Equipo de pueblo en una liga de gigantes: el año del Rayo Majadahonda en Segunda

Foto: Rayo Majadahonda Facebook

Fue cruel. Hablan desde tierras lejanas, con obsesión malsana, de «justicia divina» porque el Rayo Majadahonda quedara abocado al descenso en el mismo minuto en el que un año antes lograba el milagro de subir al fútbol profesional. Este epílogo ha sido cruel, sin duda; cruel por el gran fútbol que ha mostrado el equipo durante el curso, un oasis en el desierto de una categoría dura y poco amiga de florituras. Como rezaba un tifo en el último partido en casa, fuimos «Un equipo de pueblo en una liga de gigantes». Que nos quiten lo bailao.

Ha durado una temporada y, probadas las mieles del triunfo, ¿quién nos dice que no volveremos ahí? Hasta que llegue ese momento, la cuestión más urgente es la del cómo se reencuentra el club con la 2ªB, una categoría que no perdona, y a la que llegamos empoderados pero con un agujero en la plantilla que es perentorio encarar para mantener las aspiraciones de estar arriba. Esa será una cuestión para el futuro inmediato.

Mantener a algunos de los jugadores que han convivido con nosotros este curso iba a ser complicado en cualquier caso. De hecho, no iba a ser: a Aitor Ruibal, el máximo goleador, llevan semanas rifándoselo; Fede Varela volverá al Oporto, su club de origen, donde seguramente encuentre el hueco que su fútbol merece. Ellos como puntales de un grupo de futbolistas con indudable talento que, pese al descenso, han llamado la atención por su capacidad de hacer buen fútbol. Caso de Iza o Benito, por ejemplo.

Pero más allá de esta tarea, que queda para el futuro más inmediato, toca hacer balance de un año histórico e inolvidable que acaba con la pena del descenso pero con el buen sabor de boca de haber sido un equipo más que digno entre los históricos que poblaban la categoría. Desde luego, y por encima de todo análisis y sensación, MUCHAS GRACIAS por esta gesta, tanto a los que lo consiguieron como a los que han luchado hasta la extenuación por prolongarla. Así es como se escriben las buenas historias. Mejor de esta manera que pasar sin más, pese al resultado final.

Estas son algunas claves de la temporada, desde un punto de vista subjetivo y, tal vez, muy de cuñado, pero muy de cerca, eso sí.

«El gol vale dinero»

«El gol vale dinero». Es un tópico. Cuanto mayores son las posibilidades de un club, seguramente mejor será su línea ofensiva. Atendiendo al presupuesto, es cierto que el Rayo Majadahonda ha acabado donde se suponía, y eso es un mantra que, semana a semana, Antonio Iriondo ha tenido que replicar en cada rueda de prensa. Sin embargo, por la forma de jugar y por la cantidad de ocasiones generadas durante los partidos, esta falta de puntería ha resultado aun más acuciante, hasta el punto de que muchos puntos merecidos por fútbol se han ido por un sumidero hacia la nada, para exasperación de la grada.

En este capítulo, el rendimiento de los jugadores ha sido desigual. Aitor Ruibal ha roto la baraja este año. Con 11 goles, se ha destacado como un muy buen nueve, a lo que suma una capacidad de sacrificio extraordinaria. Ponerle por encima de otros compañeros en ese ámbito sería injusto, pero sorprende ver a un delantero tan implicado en la presión -y no solo en la línea ofensiva- y en tareas menos agradecidas.

Aitor Ruibal, el año que viene en Primera, seguramente | Foto: Rayo Majadahonda

Ruibal ha sido el fijo. A su lado han variado los nombres, cuyo desempeño ha sido irregular. Su pareja de baile durante la primera parte del año fue Aitor García, con el que se complementaba perfectamente. El gaditano era un puñal por la banda, con regate, magia, descaro y llegada, fruto de lo cual dejó algunos de los goles más estéticos del año durante los meses que visitó de franjirrojo.

En el equipo de la segunda vuelta cobraron mayor protagonismo Manu del Moral y Héctor. El primero es ya un veterano de guerra, un jugador que personalmente no me inspiraba mucha confianza, pero cuyo concurso ha sido bueno. No tanto en el capítulo goleador, sino en el aporte de la experiencia, la pausa y el saber estar que a veces la juventud del resto no supo gestionar del todo bien. La pega han sido las lesiones, que le han cortado las alas en los momentos más inoportunos.

Foto: Rayo Majadahonda

El de Héctor ha sido un caso extraordinario. Ha jugado mucho y ha jugado muy bien, con lo que se ganó con argumentos la confianza del entrenador. Se posiciona bien, presiona, corre, se asocia, e incluso con el paso de los partidos, pudo repartirse los espacios con Aitor Ruibal de una forma menos caótica que en los comienzos. Pero lo cierto es que es difícilmente explicable su desacierto de cara a gol.

