El Gabinete de las Maravillas de Mr. Wilson

“Mire –concluyó la mujer-. Considero el Museo de Tecnología Jurásica uno de los grandes tesoros del Mundo occidental”.

Como con todo lo que tiene que ver con el MJT, resultó difícil decir si estaba bromeando o no.

¿Qué es o fue real, qué es fabulación? ¿Cómo se define una maravilla? ¿De verdad tienen importancia las respuestas? La reflexión en torno a estas preguntas es lo que mueve el engranaje de ‘El Gabinete de las Maravillas de Mr. Wilson’, un libro editado por Impedimenta que camina sobre la indeterminada línea que separa formalmente el ensayo de la ficción, las guías de viaje e incluso el tratado científico.

Porque si de viajes hablamos, estas páginas que nacen de la pluma de Lawrence Weschler (Van Nuys, California, 1952) son en el sentido estricto una invitación para descubrir el sorprendente Museo de Tecnología Jurásica (MJT) de Los Ángeles. Se trata de un espacio real y visitable que, más allá de lo que presagie su denominación, acumula en sus salas un estrambótico catálogo de objetos y material sin una conexión aparente más allá de ser considerado como lleno de ‘maravillas’, como reza el título.

Una hormiga ‘zombificada’ por un hongo, el cráneo cornudo de una mujer, un hueso de ciruela tallado para mostrar una minúscula imagen bíblica… La colección es tan heterogénea que cabe preguntarse legítimamente el porqué de tan peculiar selección. Es ahí donde Weschler ahonda en la personalidad del creador del museo, David Wilson, un personaje tan cautivador como misterioso de cuya vida iremos conociendo poco a poco, a medida que las confianza fluye entre él y el autor, tan fascinado por el lugar que lo hará un motivo de peregrinación casi constante.

En esas continuas visitas se va presentando igualmente la historia de muchos de los objetos expuestos. Y es ahí donde reside el encanto y la sorpresa del visitante y del lector, dado que cada ítem está acompañado de ‘biografías’ en las que la ficción, la leyenda, la ciencia, la poesía y la realidad se entremezclan no siempre de una manera clarividente -y mucho menos aclaratoria- acerca de la verdadera naturaleza del objeto en cuestión.

En paralelo, la obra también abre la puerta a la reflexión en torno a otro hecho que a día de hoy pudiera parecer superado: la génesis de los museos actuales, generalmente tan especializados en un campo determinado. Frente a esta concepción más o menos moderna, este museo angelino y su heterogénea colección remiten a las Wunderkammern o ‘cuartos de maravillas’ que empezaron a popularizarse a partir del siglo XVI. Fueron, de hecho, los primeros esfuerzos por reunir bajo un mismo techo elementos que, pese a su aparente disparidad, tenían como objetivo dar fe de los prodigios con los que nos obsequia el planeta, la naturaleza o la humanidad.

De acuerdo a este afán recolector se hacía posible encontrar en un mismo lugar todo tipo de cosas lo que, a su vez, sirvió posteriormente para estimular el conocimiento de ramas específicas de la sociedad, especialmente todo lo tocante a la historia natural y humana. Además, el legado de estos primeros ‘cuartos de maravillas’, catalogado convenientemente por sus mecenas, traspasó fronteras y anticipó una concepción más científica de cuanto nos rodeaba, más aún si muchos de estos tesoros llegaron entonces desde geografías recién exploradas.

Estas colecciones, generalmente privadas, se mostraban en habitaciones, locales o incluso en muebles. De cualquier manera, constituyeron el embrión de museos que han llegado hasta nuestros días. Son vestigios de un pasado que nos queda lejano ya. Por eso, que el MJT de Mr. Wilson haya sobrevivido hasta nuestros días es un motivo en sí mismo para que ejerza tanta fascinación en quienes lo visitan. Fue así con el autor de la novela y es así con quien se detiene ante un local ubicado casi anónimamente en una calle cualquiera de Los Ángeles.

Además de esta breve alusión a la historia de la museografía, es indudable que lo que importa y le da un aura casi mística al libro es todo lo que tiene que ver con el creador del museo. Lawrence Weschler aborda la visita -la primera al menos- con un escepticismo patente ante lo que se contempla y, sobre todo, al contexto que se aporta a los artículos.

Y es ahí donde ‘El Gabinete de las Maravillas de Mr. Wilson’ entra en un terreno en el que tanto lo que acompaña al objeto en cuestión como las palabras de su creador provocan en el interlocutor la duda de si lo que se cuenta es o no real, es o no historia o si es o no ciencia. Es el aplomo del director del recinto y la seguridad manifiesta en sus palabras, carentes de todo rasgo de ironía, el primer contrapeso a la incredulidad. Y aunque el autor, periodista vocacional, traslada su obsesión por el lugar a la tarea de comprobar la veracidad de las historias, son estas tan intrincadas, tan complejas y tan rocambolescas que acaban siendo inalcanzables de puro escurridizo.

La historia que narra el libro, no obstante, no ha acabado, porque el museo sigue abierto en la actualidad y es perfectamente visitable. Puede confundir que su página web sea casi un fósil de las primeras épocas de internet (sólo la parte de la tienda online tiene un aspecto actual), pero lo cierto es que todo el conjunto aporta a esta sensación de encontrarse en unas estancias descritas en las que parece existir un cierto sentimiento de claustrofobia.

Pero aún con eso, reportajes y libros como el que nos ocupa han popularizado el lugar y hay quien se queja incluso de haberse masificado un poco. Ciertamente el horario de apertura es tan peculiar como lo que contiene pero si a uno le pilla alguna vez por la zona y se puede permitir darse el paseo, entrará en uno de los espacios más particulares que pueden verse hoy en día. Y en todo caso, nos quedará el libro, claro.


A la hora de recopilar información dí con este artículo sobre el museo de Clara Rodríguez-Ponga Linares en la Universitat Oberta de Catalunya que merece mucho la pena también.

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