Saga Pórtico: Robinette, Heechees y un universo a medida

Suele suceder que, en la literatura en general y con la ciencia-ficción en particular, la premisa con la que se concibe la obra suele empezar a marcar un contexto que, a lo mejor de una manera inconsciente, permite al lector visualizar o anticipar partes del argumento que seguirá a continuación. A partir de ahí, el talento del escritor ya llevará la historia por unos derroteros u otros pero, de inicio, la idea es algo que puede marcar la diferencia.

En muchas ocasiones, por desgracia, la premisa se diluye y la efervescencia decae.

Eso ocurre un tanto con Pórtico, la saga de ciencia ficción escrita por el estadounidense Frederik Pohl que narra las vicisitudes del prospector Robinette Broadhead, su ascenso desde las minas de alimentos de Wyoming, su pelotazo como descubridor de unas importantes instalaciones Heechee y su posterior papel en el devenir del universo. Casi nada.

Empecemos por aclarar conceptos. La serie articula su argumento, al menos el de la primera novela de las cinco que constituyen el conjunto, en torno a la vida que se desarrolla en Pórtico, un asteroide que orbita próximo a Venus en el que la raza humana ha descubierto una completísima infraestructura extraterrestre compuesta por túneles, algún que otro objeto en apariencia inexplicable y, lo más prometedor, casi un millar de naves intactas, en apariencia.

El hallazgo adquirió mayor trascendencia porque, si bien el tiempo que todo ese material llevaba abandonado se podía cifrar en seis dígitos, las naves se mantenían plenamente operativas. Y los humanos, curiosos por naturaleza, se lanzaron con ellas a conquistar el espacio. El problema es que estos ingenios tenían destinos prefijados que para nosotros, tristes mortales, podían conducir a la gloria o -lo más probable- a una muerte espantosa. Sin embargo, esta especie de ‘conquista del Oeste’ interplanetaria es algo así como una salida para quien decide jugarse el todo por el todo y por eso no escaseaban los personajes que, sin tener nada que perder, se embarcan en esta epopeya.

Y es en esa situación donde unimos nuestro camino con el de Robinette. Procedente de una zona deprimida de la Tierra, un planeta en crisis demográfica, alimenticia y económica generalizada, el protagonista tiene la fortuna de ganar una lotería con la que costearse el carísimo viaje a Pórtico. Allí empezamos a conocer verdaderamente su psicología y, de paso, el escenario que da nombre a la novela. Es un lugar peculiar, como un enorme puerto de buscavidas que se embarcan en misiones sin garantías de volver. No digamos ya de hacerse millonarios. Por eso hay que entender el miedo, el terror a salir al vasto espacio desconocido con casi todo en contra. Robinette lo va evitando pero como todo en Pórtico tiene un precio se acaba obligando a salir para no quedarse sin fondos y exponerse al final de los parias en aquel contexto: un viaje al espacio sin alforjas.

No vamos a entrar en más detalles, que para eso están las novelas. Pero lo cierto es que a través de las aventuras de este personaje y de su séquito vamos hilvanando un argumento que, como decíamos al comienzo, parte de una premisa que es casi un cheque en blanco para la imaginación. Afortunadamente, Pohl se mantiene cauto y es capaz de resistir la tentación de optar por los fuegos de artificio para centrarse en la psicología de unos y otros a medida que vamos profundizando en el misterio Heechee. Y esa parte es más que meritoria.

La primera novela se centra mucho más en la exploración, en las consecuencias de la misma, y es donde esa personalidad del protagonista, que campa entre la inseguridad, los traumas y la culpa explican buena parte de su actitud en el resto de la saga. Tras el incierto horizonte, el segundo libro, redunda en esta línea. En paralelo, la humanidad sigue ampliando sus miras e incluso alcanza dos hitos: el descubrimiento de otro lugar que ayudará a solventar parte de los problemas terrestres, por un lado; y la capacidad de controlar, al fin, estas naves extraterrestres heredadas.

La tercera obra es El Encuentro, que es tanto como si la hubieran titulado ‘Spoiler’ porque ya imaginarán que si la historia se ha alimentado de esa presencia que se siente pero que no está físicamente, que son los Heechees, se nos deja claro desde la portada que por fin habrá encuentro entre razas galácticas. Eso da mucho juego pero da un poco la sensación de que el globo comienza a desinflarse. Y no por estos nuevos amigos, un tanto sosos, sino por un estilo de escritura que en ocasiones se aproxima al del folletín en todo lo relevante a las relaciones presentes y pasadas de Robinette en las que, dicho sea de paso, hay hasta algún episodio de malos tratos.

Los anales de los Heechee es la cuarta, la que cierra la saga y, personalmente, la que más me costó. Humanos y Heechees ya han normalizado su relación y han establecido mecanismos de convivencia y de defensa comunes ante una amenaza que se cierne sobre todos ellos e incluso sobre el Universo entero. El punto de vista del narrador Broadhead cambia de acuerdo a su nueva condición, lo que en muchos momentos se hace bastante pesado y corta el ritmo de lectura. Desgraciadamente lo peor no es eso, sino un final que se antoja simplón para toda la parafernalia que se había desplegado desde que leímos la primera página. Fuimos siguiendo las miguitas de pan y resultó que, al final, tras la última no solo no había un gran pastel sino que no había nada más.

Decíamos de la anterior obra que era la que cerraba la saga pero, hablando con propiedad, Los exploradores de Pórtico es la última de verdad. Realmente no es -o no debería ser considerada- una novela. Se trata de un compendio de relatos que amplían este universo creado por el escritor estadounidense. En ellos se da contexto a personajes secundarios de los libros anteriores o a episodios que pasan de puntillas sobre la trama principal. El ejercicio es muy interesante, la verdad, y aunque su lectura no es imprescindible, personalmente me pareció un buen complemento para acabar la saga recuperando parte del buen sabor de boca de las primeras entregas.

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