La Tierra Errante en busca del orden en el caos

La Tierra Errante o The Wandering Earth es la gran apuesta del cine chino para subirse al carro de las megaproducciones internacionales de ciencia-ficción. Lo hace con un presupuesto desmesurado que ha encontrado, según los datos que nos han llegado, un considerable respaldo en la taquilla, que es la primera condición para dar el salto al resto del mundo, aunque… ¿eso significa algo?

La cinta, dirigida por Frant Gwo, se apoya en el relato homónimo de Liu Cixin, que puede ser el nombre que más les suene de todo este relato porque es uno de los autores de literatura fantástica más conocido del momento gracias, en parte, a su Trilogía de los Tres Cuerpos.

La Tierra Errante narra el periplo de nuestro planeta por el Sistema Solar en un contexto a futuro en el que nuestra estrella está engordando para morir, lo que implica que nuestra zona de habitabilidad quede hecha añicos. Y ante este problemilla, la solución no será la de un éxodo a otro lugar naves mediante sino -no olvidemos que es una película de China– hacer las cosas a lo grande y usar el propio planeta como nave.

Para ello se construyen miles de motores a lo largo del globo para dar impulso a la Tierra, sacarla de su órbita y llevarla hacia su nueva ubicación. Pero como uno espera las cosas van a complicarse más o menos pronto, a la altura de Júpiter, cuando el planeta gigante amenaza con ‘comerse’ al nuestro. Y ese es el escenario donde, sin entrar en más detalles, se va a desarrollar la acción.

Sin que el cuñado que habita en mi pretenda dárselas de lo descabellado o no del planteamiento, solo puedo decir que el poso que me deja la cinta es el de haber visto una película mala. O regulera, a secas. Es cierto que es pretendidamente grandilocuente, que los efectos visuales están, generalmente, a la altura de sus primas estadounidenses y que hay una carga melodramática equiparable a aquellas en muchos momentos.

El principal problema, por lo que no me pasó el corte del aprobado, es que estos momentos cortan bastante la acción y parecen metidos con calzador. Pasa igual con los escasos puntos de humor que hay, que suelen descolocar bastante.

Por otra parte, lo interesante de la película también está en el lenguaje menos explícito que transmite la obra y que se aproxima más bien poco al que estamos acostumbrados. Aquí ya no son los estadounidenses los que salvan al mundo, sino los chinos; de hecho, los americanos aparecen en un par de ocasiones pasivos y bebiendo cerveza. Los rusos toman vodka pero son aliados fieles. Y por supuesto, hay una considerable pátina de filosofía oriental aplicada, un gusto desmedido por la disciplina, por las normas y por el desarrollo de las cosas en fases. Orden que se intenta imponer en el caos.

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