ADVERTENCIA: Agarrense que vienen curvas en forma de spoilers a mansalva. Quedan avisados…
Ahora sí:
Por intenso, por original, por sorprendente. Por la inmensa y monolítica mandíbula de Woody Harrelson o por los ojos de loco de Matthew McConaughey, enormes ambos. Porque uno no se imagina qué oscuros vericuetos habitan en la mente de un cineasta (o decenas, o cientos) para parir una hora de televisión tan autocomplaciente que, cuando uno cree que aparecería la cortinilla de cierre, aún haya más. Y tan felices, porque uno desearía que no se acabara nunca. Es el capítulo 5 de ‘True Detective‘. Ya, ya sé que voy con retraso pero dejen a estos patos paladearla como merece, que ustedes ya habrán tenido su oportunidad. Y ya les aviso: no me digan que lo mejor está aún por llegar. Me lo creo, pero dejen que lo descubramos nosotros mismos.

Comienza la loa a este episodio, a esta piscina de bolas de la que no queremos salir nunca. Hasta la cabecera parece aún mejor que la última vez. Porque cada pelota es un detalle desde el mismo tono intenso y oscuro de los primeros minutos, en los que la cosa empieza poniéndose más violenta incluso que en el episodio precedente. Sin embargo no hay tiroteo, ni golpes, ni sangre. Por no haber, no hay ni réplica por parte de un detective Rust que, siguiendo su papel de infiltrado en la banda de moteros, escucha impertérrito un inefable análisis acerca de sí mismo: «…puedo ver tu alma en el filo de tus ojos y es corrosiva, como el ácido… tienes un demonio dentro, tío […] si te veo otra vez, te mato. Hay algo oscuro en ti, hijo». Rust solo responde con gesto humillado y silentes ojos de loco. Se puede decir poco más moviendo menos las pestañas.

La cosa no queda ahí: esa misma mirada es la que lleva al volante de su furgoneta, entendemos que pocos minutos después de la escena en cuestión, conduciendo de forma agresiva y golpeando sin miramientos el ‘bulto’ que lleva en el asiento trasero: el capo de la banda de moteros en la que se había infiltrado, convenientemente amordazado y carente ya de cualquier utilidad práctica para sus propósitos. La música acompaña de tal manera que asusta. Esa escena es casi de Tarantino.
Cambio de registro. De tiempo. De ritmo narrativo: volvemos a la sala donde el Rust actual, demacrado, cuenta el cómo «llegaron a Ledoux«. Es donde, a toro pasado, ya empiezan a cuadrarnos cosas. Esto solo es un respiro. La mirada de loco sigue y las historias siguen entretejiéndose entre la realidad y los recuerdos de ambos detectives sin muchas discrepancias… en principio.
El asalto es otra obra de arte. Todo él. Ya sucede en la escena previa de la camioneta pero aquí, la banda sonora adquiere igual o incluso más fuerza. Todo es tenso. Los movimientos, las voces, los gestos, las decisiones. El sistema de defensa anticipa un ejército en torno a la esquiva figura del ‘cocinero’ pero a la hora de la verdad no hay nada. Ningún disparo. Nadie esperando. El clímax llega precisamente por lo anticlimático de la resolución: Marty encuentra a Ladoux semidesnudo; y Rust coge al líder de los moteros de antes con una caja con líquidos para ‘cocinar’ las drogas, aunque bien pudiera ser un cesto con tomates de la huerta.
Es la calma que precede a la tormenta. Porque la tormenta llega, inexorablemente. Nuevamente, Rust tiene que escuchar otra agradable sucesión de versículos por parte de un iluminado. Recibe su propia medicina, claro. Por intenso. Que si «las estrellas negras ascienden», que si «te he visto en mi sueño y sé cómo acaba esto», etc. Entretanto, Marty registra la casa y encuentra… …y vuelve y, sin mediar palabra, le descerraja un tiro en la cabeza a Ledoux. Sin duda este lance supone un más que evidente más allá del «Nietsche, cierra la boca» que le había dicho su compañero. Y, si nos lo permiten, una cagada monumental si queremos aplicar todo lo aprendido en todas las series de policías acerca de las buenas prácticas de un poli.

Pero no se crean. Ambos lo saben pero por ello no sólo no lo dicen sino que optan por ser prácticos. Y justicieros. Y se sienten satisfechos. Y cuando Rust regresa de ver el motivo por el cual su compañero ha hecho lo que ha hecho, suelta la frase más memorable del episodio y una de las que deberían quedar sí o sí en los anales de la historia de la televisión: «Que le jodan. Me alegra que te comprometas con algo». Y un par de palmaditas para cortar de raíz los lloriqueos del corpulento detective. El cuerpo de Ladoux con los sesos desparramos sobre el suelo, recuerden. Y Rust, en su salsa, práctico, muy práctico, metralleta en mano «decorando» la escena para justificar la versión que contarán ante asuntos internos tras el hecho y, años después, ante otros detectives, en lo que es el hilo conductor de la serie.

Pero ¿qué está pasando, entonces? Si capturaron al asesino y el asesino está muerto, ¿cuál es el motivo de estos interrogatorios? Lo sospechábamos, y se cumple. ¿Y si no habría sido el propio Rust el asesino y toda su tarea es la de despistar? Mi apuesta a día de hoy es que pensar eso es lo fácil y que sin duda es inocente. Por muy retorcido que sea -que lo es- y por mucho que la misma serie sea una reiteración de una de las frases que suelta en este episodio: «Estás atrapado por esa pesadilla en la que sigues despertándote».
Pero el capítulo es excelso porque hay mucho más. Después de la explosión de Marty en el capítulo precedente, en estos 58 minutos en los que se condensan años, asistimos a su vuelta al hogar primero y a una nueva -y más que merecida- etapa de ostracismo, posteriormente. Hay líneas que no se deben cruzar y él no es precisamente ese tipo de persona que sepa controlarse. La escena ante el espejo, en la que comprueba cómo empieza a quedarse calvo, no puede ser más desoladora y descriptiva. La música en este punto es tenue. Acompañan a estas imágenes la voz de Rust, cuyas palabras enfatizan el efecto de la soledad del vestuario: «En la eternidad, donde no hay tiempo, no puede crecer nada, nada puede convertirse, nada cambia». ¿No es genial?

2 comentarios en “¿El p… mejor capítulo de la historia de la TV?”