Por si hay que recordarlo, el Periodismo es eso capaz de contar historias que podrían caer en el olvido o, peor aún, enterradas por quienes tienen el suficiente poder para esconderlo a ojos escrutadores. Con la caída del muro de Berlín algunas de estas historias también acabaron por derribar los muros del tiempo para ofrecer ángulos inéditos que expliquen, con una pretensión integral, este escenario que es historia de nuestro tiempo y que supuso una separación forzosa en el corazón de una ciudad durante casi tres décadas y cuyo día a día era la historia de una competición extrema, más o menos pública, entre dos polos opuestos para los que un desliz podría haber supuesto un nuevo conflicto global.
El 9 de noviembre de 1989 aquella mole de hormigón cedió al empuje humano del hartazgo y a la pérdida del miedo acumulado durante tantos años. La desaparición física llegaría después pero aquella noche en la que ya nada pudo parar la realidad, todo iba a cambiar. Y entre las cosas más obvias, el factor humano, claro, las historias de toda la gente que, por fin, y aun con los fantasmas del pasado más reciente, pudo caminar libre, sin miedo, y reencontrarse con seres queridos a los que esta frontera más artificial que ninguna separó de la noche a la mañana, literalmente.

No obstante, la historia que narra El Tunel 29 (Salamandra) no cuenta algo desconocido. Se trata de la crónica de un intento de fuga desde Alemania Oriental hasta la Occidental que sucede en el subsuelo de la capital dividida. Lo relevante del libro en este caso es que se trata del trabajo de una periodista, la británica Helena Merriman (Londres, 1981), que ha documentado toda la historia del episodio, la vida de las personas implicadas y el cómo, en este caso, se añadía un factor adicional que ayudó a dar una notoriedad mayúscula al hecho: la participación de la televisión en el proceso.
El contexto en Tunel 29 es, tal vez, el mayor protagonista. Porque más allá de los progresos de los implicados en establecer esta vía de escape del lado comunista, el ejercicio de documentación del libro permite hacerse una idea de hasta qué punto podía resultar asfixiante y violenta la continua presencia de la Stasi, la policía política afín a Moscú, en la vida diaria de los habitantes de Berlín Este. Tan fascinante para los de un lado como aterrador para los del otro.
Ya sabíamos de algo así a través de innumerables testimonios, reportajes o películas (La vida de los otros es uno de los mejores ejemplos más o menos recientes, por ejemplo), pero hay algo que hace que ni siquiera esta profusión de miradas hacia ese punto permiten hacerse una idea del pálpito de aquellos tiempos en estas latitudes.

Por eso, que el libro profundice en las vidas, con nombres y apellidos, de todos los que estuvieron más o menos implicados en el asunto, es otro excelente vehículo para hacerse una idea de lo que se palpaba. Y en este sentido también encontramos las motivaciones de muchos de ellos. Imagínense que su ciudad quedara dividida ahora mismo, sin que ustedes pudieran hacer nada. Se cortan los lazos familiares, se acaban los abrazos pero también, por mor del férreo control de las autoridades, también cesan todos los lazos de comunicación. A un lado y otro de la estructura también se percibe la relatividad del tiempo, el progreso en un lado, las libertades… una vida paralela a través de un espejo en el que cada movimiento remite a su contrario.
Por eso, la posibilidad de huir siempre, desde el primer día, fue una de las opciones que tuvieron sobre la mesa los alemanes del este, con su vida como peaje, en muchos casos. El paso de los años y el constante goteo de deserciones, cada una entendida como un traicionero puñal en la orgullosa concepción del régimen títere de la URSS, motivaron un creciente celo en la custodia de esta frontera fortificada.
Surge pues la imaginación para eludir estas defensas y, entre las más obvias pero igualmente complejas por logística y esfuerzo, están los túneles. El relato de Merriman versa sobre el que tal vez fue el más famoso, por su éxito y por los medios implicados. No fue el único, ni siquiera el único que resultó útil, pero el libro también habla de algunos casos en los que la gente no salió tan bien parada, principalmente por los chivatazos de agentes de la Stasi, casi omnipresente. Por eso, fue casi milagroso el mutismo con el que se fue ejecutando (que lágrimas costó, igualmente) el intento que describe la obra, lo que permitió que fueran precisamente 29 las almas que dieron el paso y cruzaran por el subsuelo.
El libro toma como personajes principales a dos antagonistas. El de Joachim Rudolph y el de Siegfried Uhse. El relato de la construcción va alternándose con píldoras de la vida de ambos. Del primero conocemos su infancia, el cómo va huyendo a través de la parte oriental del país antes de la venida de los rusos durante la II Guerra Mundial o, al menos, cómo lo intentan, ya que el Ejército Rojo, sabiéndose en el último tramo de la contienda con Berlín como meta al alcance, no escatimó tropelías por el camino. Eso marcó a Joachim para que, pese a huir al lado occidental ya cuando el muro estaba construido, no dejara de idear planes para ayudar a otros a salir de aquel infierno de forma altruista.
Siegfried, por su parte, representa el otro punto de vista: el del cómo una persona normal acaba siendo una valiosísima pieza para las tareas de espionaje de la Stasi. Como en otros casos, la incorporación al cuerpo no fue por convencimiento ni ideales, sino por un chantaje: fue amenazado con publicitar su orientación sexual, algo que en aquel momento le hubiera supuesto bastantes problemas si no el encarcelamiento.

Sin embargo, ni su inexperiencia ni el miedo cercenaron una trayectoria en la que su habilidad fue clave para que las autoridades del Este desmantelaran proyectos similares al que narra el libro. Es cierto que no se pudo enterar de este episodio, pero acabó retirándose condecorado del cuerpo de espías cuando estos ya dieron por hecho que no podrían explotarle más.
Gracias al uso de tanto material, Helena Merriman también trae a colación la vida de numerosos secundarios que tienen su papel en la trama y que pueden remitir al tipo medio que quedó en el Este. Gente de todo tipo que tienen en común la normalidad pero obligados a cosas extraordinarias como cavar un túnel o, mirado desde el otro lado, jugarse la vida para huir. Otro de los ‘actores’ principales del libro es el papel de la televisión americana.
Esto es importante porque durante el libro no faltan las alusiones a la relativa neutralidad de acción que mantienen desde la parte occidental ante las provocaciones rusas y, sobre todo, Estados Unidos, que era la principal dominadora de esa parte. Es cierto que durante los años de la Guerra Fría, Berlín era el único lugar del mundo donde ambas superpotencias se veían las caras desde los tanques. Por eso, más allá de los gestos y las bravatas, se extremaban las precauciones a la hora de apretar un gatillo. El riesgo de la guerra nuclear estaba en juego.
Pese a ello, no muchos entendieron la pasividad de Washington ante la construcción del muro, aunque a partir de ahí ya sí que se fue entendiendo mejor la relativa contención ante colaborar abiertamente con cualquier intento de fuga. Por eso, el concurso de una cadena de televisión en la financiación de uno era uno de los secretos más delicados del conflicto. Con la idea de reportajear un intento de fuga de principio a fin, la CBS entró al trapo y suministró dinero y materiales a cambio de grabar cada minuto de la fuga. El resultado, se cuenta en la obra, fue un documental, ‘El túnel’, que pasó por muchas vicisitudes antes de poder ser estrenado e incluso tomado como ejemplo, para el público norteamericano, de cómo era la vida en la dividida Berlín y hasta qué punto su gente tenía que jugarse la vida para salir de la zona comunista.
Ese documental se puede ver actualmente en youtube, lo dejo aquí mismo: