Todas las almas: descubrimiento póstumo de Javier Marías

De Todas las almas, de Javier Marías (página 99 y siguientes):

“[…] Tengo un hijo. Ese hijo es aún muy pequeño, no habla ni anda ni por supuesto tiene memoria, todavía no lo comprendo, no sé cómo ha llegado a suceder, me parece impropio de mí, extraño y ajeno, aunque vive con nosotros noche y día, no se ha ausentado un minuto desde que nació y para él no habrá fecha de caducidad, como puede haberla para su madre o para mí mismo, como la hubo para Clare Bayes o para mí mismo (tal vez) hace ahora dos años y medio, al término de mi estancia en Oxford. En cambio para él no hay plazo. Hace poco no era. Ahora es un niño eterno.

[…] Este hijo es muy querido por su madre y por mí, creo yo (para su madre será una deidad transitoria sentenciada a dejar de serlo), pero resulta obsesivo, como supongo que lo resultan todos en sus primeros meses, y hay veces en las que no desearía que desapareciera –no es eso en modo alguno, sería lo último, enloqueceríamos-, pero sí retornar a la situación de ser sin hijos, de ser un hombre sin prolongación, de poder encarnar siempre y sin mezcla la figura filial o fraterna, las verdaderas, las únicas a las que estamos acostumbrados, las únicas en las que estamos o podemos estar instalados naturalmente desde el principio. El ejercicio de la figura paterna o materna es una atribución del tiempo, sin duda un deber del tiempo. requiere adaptación, concentración, es algo que llega. Aún no comprendo que este niño esté aquí y esté permanentemente, anunciando su duración increíble que nos sobrevivirá, ni que yo sea su padre. Hoy salí solo a unas conversaciones y a unos asuntos, y en medio de una de las conversaciones me olvidé por completo de la existencia del niño. Quiero decir que me olvidé de que había nacido, de su nombre, de su cara, de su breve pasado al que tengo la responsabilidad de haber asistido, no simplemente que me abstraje de él durante un rato, lo cual no sólo es normal, sino beneficioso para ambos […] el niño se asemejó a lo que no ha existido, más que a lo que ha dejado de ser.

[…] luego, sin que hubiera nada especial ni concreto que me lo trajera a la memoria, lo recordé. ‘El niño’, recordé. No me importó recordarlo –me alegré-, ni desechar de inmediato los planes que había ido trazando rápidamente mientras charlaba con el impulsor Estévez, un individuo muy alentador y entusiasta. En modo alguno me molestó. Pero sí me preocupé y me sentí culpable por haberlo olvidado, y eso me ha hecho volver a pensar hoy, como otras veces cuando lo miro dormido, si no seré yo su pareja espantosa, si no estaré destinado a serlo puesto que soy capaz de olvidarme por completo de su existencia a los pocos meses de su nacimiento […]”.

***

No lo voy a reproducir también pero, algunas decenas de páginas después, el protagonista de la novela departe sobre la vida pero, sobre todo, sobre la muerte y el envejecimiento, con otro de los personajes, un profesor universitario retirado que pasa los días en su mansión de Oxford. Esa parte también me llamó la atención especialmente. Tampoco es que la novela, aun siendo densa, vaya más allá de lo que se narra para ahondar en materias metafísicas, pero la tensión entre la acción y las ganas del escritor por irse por las ramas acaba regalando al lector despierto este tipo de reflexiones que, por boca de unos u otros, te acaban llegando algo más.

El contexto, como siempre, hace que unas líneas te lleguen más que otras y esas partes sobre la paternidad y la proximidad del fin resaltan en este momento personal en el que, además, la lectura de Marías tampoco es del todo casual. Fallecido este mismo año, a la edad de 70 años, el “escritor español contemporáneo más admirado fuera de nuestras fronteras”, como lo cataloga la editorial que acoge esta obra, había pasado bastante alejado de mi radar. No fue, precisamente, hasta su muerte, cuando me propuse conocer algunos de sus títulos.

Y el primero con el que me he puesto, de una manera bastante arbitraria, he de reconocer, es este Todas las almas. Por lo que descubrí, dado que no he sido un seguidor de la vida y obra de Marías –reconozco que incluso me provocaba un cierto rechazo-, la novela traza las andanzas de un personaje cuya personalidad, rasgos y experiencias, tienen un cierto paralelismo con episodios reales de la vida del escritor.

Estas páginas describen buena parte de los dos años de presencia del protagonista en Oxford, una ciudad que se presenta más que como un escenario, como un ente vivo, paradójico y en el que pulula una fauna muy peculiar, amparada por el omnipresente ambiente universitario. Y esta alusión no es casual, dado que el narrador ejerció como profesor allí y es por eso que buena parte del elenco esté relacionado, de una manera u otra, con el lugar.

Pero lo reseñable de la obra no es que sea un libro, sino que sea casi una ventana a episodios que  le dieron color y vida a la estancia y que discurren entre el realismo más apegado a las verdaderas andanzas de Marías durante su etapa en Oxford y el surrealismo de sucesos que su prosa y su verbo aplicado siembran en el cerebro del lector como una futurible duda de si, de tan extraordinario, realmente ocurrió de verdad.

Es por tanto que, en el desarrollo de la historia, lo de menos sea la historia. Aun existiendo un claro final a lo que se cuenta (el regreso del escritor/profesor a Madrid), la novela se va articulando en torno a esas anécdotas que van plantando ante el lienzo de nuestros ojos paseos por las librerías de viejo de la ciudad, fogosos encuentros con una amante, los infinitos recuerdos de un conserje atemporal o la puesta en escena de un legendario escritor, John Gawsworth, de quien conoceremos buena parte de su vida y de su ‘legado’ como Juan I, rey de Redonda.

Son piezas de un mosaico que, sin la necesidad de una trama cerrada en torno a ningún elemento específico, describen el tiempo sin más pretensión, en apariencia, que la de contar la vivencia. Lo hace siempre en primera persona y casi siempre en presente, si bien es frecuente también que Marías recurra al recuerdo de su personaje para resaltar aquello que sobresale, bien desde Madrid, ya a la vuelta; bien desde la gris ciudad británica.

Como he comentado antes, este primer acercamiento a la obra del escritor comienza aquí. Como en muchos casos en los que uno piensa que una carencia –o un olvido- no deja de representar una oportunidad para recuperar libros leídos, películas vistas o similares, y eso es una de las cosas que me llevo de haberme iniciado con sus libros en este punto. Personalmente me ha sorprendido para muy bien, me ha parecido una escritura compleja pero equilibrada en la que los juegos de palabras y el desarrollo de sus pensamientos y argumentos son una delicia hecha letra. Sirvan, pues, estas líneas, como una suerte de homenaje para con el personaje y de propósito de enmienda y compromiso de continuidad para el que suscribe. Gracias, en cualquier caso.

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