Las series van y vienen, menuda novedad. Dirk Gently volvía a la parrilla de Netlflix para solucionar esos casos tan extraños que solo la holística puede desentrañar. No obstante, por aquel ya cada vez más lejano principio de enero (fue un regalo de Reyes), el futuro de la serie estaba sentenciado: pulgar hacia abajo.
Su cancelación es un palo para aquellos a los que nos gustó la primera temporada, nos gustó aún más la segunda, y ya salivábamos pensando en una tercera que abordara las líneas que se quedan abiertas a la caída del telón. Pero salvo sorpresa, milagro o giro inesperado del destino -si es que estas tres cosas no son lo mismo- nos quedaremos sin más material. Una pena.
La segunda temporada, no lo negaremos, es otro homenaje a las cosas raras, a los argumentos sin corsés y a la imaginación en escena, sin límites ni convencionalismos. A estas alturas los que hayamos llegado al final ya contábamos con eso, así que no hay problema. Durante estos diez episodios nos hallamos en un viaje entre dos dimensiones, una real y otra imaginada, entre las que los protagonistas van y vienen, se cruzan y solucionan a uno y otro lado tantos embrollos como causan por obra y gracia de la interconexión de todas las cosas que, como saben, es el mantra que cimenta la trama.
El caso ‘encuentra’ a Dirk Gently en las instalaciones del Ala Negra, donde le siguen exprimiendo para descubrir sus hipotéticos poderes paranormales. En paralelo a esta rutina de cobaya humana, fuera pasan cosas. Y son cosas muy extrañas. Un barco en medio de un campo de la América profunda. Un reino de fantasía en el que hay gente con el pelo rosa y las espadas son tijeras gigantes; magos, paramilitares…
Con tal bestiario, lo visto en la primera campaña nos parecerá casi normal. Hay dos puntos de vista a la hora de abordar esta segunda. Por un lado, los personajes. Es más que meritorio cómo la casualidad va trenzando el recorrido hacia el encuentro de todos ellos en algún momento a partir de puntos iniciales más que variopintos. Las conexiones parecen imposibles al principio, y a lo largo de los capítulos adquieren una naturalidad admisible dado el tipo de serie que es, nada de ultrarrealidad pegada a lo científico ni por asomo: aquí todo es posible, esa es la única regla.
Y aún así puede que alguna trama quede un pelín deshilvanada. El guión premia con un viaje a esa dimensión desconocida, al modo del Un dos tres, a algunos de los protagonistas, los más importantes. Y sus líneas de guión se enriquecen porque lo interesante está donde están ellos. En comparación, hay otras partes no molestas pero sí un tanto forzadas que ocurren en las zonas periféricas.
Como en la primera versión, y por más que la trama pueda resultar enrevesada y por momentos incluso abrumadora, nuevamente nos hallamos ante un conjunto de capítulos en los que se transmite una viveza en los personajes extraordinaria, sobre todo en los que repiten: casi todos crecen respecto a la temporada precedente.
Amanda, por ejemplo, se erige en jefa. Aunque el protagonismo sea de los que son, ella se come la acción cada vez que está en imagen. Su papel es el de mayor empaque, el de más fortaleza y aun con sus circunstancias, en cierto modo es vital para que los resortes de la serie no salten por los aires. Se nota que su vida con los 3 Pendencieros le ha aportado un rol más activo en su propia vida. La ‘batería’ está a tope de energía.
De los dos protagonistas no me acaba de convencer el guión de Dirk Gently. El protagonista es el que es aunque esta temporada sufre una crisis existencial que por momentos se antoja un pelín cansina y nos quita muchos momentos en los que podría brillar como antaño. La consecuencia es que cede el rol de estrella y sus colegas se lo toman como un reto y todos parecen agrandados, incluso los nuevos, la mayoría realmente muy acertados, incluída una mala malísima de cuento.
Por otra parte, hay muchos momentos graciosos, más de sonrisa que de carcajada, que definen de alguna manera qué es esta serie: un producto de entretenimiento para un público muy específico que, sin ser algo memorable, tiene ese ‘nosequé’ que te lo hace familiar y que, ahora que ya no habrá más, tal vez lo eches de menos.