Leyendas de otoño, la gran novela americana (ahora sí)

Ay, los tópicos…

Poco antes del día de Nochevieja, descubrimos por pura casualidad una tienda que estaba a punto de cerrar por la jubilación de su dueño. Se trata(ba) de un pequeño local llamado Calabria, en Las Matas, que dormía y pasaba la vida (décadas, al parecer) en una calle tranquila de lo que se puede considerar el centro, casi enfrente de la estación de tren. Allí se podían encontrar objetos decorativos (“regalos”), material de papelería y libros. Pero una selección de libros que, si bien incluían textos clásicos de esos que te mandan leer en el cole, resultaba peculiar, con títulos que parecían elegidos de una manera minuciosa y muy alejada de los superventas. Máximo, el italiano del sur que regentaba el lugar, apuntaba con lógica que, siendo el sitio tan pequeño y hasta cierto punto aislado del mundo, tenía que apostar por cosas diferentes. Pena haberle descubierto tan tarde.

Con la liquidación llegaron los descuentos. Y hete a mi siendo buitre sin pretenderlo (al menos la primera visita) en una tienda con estanterías llenas de libros interesantes y unas rebajas que, además, irían a más según avanzaban los días hasta el día del cierre final. He comprado once libros en las dos visitas que he hecho. A lo que voy. Todo esta perorata viene a cuenta de los tópicos porque, como he dicho, en la selecta librería que ofrecía Máximo muchas de las solapas o los resúmenes posteriores incluían expresiones como “la obra maestra de…”, “el mejor ejemplo de no sé quién” o cosas así, grandilocuentes palabras casi siempre extraídas de críticas literarias en medios o secciones especializadas.

Por supuesto, también leí, creo que un par de veces, lo de “la gran novela americana”, que es otra de esas frases hechas que acompañan a muchos textos de estadounidenses y que, así entre nosotros, me provocan tal pereza que me hacen huir sin prendas del libro en cuestión. Pues bien, tengo que decir que me he leído la gran novela americana… definitiva: Leyendas de otoño, de Jim Harrison (1937-2016), de errata naturae editores que, obviamente, también considera la/su obra como un “clásico de la literatura norteamericana contemporánea”.

Y sin entrar en juicios de valor al respecto digamos que, desde luego, es un libro que merece la pena leer, que atrapa desde la primera página y que va tentando las sensaciones del lector a medida que se van tejiendo las historias que propone. Realmente estamos ante un conjunto de tres relatos independientes en los que el punto en común podría ser la violencia –ejercida de varias maneras y en varios planos-, el cierto desprecio o indiferencia ante el futuro y el deseo, en torno al cual se reflexiona desde diferentes enfoques.

La primera de estas historias, que responde al título de Venganza, es el mejor ejemplo de estas cualidades. En ella, el personaje protagonista se enamora perdidamente de la mujer de un amigo íntimo. Y por si la situación no plantea problemas, resulta que ese amigo es el líder de un cártel mexicano. Y sí, claro, dadas las circunstancias habrá una violencia muy explícita y previsible, incluso para el personaje principal y su amante. ¿No lo vieron venir o es que, en pos de vivir al máximo el presente, lo que viniera no importaba?

El segundo de estos relatos es El hombre que olvidó su nombre. Yo diría más bien ‘El hombre que intentó olvidar su nombre’, porque narra el proceso por el cual un personaje considerado muy inteligente, con un buen cargo, con bastantes posibles y con la vida hecha se baja del mundo e inicia un camino no tanto de autodestrucción sino de simplificación, por decirlo de alguna forma. Renuncia a la parte de complicación que tiene la existencia que hemos creado, de la que todos podemos huir en nuestra cabeza pero que nos parecería una locura llevarla a la práctica.

Pues bien, este hombre sin nombre se despoja de todo lo material, o casi, y se entrega a una existencia más liviana en la que bailar, incluso a solas, es suficiente para cubrir sus necesidades existenciales para estupor de sus familiares, que asisten a esta transformación con la seguridad de que está enfermo o, directamente, loco.

De las tres historias que conforman el volumen, esta puede ser acaso la más peculiar en cuanto a su fondo. Propone una reflexión en torno al deseo y a esa violencia que ejerce “el sistema” para obligar a mantenerse en el carril de lo esperable sin estridencias ni excentricidades, incluso desde su entorno más próximo. La sociedad le podría ver como un paria y, no obstante, él asume estos cambios por instinto y por una liberación que pocos, o nadie, entenderían.

La última novela dentro de la novela es la que da nombre al libro. Se trata de una historia familiar que entronca casi con las aventuras más clásicas dado que nos sitúa ante el viaje de tres hermanos que deciden, uno nunca sabrá muy bien por qué, cruzar parte de Estados Unidos, llegar a Canadá y, desde ahí, alistados en el ejército canadiense, viajar a Europa y participar, por una cuestión de resposabilidad moral, en las batallas de la Primera Guerra Mundial.

En este contexto, y pese a la brevedad del texto, se desarrollan unos tipos que, según la editorial, incluyen algunos de los personajes “más memorables de toda la obra de Harrison”. Es el caso del Tristán, “el más libre e indómito de los hermanos”, aunque este viaje en el que la muerte y la tragedia también va con ellos hay un alud de matices que alcanzan desde las escenas más costumbristas de su hogar como las descripciones más truculentas de los horrores de la guerra. Un retablo, en cualquier caso, que remite a un estilo duro, directo y preciso en el que cada palabra tiene su peso en el conjunto.

El por qué Leyendas de Otoño puede considerarse una gran novela americana subyace en los propios temas que, más allá de la cronología y de los contextos, son reflejos de una América más profunda y de la que Jim Harrison es un muy buen conocedor. De hecho, buena parte de su prolífica obra circula en estos escenarios rurales en los que abundan estas pequeñas grandes historias que su talento encumbró a la consideración de clásicos y gracias a los cuales podemos, ahora sí, reconciliarnos con las frases hechas y los tópicos grandilocuentes. Esta sí.

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