
Tomando en consideración un nuevo baremo de medición personal que me invento aquí y ahora y que consiste en relacionar expectativas e identificación como variables principales, he de decir que ‘Facundo de Zuviría. Estampas porteñas’ es una de las que a priori me han gustado menos pero, paradójicamente, más me han hecho sentir identificado, por el estilo y por el mensaje.
Es la obra expuesta del fotógrafo argentino un ejercicio de documentación de la ciudad de Buenos Aires que se dilata tanto en cuanto a la extensión de haber cubierto una de las mayores metrópoli del mundo como en el tiempo, ya que el porfolio que presenta Fundación Mapfre abarca imágenes tomadas a lo largo de varias décadas que, por resumir muy someramente lo que se ve, a veces difieren entre poco y nada.

Volvamos a lo de la metrópoli. Facundo de Zuviría (Buenos Aires, 1954) es uno de los referentes de la fotografía latinoamericana y, aunque ya solo por ello incluye en su obra una completa colección de imágenes que se salen de los rigores de esta exhibición, sí que es sobresaliente su querencia (“pulsión vital”, lo denomina el folleto de la sala) por levantar acta de lo que tiene más a mano, que no es otra cosa que las calles y los barrios de su ciudad natal.
Lo hace, no obstante, no al uso de otros grandes fotógrafos ‘de calle’ que forjaron su leyenda en la captura de escenas costumbristas de sus urbes o de sujetos pintorescos. En el caso de Zuviría, hay una complejidad aspiracional que se traduce en guiños a lo que, presuntamente, es más fácil de retratar; y, dicho sea de paso, lo que tiene aún más próximo: los comercios, los letreros, los escaparates, las fachadas, portales o carteles que pueblan cualquier ciudad, por invisibles que nos resulten en el día a día.

Bien, pues De Zuviría baja al fango de anotar con su cámara toda esa imaginería que, si lo piensan, no hace más que retratar no algo concreto sino que contribuye a una foto mayor, la del conjunto del aquí y el ahora de un lugar en un momento concreto de su historia. Que, en su caso, y como reseñan los textos de la sala, viene a ser inmediatamente después de la caída de la dictadura de Videla, en octubre de 1983. Surge entonces el florecimiento de esta continua recurrencia a lo largo de los años la que le confiere a su obra y a esta exposición que nos trae Fundación Mapfre ese valor añadido que configura su ojo entrenado, su depurada técnica y, aún más que todo eso, un estilo y una personalidad propia: un objetivo, en definitiva.
Hay otra peculiaridad en las imágenes que puede pasar igualmente desapercibida: ¿dónde está la gente? Uno se imagina la capital argentina como un continuo bullicio por doquier y, sin embargo, es casi imposible ver un rostro reconocible en ninguna de las fotos. Otra genialidad, tal vez: la de dar fe de toda nuestra actividad, nuestro ingenio y nuestras miserias a través de lo que hemos construido. Es ese rastro, esa esencia que queda impregnada en las paredes, en los escaparates o en las persianas que cierran las ventanas las que nos dicen: hay o hubo vida que dejó su huella, aunque no la veas.
De ahí surge otra consecuencia obvia: la de la nostalgia y la pena, seguramente, que tocará a quienes perciban en las imágenes de verdad lo tangible del paso de los años. Reconocerán en ello cómo las tipografías, las marcas, la publicidad, los objetos que se venden o los elementos urbanos pertenecen a épocas pasadas, irrecuperables e irreconciliables con un presente en el que esa quietud y armonía que transmiten las fotos parecen haberse perdido en el tiempo. Otra píldora que se lee in situ: “…un resplandor fugaz, casi póstumo, que envuelve a la ciudad un segundo antes de que desaparezca para siempre”, cita de Alan Pauls en ‘El factor Borges’.

Todo esto viene a ser una especie de denominador común que también marca el corte de series muy concretas que en la exposición adquieren entidad propia. Son las denominadas ‘Pop vernáculo’, ‘Siesta argentina’ y ‘Frontalismo’.
‘Estampas porteñas, según se entiende de los textos de la exposición, parece un resultado casual dado que se ensalzan las características «pop» que remarcan las imágenes con las que fue captando la esencia de la ciudad bonaerense.

‘Siesta argentina’ responde a eso que comentamos acerca del retablo del momento, del mosaico que, a través de pequeñas ventanitas, atestiguan ese contexto que, en el fondo, es el germen de la idea que persigue. Y en este caso el tema en torno al que versa es la crisis económica que azotó Argentina a comienzos de siglo XXI y que tuvo como momento más dramático el llamado ‘corralito’, mediante el cual se bloqueó la retirada de fondos por parte de la población. Se trata de una serie en la que esa nostalgia gris se torna en un grito desesperado desde las cancelas y candados cerrados para siempre de comercios extintos o de la rabia de la calle en pintadas, etc.
‘Frontalismo’, por su parte, representa un conjunto que cobra sentido desde su concepción formal. Y que se basa –el título no engaña- en la toma de motivos desde una perspectiva frontal, perpendicular. El resultado, explica Facundo de Zuviría, “fotografiar diversos frentes urbanos desde un punto de vista perpendicular, a media altura, centrado en la inclusión de ciertos detalles que tienen más de pista que de información documental, me pareció un modo objetivo de representarlos. En el plano fotográfico todos los elementos adquieren cierto grado de equivalencia y nos enfrentan, a su vez, con la geometría de la imagen y su textura”.
Es aquí donde, por volver al comienzo, encuentro mi identificación con este artista. En mis tomas también tengo una querencia por este tipo de fotografía e incluso por una búsqueda de estas mismas perspectivas. No sé, no creo que lo mío dé para mucha exposición de postín pero al menos, entiendo esa vis vocacional mediante la cual entiendes que las tomas de hoy son billetes al pasado en el vagón de la nostalgia. Y aunque solo sea por recordarnos eso, merece la pena. Corran, que el tren espera en el andén de Fundación Mapfre hasta el 7 de mayo.
