La historia que hay detrás de Halt and Catch Fire es algo que ya se estudia en las universidades. Hoy en día nadie pone en duda la preeminencia de los ordenadores y la omnipresencia de internet y de las redes como algo cotidiano y que alcanza todas y cada una de las actividades humanas. Sin embargo, en los albores de la informática, al menos durante los años en los que los sistemas militares, empresariales y científicos dieron el salto al gran público, era común dar palos de ciego en torno al futuro de un paradigma en el que todo estaba por hacer.

Uno tiene en mente ese vídeo de dos adolescentes enfrentados a un teléfono de dial con la ¿ridícula? misión ¿imposible? de hacer una llamada con él. Se miran, se ríen, se preguntan qué es ese artilugio que hoy no parece ser más que un objeto de decoración vintage. Por supuesto, están a años luz de saber usarlo. Esa cosa inerte no tiene pantalla, no reacciona ante la voz, no tiene LEDs ni, claro está, es inalámbrico. Es un fósil.
Esa escena, más propia de un gag humorístico, puede parecer ridícula pero si uno lo piensa, ¿cómo va a saber alguien para qué sirve algo de lo que no tenía referencia? Bien, pues algo así es lo que podemos sentir al contemplar la serie: que cosas sobre las que discuten los personajes nos parecen tan obvias que nos cuesta creer que haya momentos en los que se enfangan en explorar caminos que, con la perspectiva que da vivir en su futuro, no llevan a ningún lado. O viceversa. Es una cierta resistencia mental a la que hay que sobreponerse al sintonizar la producción. Mínimo, es cierto, pero ahí está.

El caso es que detrás de todos los dispositivos que nos conectan y nos hacen más llevadero el trabajo o nos entretienen en los ratos de ocio hay toda una historia de emprendimiento, de ambición y de talento. Halt and Catch Fire trata de llevar toda esa leyenda a la pantalla y lo hace a través de un elenco de personajes a los que conocemos en la antesala del lanzamiento del primer ordenador portátil. Ese es, a grandes rasgos, el argumento de fondo de la primera de las cuatro temporadas de la producción que se puede contemplar actualmente en Filmin. Y a partir de ahí, la popularización de la informática, la imparable irrupción de internet, los primeros buscadores y, por supuesto, todo el tira y afloja del ultra competitivo ecosistema emprendedor en el que se desarrollan todas estas tecnologías.
Estas líneas son un resumen muy somero de lo que es la serie. Pero hay más, claro. Por mucho que la trama parezca solo apta para informáticos vocacionales, el guion hace accesible todos estos pasos al público más profano y empaqueta unos episodios en los que, al margen del tema digital, te sumerge en una red (analógica) de relaciones personales entre los principales personajes en torno a los que se articula el espectáculo.

Y no es poca cosa, más bien al revés, porque el carisma desbordante que emana de cada minuto en pantalla de casi todos ellos resulta apabullante. Y sí, también hay momentos irregulares, escenas de cierta sobreactuación e incluso, por qué no, de atisbos de vergüenza ajena, especialmente durante la segunda temporada, más gamberra en cuanto su planteamiento. Pero incluso ese peaje que nos pide la pantalla de vez en cuando sea por lenta, sea por excéntrica, merece la pena tantísimo que, sin temor a equivocarme pese a mi frágil memoria, digo aquí y ahora que es una de las mejores series que he visto nunca. Halt and Catch Fire.
Por qué me ha tocado tanto esta serie. Por los personajes. A ver, el tema es muy interesante, más aún si mezclas un poco la nostalgia de aquellos tiempos de módems ruidosos con la cercanía diaria a estas máquinas. Pero aún sin eso, creo que no he visto nunca actores que transmitan tal sensación de proximidad, tal verdad y tanta credibilidad en sus actuaciones. Hay una química en este elenco que parece empatizar de una forma mágica con el espectador. Es cosa de brujería casi porque cada uno, hablando de los principales, se presenta con un rol tan definido y tópico que es fácil caer en la trampa de pensar que estaremos ante una sucesión de escenas encorsetadas. Craso error.
Hay una cosa que no me convenció mucho de la serie pero que hay que concederle dada la extensión temporal que pretende abarcar: la falta de un ritmo constante en cuanto a los períodos que asume. Podemos ver cómo pasan años de un episodio a otro y sin embargo detenernos durante varios episodios en un plazo mucho más corto. Otra cosa son las ‘acciones de mago’ que siempre juegan a favor de la banca en este caso, cosas convenientes para la progresión de la historia que resultan a veces descaradamente oportunas. Son cosas que al final te van a dar igual pero que exigen concederle al menos el beneficio de la duda.

