla cada vez que comparten pantalla con alguno.

Wendy, asesora del FBI.

Luego está el tema de los asesinos. Mindhunter está basada en hechos reales pero la distancia y el tiempo que ha pasado (la serie se ambienta a finales de los 70) hace que los casos nos pillen muy lejanos. Entendamos que el abanico de villanos tuvieron su recorrido mediático en el momento por lo que hay un aspecto que se podía antjar polémico y que, sin embargo, el guión resuelve con bastante eficiencia: ¿podemos empatizar con un psicópata?

Piensen en que el leit motiv de las conversaciones es comprender a los asesinos y buscar un motivo en acciones de violencia extrema, acerca de las cuales no podemos sentir más que repugnancia. Y aunque de los personajes que van pululando nos quede claro que las taras mentales son evidentes, no será exagerado sentir cierta simpatía por alguno (¡es que Kemper será un monstruo pero hasta parece majo!). Todos, de hecho, parecieron normales en algún momento y más de uno lo parecen aún estando entre rejas. En la capacidad de empatía está la clave que moverá la (no)acción, de hecho.

Habrá segunda temporada. No sé si era necesaria aunque supongo que la posibilidad de asistir a una entrevista con Charles Manson es demasiado jugosa. ¿La veremos?

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