Un sueco pinta en Madrid (mujeres desnudas)

Seguramente el nombre de Bengt Landin (Estocolmo, 1946) no les diga nada. No creo que sea algo extraordinario dado que este sueco es un personaje del que se puede decir sin ambages que ha pasado sin pena ni gloria en el mundo del arte. No obstante, en su historia de “fracaso” delata, no obstante, una personalidad muy peculiar y que ha dado para dejar como legado obras muy especiales en la que el hilo conductor es la ausencia total de encorsetamientos: ni se ciñe a un tipo de técnica concreta ni a un soporte. Solo parece existir un gran tema que da empaque al conjunto: el erotismo y la mujer desnuda como gran protagonista.

Buena parte de su colección se puede ver hasta el domingo 21 de mayo en la sala de exposiciones que, bajo el título ‘Un sueco pinta en Madrid’, tiene en su Casa de la Cultura el ayuntamiento de Navacerrada. Es allí donde se exhiben hasta 50 obras de Landin, la gran mayoría, salvo cuatro o cinco, de esta temática erótica: cuerpos femeninos individuales o en grupo, detalles y escorzos sensuales, provocativos algunos, más intimistas otros, y con un sinfín de colores, estilos y soportes.

El paseo –breve, indudablemente- por la sala no está exento de sorpresas. Es verdad que el tema puede resultar un tanto comprometedor, por lo que es digno de aplauso que el consistorio serrano haya dado luz verde a la programación de la muestra. Es cierto, decimos, que los cuadros son muy explícitos. No pornográficos, dejemos esto claro. Hay varios especialmente subidos de tono pero lo cierto es que la mayoría traslucen más una admiración por el cuerpo femenino que una pulsión sexual. Se lee en las cartelas de la sala que esta es una obra “formalmente maldita, al borde de la corrección política o social”.

La excepción a este “tratamiento casi permanente de la figura femenina” son “sus magníficos paisajes urbanos”, en los que reconocemos Madrid desde dos puntos de observación: la Casa de Campo, desde donde nos asomamos a la Almudena y la Torre España; y la plaza de Colón, en versión de día y de noche, siempre concurridas y llenas de vida que Landin refleja con una cierta dosis de espíritu naif.

La vista desde Colón no es casual y les contamos por qué. Resulta que tras estas obras tan sorprendentes hay una historia a la altura del personaje cuyas principales anécdotas nos la cuenta en primera persona el comisario de la exposición, el también pintor Javier Astarloa. Que Landin tuviera un estudio en la calle Goya, cerca de esas pinturas de la plaza de Colón, puede no ser la más emocionante pero ya nos habla de la querencia del pintor por nuestro país. Fue aquí donde permaneció desde 1990 y después de haber viajado por el mundo “como buen vikingo”…

Pero España tampoco ha supuesto el final de su viaje, nos cuenta Astarloa ya que, “hastiado de su fracaso”, Bengt Landin decide irse a África, a un ritmo de vida más pausado, concretamente a Gambia. Sin embargo, antes de hacer las maletas decide deshacerse de toda su obra. Recordemos que esta constante alusión a su mínima repercusión en el mundo del arte es casi constante en los paneles y en las palabras del comisario quien, a partir de ahí, quiere poner en valor la obra del protagonista. Tal es así que, antes de tomar el avión, Landin plantea llevar todas sus creaciones a la plaza de Salvador Dalí de Madrid y dejarlas en el suelo para que cualquiera se las pudiera llevar: “Espero solamente que la policía o la limpieza no vengan antes”, deja escrito.

Se trata de lo que él mismo denomina como “La solución final” antes de preguntar a su amigo qué le parece la idea y firmando la misiva donde le cuenta su idea como “Bengt (el artista fracasado)”. Por supuesto, Javier Alonso Astarloa hace todo lo posible por quitarle la idea de la cabeza y animarle a que, ya que se iba del país, que dejara su obra a salvo para, entre otras cosas, poder darle una mayor difusión.

