The Control Room. ¿Qué necesidad?

Un chico apocado, normal, discreto, acostumbrado a no llamar la atención, es el protagonista de The Control Room, una miniserie británica que se presentaba como “el thriller revelación que nadie ha querido perderse en Reino Unido” y que, desde España, solo podemos preguntarnos el por qué antes de confirmar que, definitivamente, los ingleses son más bien raritos. Se supone que la producción, de tres episodios de casi una hora, debe engancharnos porque sale “del equipo detrás de Sherlock” pero claro, ni la historia es la misma ni los actores se parecen en nada. Y así les va.

Peco de duro en este arranque aunque reconozco, así entre nosotros, que la serie tampoco está tan mal, que para lo que dura te resuelve un rato tonto, por mucho que al final tengas la sensación de que has perdido un tiempo que podrías haber empleado a mover el cursor por las miniaturas de los menús de la plataforma en cuestión. De hecho, el primer capítulo es intrigante. En el mismo, Gabe, el personaje principal, que trabaja en un centro de atención telefónica de emergencias de Glasgow, tiene que responder la llamada de una presunta asesina que parece conocerle de algo. A partir de ahí los acontecimientos se suceden en una suerte de ‘patada hacia delante’ continua en la que todo, sin apenas excepción ni coherencia, parece enmarañar el futuro del otrora anodino personaje.

Y es que, al margen de esta catastrófica sucesión de desdichas a las que atendemos y con la que no nos queda otra que compadecemos del protagonista, lo que subyace del asunto es que no sabremos casi nunca a qué atenernos con la serie: ¿es una comedia, un drama, una ficción policíaca? Es todo y nada, un batiburrillo. Aunque la mezcolanza de géneros es algo habitual hay algo aquí en The Control Room que no acaba de funcionar del todo.

Una de esas cosas son las trampas del guión. Por supuesto que aquí nada será lo que parece. La trama está aguardando que nos confiemos para ir desgranando sucesos del pasado que afectan a los personajes y que acaban por explicar tanto el desarrollo de la relación entre los protagonistas, la actitud de Gabe ante la vida o los traumas de uno y otro.

La gran ventaja que tiene la producción es que es corta, y el hecho de que haya un continuo in crescendo anima a llegar al final. Aunque respecto a esto, he de añadir que personalmente me dejó un poco fría la resolución, forjada a base de situaciones inverosímiles y de un abuso constante de flashbacks que acaban por enturbiar un poco la experiencia. Algo así como un “venga, ya, ¿qué será lo siguiente?”.

Lo cierto es que si algo bueno tiene Filmin, que es la plataforma donde se proyecta, es la posibilidad de leer los comentarios de las personas que la han visto y que, ya que han llegado hasta aquí, les transcribo de forma selecta (y posiblemente interesada):

“Que pérdida de tiempo precioso viendo este guión de algún niñato porrero que ha hecho una historia pretenciosa, insulsa, de encefalograma plano y ridícula”

“Supertontada”

“Por el giro del final un 3, el resto todo paja agobiante y estresante”

“Deseando que se acabe desde la mitad, no la recomiendo a menos que te guste perder el tiempo”

Y así.

Venga, paro ya, que imagino que se hacen una idea de por dónde van los tiros, incluso sin mencionar las eternas carreras del protagonista por la ciudad de Glasgow (¿no hay transporte público en esa ciudad, taxis, bicis, qué sé yo, algo?). Las cosas buenas hablan del ritmo trepidante que tiene, que es algo cierto: todo el rato están pasando cosas, lo que ayuda a acelerar ante un final que, al menos, no cae en la previsibilidad de todo el minutado previo. The Control Room. Bien para “pasar una tarde lluviosa de otoño con sofá y mantita”, como reza otra reseña, una de las pocas benevolentes. Mal para casi todo lo demás.

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