Porque en el fondo todo se trata de una cuestión de matices y de evolución porque sí, la mayoría responderán más o menos como se espera de ellos, pero siempre hay una puerta abierta a la sorpresa, a la improvisación y a la humanidad, un rasgo más o menos presente en ellos pero que de alguna manera les acaba conectando. Y para redundar más en ello está el crecimiento de cada uno a medida que van desarrollándose las tramas, que enriquece aún más a todos.
A saber, tenemos a Joe MacMillan, interpretado por Lee Pace, a quien recordarán por estos pagos por ser el pastelero de Pushing Daisies (o ‘Criando malvas’, en español). Se trata de un tiburón del marketing, un auténtico capullo que en el momento en el que le conocemos viene rebotado de trabajar en IBM -el gigante de la época- y como algo próximo a lo que hoy conocemos como gurú de la publicidad y las ventas. Su cabeza, su labia y su capacidad maquiavélica para poner en marcha sus planes constituyen uno de los principales motores de la serie, sobre todo al comienzo.

Gordon Clark (Scoot McNairy, a quien conocemos de Narcos México, por ejemplo) es un trabajador desmotivado que pasa sus horas en una empresa electrónica cuyo principal éxito hasta el momento fue hacer radios. En su bagaje, nunca se acaba de explicar del todo, parece obrar algún tipo de fracaso en torno a un ingenio informático que, dada su naturaleza pusilánime, le ha acabado por hundir. Así que su rol diario es, básicamente, calentar la silla. De este ánimo hace uso Joe para convertirlo en su peón particular durante la primera temporada pero lo cierto es que este contacto tan estrecho les acabará convirtiendo en inseparables, vaivenes e idas y venidas aparte. Y es en esas montañas rusas anímicas donde el anodino ingeniero va ofreciendo notas de una compleja personalidad en la que, por si se lo estaban preguntando, tampoco es que reconozcamos a un genio.

Donna Clark (Kerry Bishé) es otro personaje que, a medida que progresa la serie, va explotando todo su potencial. Hasta se diría que llega un momento en el que se pasa de rosca. También es ingeniera informática pero sucede que es la mujer de Gordon y el hecho de estar casada la convierte en la esposa que se supone que debe ser, más aún atendiendo a los usos de la época: entregada en casa y renunciando a un futuro profesional solo por el hecho de ser mujer. Pero una de las evoluciones más espectaculares de Halt and Catch Fire es la de su despegue, a partir del cual destroza cualquier techo de cristal (podrían ser de mármol si quisiera) para auparse a la cima. No siempre con métodos muy amables, todo sea dicho, lo que generará no pocos roces con el resto de personajes.

Dejamos para el final de este repaso al póker principal de la serie a Cameron Howe, interpretada por la canadiense Mackenzie Davis. De primeras es la joven estudiante rebelde e indisciplinada que se abre camino con talento y descaro. Entra en la vida de todos a partir de su labor como desarrolladora del ordenador en el que trabajan Joe y Gordon. Pero pronto queda claro que su mente vuela mucho más alto y es de su cabeza y de sus manos como surgen algunas de las ideas disruptivas que, como ese teléfono analógico del que hablábamos, hoy parecen superadas pero en el momento fueron visionarias.

