“Desde niño, Rao Pingru tenía talento para la pintura. Nunca asistió a clases, pero le gustaba dibujar figuras e ideogramas en un mundo sujeto al imperio de los signos: la escritura, la caligrafía y la ilustración con tinta y acuarela”

Es una pequeña introducción, apenas unas líneas que se leen en la contraportada de La historia de Pingru y Meitang y que explican que, al final de la lectura, acabemos casi sin remedio con una lagrimilla de emoción ante lo que hemos contemplado. Y no digo leído, que también, claro está, porque estamos ante un libro voluminoso que, por supuesto, parece tener las letras como plato principal. Sin embargo, más allá del negro sobre blanco, la narración encuentra su razón de ser en la trayectoria vital de su protagonista y autor que, a modo de una autobiografía, describe los principales episodios de su vida de una forma absolutamente deliciosa a base de textos y, sobre todo, de dibujos.
Sin estas ilustraciones ya estaríamos ante un libro que merecería mucho la pena por lo que tiene de documento acerca de un siglo XX en el que China y los chinos apenas tuvieron un momento de respiro en sus vidas por culpa de guerras, revoluciones, contrarrevoluciones y mil escollos que, en la mayoría de los casos, trastocó la existencia a millones de ellos, en muchos casos de manera irreparable. La historia de Rao Pingru responde a uno de estos ejemplos en los que, de una manera u otra, todo apuntaba a drama.
Nacido en una ciudad de provincias, Pingru dibuja con aires detallados, trazo infantil y colores planos toda su existencia, desde su niñez con la familia hasta todas las vicisitudes por las que va pasando que, como hemos señalado, no son pocas: participa en la guerra contra Japón, posteriormente en la guerra civil china luchando contra los comunistas de Mao. Posteriormente es recluido en un campo de reeducación donde pasa dos décadas alejado de sus seres queridos…

Pero entre tanto sinsabor sobresale una historia de amor que, a decir verdad, es el principal leitmotiv del libro: su relación con Meitang, una vecina a la que conoce cuando era niño y con la que, tras un breve reencuentro años después, se casa y pasa ni más ni menos que seis décadas a su lado. Por eso, el libro hace mucho hincapié no solo en los episodios que va atravesando Pingru sino en el cómo afecta eso a su historia familiar, siempre en su cabeza como máxima prioridad. De ahí que sus ilustraciones sean tan valiosas: cuentan la historia de una pareja con todas sus cosas cotidianas, sus problemas, sus anhelos, sus esperanzas y sus rutinas pero, de la misma manera, viene a significar lo que mucha gente pudiera estar viviendo en aquellos tiempos por mor de la situación política que les tocó vivir.

Otro de los méritos del libro es que todos los dibujos de Pingru se hicieron precisamente a partir del momento en el que falleció Meitang, cosa que sucedió en marzo de 2008. Por una parte, para mitigar el dolor de la pérdida y por otro, para preservar la memoria de cara a sus descendientes. El resultado fueron una serie de cuadernos elaborados durante cuatro años en los que el catálogo de dibujos, las profusas descripciones (aparecen en chino original pero están traducidas) y la atención a los detalles más nimios, aquellos que solo tienen importancia para quienes lo viven, constituyen un conjunto que rivaliza con esos primeros minutos de la película Up en la que, de una forma más o menos similar, se presenta la vida del protagonista y su pareja.

Y aún así, y aunque todo invita a leer el libro con un pañuelo cerca para contener la lagrimita, el tono general, aún en los momentos de máxima desesperanza, no puede sino invitar al optimismo. Pingru siempre ofrece una cara amable, estoica, honesta y un punto inocente que tinta todo y que invita a una revisión tan amable y cercana a lo que va contando.





En España, La historia de Pingru y Meitang ha sido publicado por la editorial Salamandra. Se trata de un libro de factura excelente, con un bella portada, más de 350 páginas y un respeto extraordinario por los dibujos del autor en su interior, a los que acompaña no solo el texto original sino notas de traducción e incluso una pequeña parte en la que se incluyen las cartas de Meitang a Pingru durante los años que tuvieron que estar separados. Se trata de un libro precioso, emotivo y muy ilustrativo –en sentido literal- de una parte de la historia que ha contribuido a construir la China de hoy.