‘Mañana y tarde’, nacer y morir, las dos caras de una vida, por Jon Fosse

Del llanto de un niño recién nacido al llanto que llega de improviso con una muerte, ‘Mañana y tarde’, de Jon Fosse (Haugesund -Noruega-, 1959), excava en una vida centrando la mirada en sus dos momentos más importantes y que, por otra parte, son los que delimitan nuestra existencia. Lo hace en una pequeña novela editada por Nordica que, en apenas un centenar de páginas, ofrece una galería sentimental que despliega un verbo apegado a la extrema sensibilidad que emana de ambos sucesos.

“Nace un niño que se llamará Johannes. Muere un anciano llamado Johannes”. Son las palabras con las que arranca el resumen de la contraportada, en la que queda claro que lo que se cuenta tiene poco o nada de sorprendente, como queriendo abarcar toda una vida. No obstante, es la forma de conducir la narración lo que genera una cierta orfandad al finalizar sus páginas.

Y reconozco que me costó entrar en un estilo de frases cortas, a veces redundantes y presuntamente vacías que parecen conducir la trama a trompicones pero que tiene mucho que ver con la psique de los personajes implicados, una manera de ahondar en los pensamientos, miedos, esperanzas y rutinas de quienes se presentan en la obra.

Johannes es el niño que llega al mundo y a cuyo nacimiento asistiremos ubicados en la cabeza de su padre. El padre pescador, el padre que ha mantenido a la familia a base de tesón y contra viento y marea, literalmente, y cuya fortaleza queda en suspenso mientras espera que su mujer alumbre al que será su heredero. Un bebé que llega sano y ante el que se abre toda una vida.

Una vida que en estas páginas es elipsis y solo descrita desde la nostalgia, ya que en la segunda parte de la novela nos encontramos con el Johannes anciano de sus últimas horas. Es un ejercicio maestro el que cómo la brecha entre ambos momentos queda integrada de tal manera que pareciera que el llanto del primer día ejerce algún tipo de magia para concluir sin solución de continuidad en el amanecer del último, décadas después. Aquel pequeño es ya un anciano a cuyos pensamientos nos asomamos, asistiendo a sus reflexiones y sus apetencias.

El cigarro de la mañana, el café, el pan con queso para desayunar. La soledad. El que por fin parece que los dolores y los achaques le permitan moverse con agilidad incluso para redescubrir su hogar. Y darse una vuelta. Y hablarse a si mismo, asombrarse con el reencuentro con amigos que se fueron, con gente que ya no está. Momentos para mezclar presente, pasado y el futuro inmediato. A base de aparentes frases trompicadas, de diálogos de besugos tan cotidianos, de cierta complacencia en las palabras, dichas por decir. O de reconfortarse en el terreno conocido: el de las rutinas que nos definen.

Es, no obstante, en esta manera de ir desgranando un día aparentemente similar al resto donde Fosse va urdiendo su maestría. Asistimos a la vida del viejo pero también a una pintura acerca de quién y de cómo fue, de sus momentos más inspiradores o duros, de su ausente esposa, de sus siete hijos «todos muy buenos hijos»… para ese momento, seguramente, la opinión acerca de la calidad o no de la novela no ha lugar: las letras han trascendido a un plano más íntimo y cercano. A la fibra esa que a veces te tocan ciertos temas, si me permiten la expresión.

Y aquí ya uno comenzará sin mucha discreción a anticipar qué está ocurriendo. En el encuentro con su hija menor o, de una manera aún más cristalina, en el episodio final en el que ya nos colocamos del lado de la muchacha. Si alguien ha sentido o tenido próximos estos dos milagros, que son la vida y la muerte, puede que llegue al punto final con un nudo en el estómago y una lágrima a punto de asomar. Dos milagros que, por otra parte, son en realidad dos caras de la misma moneda: la misma vida.

Es un tema recurrente en la obra de Fosse, y un motivo a cuyo homenaje le debe principalmente su Nobel de literatura del pasado año. El autor noruego ve reconocida así una extensa trayectoria en la que abundan no solo las novelas sino una prolífica creación teatral, entre otros géneros. ‘Mañana y tarde’ (2000) es un excelente ejemplo de los argumentos que el jurado de estos premios ha esgrimido para otorgar el galardón, comenzando por aplaudir “el lenguaje sensible de Fosse, que sondea los límites de las palabras”, como recoge este artículo de The New York Times al respecto.

Cuentan, tanto en este medio como en el resto de semblanzas del autor que he podido leer, que su obra solo ha comenzado a ser valorada en el mundo en los últimos años, en los que se han acelerado las traducciones de sus obras al inglés. Su nombre ha sonado como candidato de forma recurrente en la última década, por ejemplo, pero es solo ahora cuando obtiene el máximo reconocimiento a una vida consagrada, según sus palabras, a que los lectores “puedan encontrar cierto tipo de paz en mis escritos o a partir de ellos”.

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