Alrededor de estos cuatro hay más. El ‘quinto Beatle’ podría ser Bosworth, encarnado por Toby Huss (Carnivale y mil cosas más), otro de los rostros más conocidos de la producción a priori. Es un secundario en el sentido más amplio de la palabra y aunque esa evolución de la que hablamos también va con él (porque es la misma vida) al final queda más relegado al papel de conciencia paternal para el resto, sobre todo para Cam. Y eso es interesante también porque las relaciones paterno/materno-filiales de algunos personajes son, cuanto menos, tormentosas.
Hecha esta pequeña presentación, volvemos a la loas y alabanzas. Que Halt and Catch Fire sea una obra maestra tiene que ver, principalmente, por cómo se articulan las relaciones entre todos estos personajes de acuerdo a sus pulsiones personales y ambiciones profesionales. Porque lejos de situaciones forzadas o sobrevenidas, se trata de algo orgánico que también evoluciona al ritmo de sus protagonistas y que, cuando llega el momento, facilita que todo encaje como un puzle sideral. No sé si para tanto como asegura la plataforma -”Una de las mejores series de la década de los años 10” (se emitió de 2014 a 2017)- pero sí como para querer devorarla capítulo a capítulo. Eso es lo que me ha ocurrido.

Es complicado transmitir cómo te deja interiormente ver algo así, en lo que todo está tan bien hilvanado que te deja con la sensación de que tú también has formado parte de la historia. En mi caso ha llegado hasta tal punto que he asistido con una pena extraordinaria al visionado de los últimos capítulos. Quería hablar del final y, por una vez, creo que no será difícil hacerlo sin desvelar nada. Y es que se podría decir que hay algo que ocurre a falta de tres episodios que ya podría considerarse un punto y final.
Pero no: desde ese momento impactante aún quedan tres capítulos más que uno se pregunta cómo iban a llenar. Y aunque es cierto que se hacen bastante lentos y definitivamente -esto sí se puede decir- la historia en sí se deja algo de lado en favor de ver qué pasa con los personajes. Esa pausa, esa genial focalización en lo que es cada cual pasado tanto tiempo -la serie abarca casi dos décadas-, en ver hasta dónde les ha llevado cada camino trazado, cada decisión tomada… está narrado con una extraordinaria sensibilidad y resulta de una hondura estremecedora. Cada uno acaba siendo mejor que el anterior. Una confesión: desde ese episodio que les digo salí casi a llantera por visionado.
Informática, internet y relaciones personales. Menudo cóctel tan simple para una serie de época. Qué fácil parece en ocasiones. Hay más elementos que encumbran la producción: la siempre delicada fotografía o la música, un pilar incombustible que acompaña el viaje en el tiempo que propone el guion. Y por supuesto, las palabras. Joe es el tipo con más labia pero es que aquí todos tienen algo que decir en el instante preciso y es por ello que se dan conversaciones de una frescura, una inteligencia y una naturalidad que definitivamente, si vienes de ver Juego de Tronos, parecerán de otro planeta. Es otra liga, ciertamente, no tan mainstream pero definitivamente mucho más valiosa y que reivindica, como hicieron las mejores, el respeto por quien está al otro lado de la pantalla.
Posdatas:
1 / La música. Aquí les dejo una lista de reproducción que pulula por YouTube. 150 canciones. Disfruten.
2 / El nombre de la serie. Halt and Catch Fire «hace referencia a la instrucción de código máquina Halt and Catch Fire, que hace que la unidad central de procesamiento de la computadora deje de funcionar» (Wikipedia).
3/ La intro. Cortita, al pie y sin botón para saltártela (¡cómo la echaré de menos!).
4 / Mujeres empoderadas. Tiré el texto por lo sentimental y creo que no le di la suficiente importancia a lo que la serie tiene también en torno al papel de la mujer en el mundo de la empresa y en la sociedad en general. Donna, Cameron y Diane -otra de los secundarios- son ejemplos de resiliencia frente a un contexto bastante machista y en la que se ven obligadas a poner sobre el asador mucho más que su talento para hacerse respetar. Espoiler: lo consiguen, también en la vida real.