
Lo que tiene empezar a escribir y dejar al albor del olvido textos prácticamente concluidos es que corran el riesgo de quedar desfasados. Ese podría ser el caso de esta breve mención de ‘Dead like me’ (‘Tan muertos como yo’), una serie de que pocos recordarán a estas alturas. No obstante, esta tardanza en publicar va a jugar a favor en este caso dado que, mira por donde, precisamente este 2023 se cumplen los 20 años del estreno de la producción.
No es la primera vez que hablamos de la muerte por estos pagos. Ni siquiera en su forma más encapsulada, si puede decirse así. Pero por alguna razón que se me escapa, ‘Tan muertos como yo’ me llevaba pidiendo alguna mención incluso desde mucho antes de abrir este escaparate de todo y nada.
Es complicado dar una razón. Es una serie que pasó sin pena ni gloria por la televisión aunque en su momento recuerdo que su estreno pintó páginas enteras de publicidad en periódicos. Cuando los periódicos de papel eran más comunes, claro. Eran otros tiempos. Hoy no me cabe duda de que sería un programa más de las decenas que pululan por este intrincado ecosistema de plataformas audiovisuales que ocupa nuestro tiempo. Hay series que te llaman por algo y esta a mí lo hizo: su día hasta me compré los DVDs.
El argumento me pareció original y el punto de partida anticipaba un tono amable que, imagino, se adaptaba a lo que yo buscaba más por entonces. En los primeros minutos del primer episodio, una tapa del váter de una estación espacial -rusa, para más señas- se descuelga de su órbita (?) y acaba regresando a la Tierra e impactando, mira tú, en la cabeza de la que será la protagonista. “Una muerte de mierda”. Un chiste obvio que creo recordar que incluso se usaba en la narración del capítulo, a cargo de la profunda voz de la misma chica en torno a la cual se articulan las dos temporadas de la producción.
La cosa es que Georgia Lass (interpretada por Ellen Muth) fallece en el suceso y, ya muerta, empieza paradójicamente a saborear la existencia. Sin comerlo ni beberlo se queda ‘atascada’ entre los dos mundos y es reclutada por un equipo de recolectores de almas que la integran en el equipo hasta que consiga ver la luz y, definitivamente, pase a una mejor vida, si se puede decir así.
La serie empezó realmente bien. Nada chirriaba. La protagonista era ideal. Una adolescente respondona típica que ni estudia ni trabaja ni es buena hija ni buena hermana que, de la noche a la mañana, dice adiós a todo. Y en ese trance, y de la mano de un grupo de personajes variopintos, va madurando como tal vez nunca hubiera hecho en vida. Y aunque durante los capítulos tiene que hacer frente a la muerte ya que, no lo olvidemos, debe recolectar las almas de los que van a fallecer, el tono de humor negro general esconde que, en el fondo, hay un punto dramático y de amargura con el que resulta complicado no emocionarse.

Porque Georgia, la ácida y arisca niñata, se acercará a su familia como nunca antes había intentado. Las reglas de la muerte la exhortan a tomar una distancia física al tiempo que se aproxima la cercanía sentimental. Es testigo de cómo su ausencia quiebra a su familia, cambia radicalmente a su hermana y cómo todo ello, acaba conduciéndola a entender cuánta razón llevan a veces los padres cuando nos enrocamos en nuestras cabezonadas de quinceañeros. A mi entender es una forma efectiva de enseñar eso para reaccionar cuando aún se pueda.
Hablemos también de sus compañeros. Hay que decir que esta actividad de recoger almas tiene sus propios códigos. Básicamente los muertos están entre nosotros, pero con una apariencia diferente a la que tuvieron en vida. Recordar sus vidas pasadas y acercarse a sus seres queridos es una tentación para todos que el tiempo en esta especie de purgatorio acaba por calmar, tan doloroso es el acercamiento impotente a la vida perdida y ver cómo el resto se va apagando.
Esas son las cosas que Georgia va aprendiendo con el paso de los capítulos a medida que asume su labor en el equipo. Una unidad que, lejos de ser algo presuntamente horroroso o terrorífico, sigue el tono blandito del resto: sus reuniones diarias, por ejemplo, discurren en una cafetería para desayunar tortitas mientras se distribuyen el trabajo durante la jornada. Cada miembro del equipo recibe un post-it con un nombre, un lugar y una hora. Y el objetivo es estar en ese sitio para atrapar la esencia (¿el alma?) de la víctima antes de que fallezca para evitar sufrimientos innecesarios y acompañarlos hacia esa mítica luz.

Aunque el grupo tiene su aquel por aquello de la disparidad de caracteres, es cierto que el jefe, coordinador, o como quieran llamarle, se come al resto. Interpretado por Mandy Patinkin, el personaje de Rube es el líder espiritual (en sentido literal) de la serie. Puede que muchos le recuerden del papel de Íñigo Montoya en ‘La princesa prometida’ pero, como yo vi esa película después de ver la serie, todo era muy raro. En fin. A lo que vamos. Rube es como un padre en la muerte para Georgia. Es un apoyo y una voz que ayuda a la chica a madurar, que en el fondo es eso, y a asumir sus responsabilidades en este otro plano de la existencia ya que en el otro no fue capaz.
A su lado pululan una serie de personajes que nutren a la producción de tramas secundarias y le dan cierta vida (entre comillas). Como sea que algunos de ellos llevan décadas en el oficio, sus distintas circunstancias y procedencias serán misterios que se irán desentrañando más o menos a lo largo de las dos temporadas que duró la producción. En este aspecto todo gira en torno a las mismas pautas buenistas y más o menos previsibles. Todo muy amable; tanto, que posteriormente se hizo también una película pero tampoco fue una cosa memorable.

De hecho, excepto por Patinkin, que sí que es un rostro conocido en televisión, el resto de actores tampoco es que haya gozado nunca de una fama desorbitada, más bien al revés, especialmente la propia protagonista. Sólo algún cameo en otras series y poco más. Aunque al menos tenemos sus cuentas de Twitter, Instagram, donde además de colgar infinidad de fotos de gatos se muestra totalmente volcada en su faceta de empresaria a cargo de un negocio de café, Muth Rosten House. Solo por eso, Ellen Muth ‘es bien’.
Otro de los aspectos que me llamó la atención de ‘Tan muertos como yo’ en su día fue el aspecto. No tanto la fotografía como el colorido escenario en el que se desarrolla la acción. Como una manera más de suavizar lo luctuoso y de lanzar un cierto mensaje buenrollista que se palpa en la carátula y que se extiende a un guión con mucha moralina, situaciones de esas que no te hacen reír a carcajadas pero que te sacan la sonrisa y momentos puntuales en los que sí, te descubres con la lagrimilla corriéndote por el moflete. Creo, eso sí, que todo fue perdiendo intensidad y no acabó de remontar del todo el vuelo aunque en el camino quedaran miles de fans.

La música ayudaba mucho igualmente, con una banda sonora que acentúaba el tono que se pretendía en cada escena, desde los momentos más surrealísticamente cómicos a los más tristes. Pensaba yo que todo este universo tan peculiar de ‘Tan muertos como yo’ me recordaba a ‘Pushing Daisies‘ y el universo es caprichoso: ambas comparten creador, Bryan Fuller. Allí también había una chica muerta… como para sospechar, ¿no creen?