Una de las consecuencias que tienen las grandes series es la de que aquellos personajes más carismáticos se quedan en la retina para siempre con el nombre, profesión y circunstancias que encarnaban en la misma. The Wire (2002-2005) fue un filón en este sentido. Con un elenco abrumador -un reparto coral, que se dice-, es harto complicado separar a Dominic West de su alter ego McNulty o no empezar a silbar cada vez que hemos vuelto a ver a Michael K. Williams en pantalla… ¿que nos les suena? Perdón, me refería a Omar; ¿a que así, sí?
Por este efecto tan lógico del que seguro que tendrán uno y mil ejemplos, me costaba imaginar a Idris Elba, alias Stringer Bell, mafioso-traficante universitario de profesión en aquel Baltimore ficticio, en la piel de John Luther, un detective londinense con un carácter volcánico; ni siquiera en esto se parece a aquello.
Pero el corolario de esta ley es que, si te hace olvidar al personaje original, puede que estemos ante un actor como la copa de un pino. Algo de esto hay aquí.
Luther es una serie británica que tuvo cuatro temporadas (2010-2015, se saltaron 2012) y con una quinta que empezará a rodarse al comienzo de 2018. Se centra en la vida, obra y milagros de un investigador de la policía londinense más bien iracundo que trata de salir adelante de una montaña de problemas personales al mismo tiempo que intenta hacer su trabajo lo mejor posible (en esto es como todos, para qué engañarnos), aunque a veces no dude en tomar algún que otro atajo poco elegante. El fin justifica los medios.
Y como hay poco o nada de excepcional en sus cosas íntimas -todo es subjetivo-, convierte en apabullante e impactante las reacciones que va teniendo ante lo que ocurre a su alrededor por lo cercanas que nos parecen. Es cierto que muestra una exuberante violencia, una rabia incontenible ante una separación en ciernes, un trabajo en el que los asesinos no le dan tregua y un episodio del pasado que le atenaza durante buena parte del metraje, al menos en los capítulos del comienzo en los que nos hacemos una idea del personaje.
Es en esos arrebatos donde descubrimos cómo Stringer Bell es John Luther. Tan creíble. La faceta de investigador le muestra como un profesional más frío, extremadamente inteligente pero con concesiones a métodos un tanto peculiares. Bueno, hemos visto cosas peores.
Los casos no están mal. Sobresale que, a diferencia de otras producciones, vemos a algunos asesinos más o menos chapuceros, que también ‘humanizan’ a las aparentes deidades del crimen que en otras series solo se dejan capturar in extremis en el último minuto, análisis genéticos mediante. Aquí algunos son muy listos pero siempre acaban pasándose de rosca. El gran mérito de la ración de gato y ratón es ver cómo las tramas integran perfectamente los vaivenes emocionales del protagonista, concediendo 50 minutos de pura intensidad, sin nada que tirar a la basura. Engancha y te mantiene pegado a la pantalla mientras masticas y digieres. Y más si, como en Juego de Tronos, la acción te obliga a no encariñarte mucho con los personajes.
Es verdad que el nivel va cayendo paulatinamente. No de forma dramática pero sí es cierto que los capítulos avanzan de forma algo más embarullada a medida que se aproxima el final. Hay sorpresas que mantienen la chispa encendida pero en general el tono es algo más plano, más previsible y se exagera un punto el que, a veces sin mucha explicación, tome sin dilación el camino más exacto hacia la detención del malo, en un proceso que se antoja algo fantasioso.
Nada exagerado, en todo caso. Una serie recomendable con una atmósfera muy lograda, en la que Londres se muestra de una manera diferente, y en la que si bien la mayoría de personajes ofrecen una más que notable presencia, Luther se come la pantalla de tal modo que no nos queda duda: él fue quien mató a Stringer Bell.
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