La anécdota Català-Roca, una buena noticia

Hacía mucho tiempo que no acudía a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ahora, con motivo de la publicitada exposición dedicada a Francesc Català-Roca (Valls, 1922-Barcelona, 1988), ‘La mirada sabia’, volví a este deslumbrante edificio para empaparme nuevamente de la obra de uno de los fotógrafos más importantes de nuestra historia. Sin embargo, he de reconocer que salí un poco decepcionado porque lo que esperaba como una exhibición más al uso de decenas de imágenes, como sucede en otros grandes espacios de la capital e incluso como recordaba en este mismo lugar hace años, no pasa de anécdota, con apenas una decena de fotos que, pese a lo icónico de sus motivos, te dejan en el paladar una cierta sensación de insatisfacción.

Sirva la muestra, en todo caso, para celebrar dos hechos. Por una parte el que, en el inmenso e inesperado catálogo de obras de arte que presenta la institución (esto sí que está a la altura), el museo haga el generoso esfuerzo de mantener una parte dedicada al mundo de la fotografía. Es una decisión sabia y que debería afianzarse para mostrar, aunque sea someramente y con cuentagotas, parte del fondo expositivo que guarda.

Eso sería beneficioso para todos porque en la misma web se da a conocer un catálogo inmenso que, por mucho que te facilite la consulta online, dan muchas ganas de ver copias colgadas en las paredes. Ojalá que poco a poco podamos ir contemplando estas obras, un tesoro de valor incalculable en el que se encuentran obras de todos los grandes, casi sin excepción.

El otro motivo por el que nos complace ver estas imágenes de Català-Roca es porque su puesta en escena se enmarca en el contexto de una doble efeméride. Por un lado, las celebraciones del centenario del nacimiento del fotógrafo que, pese a ocurrir el pasado año, se extienden un poquito más en este caso, concretamente hasta el 9 de julio, lo cual es muy de agradecer; por otro, el 25 aniversario de su fallecimiento. Vida y muerte unidas.

Es así como esta selección pone de relieve su papel protagonista en la evolución del medio fotográfico en España a lo largo de buena parte del siglo XX. Su depurada técnica, su mirada siempre atenta a los detalles de la vida y su don de la oportunidad han dejado para la posteridad imágenes icónicas que configuran, más incluso que una visión personal, la de toda una época.

Aunque la muestra es exigua, es más que suficiente para situar al espectador ante el paradigma del porfolio de Català-Roca. Hay escenas de puro costumbrismo que uno pensaría totalmente planificadas pero que remiten a ese tópico tan manido en la fotografía del instante preciso que, en este caso, solo el talento y el ojo entrenado –otro tópico, disculpen- pueden aprehender al accionar el obturador. Es así como asistimos a ese curioso efecto del bebé que grita al guardia, la exhuberancia de la vida en una playa gaditana o la mirada indiscreta de un paseante anónimo a un par de señoras en Sevilla.

Son escenas, retablos de una España que su cámara retrató con la frescura inquebrantable del día a día en la que las ciudades y sus gentes parecen un renovado motivo para reinventar la fotografía. Señoritas paseando por la Gran Vía de Madrid es uno de estos ejemplos en los que el objetivo busca ángulos diferentes, algo más patente si cabe en las fotos en las que es la arquitectura la protagonista como la del Viaducto de Madrid, el monumento a Colón de Barcelona o el impactante juego de luces y sombras de la Estación de Francia, también en la Ciudad Condal.

Como reza en el reclamo de la exposición, otro de los grandes méritos del fotógrafo es la ambición de mejorar continua que también tuvo una dedicada labor hacia los fotolibros que, desde los años 50 del año pasado, sirvieron para recopilar todo su arte en torno a los temas que fue desarrollando. Es ahí donde se percibe una evolución que remarca la inmensa capacidad creativa y técnica que dejó para la posteridad estos instantes irrepetibles, si es que alguno no lo es. La gran diferencia en este caso es la de captarlos, mostrarlos y, tantos años después, situar al espectador, sea imaginariamente, ante esas escenas reales.

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