El comisario de la exposición no llegó a tiempo del todo. Landin le confesó haberse deshecho ya de decenas de obras. Pero al menos le legó el resto, fruto de lo cual podemos ver las pinturas ahora en Navacerrada o, en 2021, en una localidad próxima: Mataelpino. Tanto en una como en otra también se pueden adquirir: según uno de los textos que se pueden leer, “ocho personas poseen obra suya”.

Reconozcamos que algunas de ellas serían de difícil encaje en una casa media porque cuando decimos que la heterodoxia de los soportes que usa es extensa es porque incluso recicla para su labor objetos que recoge de la basura: así, los más imponentes son los dibujos hechos sobre tres inmensas cortinas o puertas que recoge de la calle, por ejemplo. También usa planchas de poliestireno para hacer figuras, como la de una mujer que se integra en otra obra mayor o la de un gato que recibe al visitante colgado del techo: los gatos, al parecer, también son muy del gusto del artista sueco.

Pero en realidad, esta disparidad de materiales y técnicas que usa remiten, sobre todo, a un profundo dominio de sus destrezas y a una filosofía personal que le llevan a que, ante casi cualquier obra, sintamos que hay un mensaje que subyace las figuras. Nos cuenta Alonso Astarloa que Landin tiene una formación artística que incluye Bellas Artes y Fotografía y eso se nota en la intencionalidad y en la valentía de quitarse todo tipo de complejos en cuanto al tema y las formas de abordarlo, sin complejos e introduciendo elementos muy originales.

Citemos dos, por señalar alguno: la cortina con la silueta puntillista de Marilyn Monroe en la que, cual rayos de sol emanando de la figura, se leen píldoras que la actriz dejó en entrevistas a lo largo de su vida. El otro se llama Cristiana. En el cuadro se ve a la mujer en varias poses y alrededor de ella extractos de las conversaciones que el artista mantuvo con ella para fijar una fecha para que hiciera de modelo.

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Carmen Valero, de la Asociación Española de Pintores y Escultores (AECA), también ha elaborado un texto ex profeso para la exposición sobre Landin. Algunos extractos que apoyan el interés sobre esta figura:

Landin dibuja y pinta con frenesí. Es exigente con el dibujo, idea germinal de la forma. Sabe que el dibujo es importante, fundamental, punto de partida del cuadro. El dibujo también late en los fondos, en la abstracción incluso”.

“Junto a la figura humana aparecen de vez en cuando signos, que son símbolos o códigos de una dicción propia, de un lenguaje que le  pertenece. Composición y ritmos harían el resto”.

“El pintor sueco expone en los centros culturales de Madrid, su pintura es bien recibida por los visitantes pero vender es otra cosa […] La soledad comienza a envolverlo como una capa gélida. Los cuadros se apilan a su alrededor y parecen retarle en su inmovilidad […] Amigos y colegas le admiran. Le animan. Pero su pintura sigue ahí sin despegar, sin encontrar salida. Se llamó a sí mismo ‘artista fracasado’”.

“Algunos artistas como John Chamberlain, desalentados, quemaron toda su obra. Una pira que era como una purificación, un sacrificio inútil a los dioses invisibles. Era la única manera de entrar limpio en una nueva etapa. ¿Qué etapa? Había que partir de cero y buscar. Seguir buscando”.

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Es precisamente esta llamada personal a reinventarse la que ensalza Javier Astarloa como todo un rasgo de valentía por parte de Landin, más aún a los 77 años y más aún dado que su elección, una zona de preferencia musulmana, no parecen invitar a proseguir las temáticas tan explícitas sobre las que versa casi toda su producción, reflexiona el comisario de la muestra.

Pero saldrá adelante, sin duda. Es la vida de un “vikingo” que es artista pero que también ha sido cocinero en hoteles e incluso en buques de carga. Un sueco que viaja, un sueco que forja su destino, un sueco que pinta en Madrid. No parece tan fracasado, después de todo.

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