Este tipo de jugadores va a rachas, y él cierra el año sin poder remontar su desgracia personal. La mencionada ‘justicia poética’ estuvo al borde de darle una alegría con su gol en Oviedo con el que soñamos con la permanencia, al final inútil. Una pena porque, por lo expuesto, es un jugador más que aprovechable y que ha demostrado una adaptación y un compromiso mucho mayor que el de Toni Martínez, aquel muchachito que decidió cambiar el banquillo del Rayo Majadahonda por el banquillo del Lugo; si bien habrá que reconocerle que anotó el primer tanto majariego en la categoría. Luego, sencillamente, desapareció, y nunca más se supo.

Suspenso en el fútbol ‘intangible’

Oviedo fue una ingrata sorpresa. El cómo un equipo que juega el partido de su vida deja escapar en 15 minutos un marcador favorable de 1-3 para acabar perdiendo podría pasar por un accidente si no delatara uno de los males del equipo a lo largo del año: el Rayo no ha sabido jugar ese ‘otro fútbol’ intangible que poco o nada tiene que ver con el trato al balón, la posesión o el entusiasmo. Es el odioso complemento a la recurrente falta de puntería. Y Oviedo como calco de lo sucedido semanas antes en Las Palmas, donde en la última jugada se consumó una remontada local increíble, o aquel hundimiento contra el Real Zaragoza, sin ir más lejos. Dos datos que se suman a otro, tan demoledor o más: el equipo majariego no ha sido capaz de darle la vuelta a ningún partido que haya comenzado perdiendo.

Muy emparentado con ello está el tema de los fallos defensivos, otro de los grandes penalizadores de este equipo. Todos sabemos que la apuesta de Iriondo se mueve sin miramientos entre lo valiente y lo directamente suicida, según el momento. Es parte del estilo, del toque, de evitar rifar balones hasta en las ocasiones más apuradas. No obstante, era impensable salir vivos de este tipo de situaciones frente a los clubes que hemos tenido enfrente.

En una categoría así los ideales suelen pasar a segundo plano en un porcentaje muy amplio de equipos. Y fruto de esta inocencia, y por mucho que Iriondo repita -y estemos de acuerdo con él- que generalmente jugamos mejor que el de enfrente, la realidad es que hemos perdido puntos clave, ante rivales directos, caso del Elche, por ejemplo, en un día en el que se jugó mejor, pero… ocurrió lo de casi siempre. Los rivales han ido siempre con el colmillo retorcido y en eso, que cuenta, y mucho, no hemos estado nada finos. Por eso, la sangría de puntos nos ha llevado a donde nos ha llevado: recuerden que, de los últimos 24 puntos en juego, los que deciden cuando nadie perdona nada, solo sacamos 2.

El extraño caso Enzo

Dicen que a veces jugar con 10 es mejor que con 11. No me creo esta extraña matemática aunque, presenciando los partidos del equipo en los que ha jugado Enzo, de apellido Zidane, estoy de acuerdo en una cosa: mejor 10 que saben lo que hacen que once con uno molestando. Yo no dudo de que tenga una técnica exquisita en los genes, que haga controles exquisitos, que intente pases imposibles o regates de ensueño. Lo malo es que toda esta parafernalia tan de jardín de urbanización ha resultado absolutamente inefectiva a lo largo del año. Y excepto una asistencia, no tengo en la memoria nada que justifique su casi continua presencia en los onces. Y en este pensamiento, juraría que lo comparten muchos compañeros de grada.

Y no es desacierto, o mala suerte, como en el mencionado caso de Héctor, Sino un jugador que no sabe posicionarse, blando, que presiona mal, que es superado por físico continuamente (es Segunda División, recuerden) y que no ha aportado na-da. Nada de na-da. Ha habido partidos en los que le he seguido y me resultaba inexplicable ver cómo se alejaba de la zona de acción, andar cuando sus compañeros corrían o incluso estorbarles en otras ocasiones… creo que Enzo comete un error: el de pensar que puede vivir en un equipo de estas características solo para hacer un último pase, un destello, algo. Eso lo pueden hacer los elegidos. Y lo visto este año confirma que está muy lejos de ese nivel que ¿cree tener? Que viniera de un segunda suizo no hablaba bien.

Media liga en campo neutral

Hace unos días estuve viendo a través de la televisión el partido entre Atlético Baleares y Racing de Santander, la vuelta de una de las finales por el ascenso a Segunda de este año. Ascendieron los cántabros por la vía rápida. Sin embargo, el comentarista habló brevemente de cómo los insulares tenían por estrenar un nuevo campo, ya acondicionado a las exigencias de una categoría profesional, aun sin saber si alcanzarían el objetivo.

Me dio un poco de pena, he de decir, porque la situación del Rayo Majadahonda esta temporada ha sido verdaderamente atroz. Por un lado por las instalaciones de entrenamiento, a caballo entre el Valle de la Oliva, las instalaciones del Cerro, la Ciudad del Fútbol o los campos que fuera pillando cuando iba en ruta hacia los destinos que le tocara. Eso se acaba notando, claro, y no para bien precisamente, tanto en los resultados como en las lesiones, que también han mermado la plantilla en momentos clave.

El Wanda Metropolitano, en el duelo ante el Mallorca, el primero del curso en ‘casa’

Lo del escenario de juego ha sido otra. Alucinamos con pisar el césped del Wanda Metropolitano, pero lo cierto es que aquella situación fue un parche incómodo para quienes teníamos que ir al otro extremo de la ciudad para ver los partidos. Por no decir que aquellos juegos allí eran, en muchas ocasiones, como jugar fuera de casa ante la inmensa afluencia de público del rival, caso del Extremadura, Oviedo, Sporting u Osasuna, por ejemplo. Curiosamente, de estos duelos solo dejamos escapar puntos ante los de Almendralejo.

La vuelta al Cerro del Espino dejaba ver un estadio ‘remodelado’ para cumplir con las exigencias de la LFP. Que no digo yo que estos cambios no hayan supuesto un salto adelante imprescindible, pero al margen de las nuevas torres de luz, de los tornos, de la pequeña ampliación de la grada, de la destrucción del tejado de tribuna para poner containers para palcos y prensa, y de las infames lonas, que convertían el campo en una caja de cerillas y que acabaron por desaparecer por las protestas de los vecinos, hemos visto un estadio incómodo, con entradas carísimas, con un césped que solo se arregló muy al final del curso y con la incertidumbre de ver qué pasaría si al final se lograba la permanencia y se tenían que acometer el resto de reformas requeridas, ya sin el colchón de un campo cinco estrellas donde dejar pasar el tiempo.

No creo que nos importe jugar en un campo pequeño («miniestadio», como decía despectivamente el comentarista televisivo de turno), que podría pasar por un terreno de entrenamiento de cualquiera de los rivales que hemos tenido, pero se percibe una falta de ambición notoria cuando nada parecía moverse en la dirección de pensar en unas nuevas instalaciones. Es cierto, y eso puede ser una dispensa, que es un hecho que no hay afición: ni siquiera hemos llenado este campo durante el curso. Pero la reflexión habría que hacerla, en cualquier caso.

¿De verdad no hay afición?

No hay afición. ¿No hay afición? Reflexionemos sobre ello. Que en partidos decisivos como el que nos enfrentó al Córdoba no llenáramos el campo da que pensar. Es cierto que es muy difícil consolidar miles de aficionados en un entorno futbolístico tan complicado como el madrileño, monopolizado por Real Madrid y Atlético y penalizado por el concepto de ‘ciudad dormitorio’ que en Majadahonda se cumple a rajatabla: el trabajo y el ocio de la mayoría se encuentra en la capital. Solo el Rayo Vallecano tiene algo de solera, mientras que Leganés (mejor aquí) y Getafe han tenido que ir sumando poco a poco, incluso en Primera División.

No hablamos de localidades pequeñas, precisamente. Majadahonda tiene más de 70.000 habitantes, más que algunas capitales de provincia. Y pese a la sociología, ¿de verdad no hay 3.500 que puedan llenar el estadio? Hablábamos de lo caro de las entradas pero lo cierto es que los abonos no podían ser más baratos. ¿Falló el visitante casual? ¿Debió organizarse mejor el tema de adquirir entradas para acompañantes? O ¿falló la política de comunicación más allá de las redes sociales? Los días previos a un partido no había ni rastro en las calles, solo unos carteles de la C.U.M. que, recordémoslo, es un grupo de animación, no el club. Insuficiente para alcanzar a mucha gente que no tiene por qué manejarse en Twitter o Facebook. Tampoco se ha percibido mucho apoyo del Ayuntamiento en este ámbito; bueno, ni en este ni en ninguno, más allá de hacerse la foto cuando iban bien dadas.

Foto: Rayo Majadahonda

Aun con eso, es difícil creer para el que no lo haya visto cómo los fieles han dado ambiente, se han dejado la garganta en cada partido y le han dado una calidez al campo increíble para un club tan modesto. Ojalá que en esos días fríos que esperan nuevamente de 2ªB no estén solos animando. Aquí, uno que se queda.

#VamosmiRayo

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