Un viaje a la nostalgia (y a la miopía) por 15 euros

Aún recuerdo el día en el que me compraron la primera videoconsola que tuve: la NES. Fue en El Corte Inglés de Princesa, en Madrid, en una sección de videojuegos tan mínima y marginal que, aunque estaba en la planta baja, a nivel de calle, se ‘ocultaba’ bajo una de las escaleras mecánicas en una ubicación casi clandestina, al abrigo de los cinturones, bolsos y demás marroquinería que aún hoy permanecen casi inamovibles en el mismo lugar. Eran otros tiempos, nada que ver con la isla que actualmente tienen los videojuegos en la planta de juguetes.

Pero de aquel momento anclado en la memoria recuerdo también las peleas de las semanas previas con mis padres, y eso sí que ya es imposible de recuperar. Recuerdo la insistencia… el primer trabajo de un mocoso: picar piedra en la aspiración del capricho hasta que a los mayores les compensara más soltar los billetes que seguir escuchando la cantinela del nene, erre que erre, con su dichosa maquinita.

Y, con la caja abierta en el suelo del salón, me viene a la mente el olor de lo nuevo, aquella tosca protección de poliestireno (cuyos restos tuvo que barrer mi madre, más lamentos mediante) y la sensación de darle al botón de encendido y abrir un mundo desconocido. En 8 bits.

Esto va un poco de aquello, de esa nostalgia. Porque, si mal no recuerdo, los dos primeros juegos con los que empecé fueron Soccer y Excitebike. Dos deportivos que me fliparon cuando los enchufé aunque fueron superados muy pronto y hoy, décadas después (tres, concretamente) solo pueden sacarte una sonrisa por todo lo que hemos cambiado. Ellos, y nosotros.

Porque en el fondo esto va de revivir aquellas sensaciones, que están en la memoria pero que muchas compañías han sabido rentabilizar a base de volvérnoslas a colocar en la punta de la nariz, como una zanahoria a un burro, resucitando los recuerdos y concediéndonos un breve viaje al pasado, donde solo estabas tú, un mando cuadriculado, una pantalla, y un conjunto de pixels que pululaban por ahí.

Que una consola tenga dentro 400 juegos te hace sospechar. Pero puestos a pagar poco, ¿por qué no? Este modelo ‘Gamory‘ es de tamaño mínimo pero, sorprendentemente, funciona muy bien. Y aunque un repaso a la lista de juegos solo puede ser fugaz por la extensión que tiene, parece cumplir más o menos lo que promete. Se adivinan títulos repetidos pero otros sí son los de siempre, o lo parecen. En mi caso, he vuelto a jugar a los dos títulos mencionados, a los Super Mario, e incluso a algún otro que quise en su día y que no solo no logré, sino que me llevé un berrinche porque mis padres no me hubieran dado el capricho, que no todo el monte es orégano. Mi capacidad de persuasión tenía un límite, a decir verdad.

Entiendo que hay decenas de marcas que ofrecen más o menos el mismo producto. De hecho, buscando algo de información concreta sobre el modelo específico que adquirí -tarea casi imposible, ya digo-, he descubierto un universo inédito: el de este tipo de maquinitas que, a base de emuladores, igual te colocan en tu mano las correrías de Sonic, que un fatality de Scorpion o un Gran Turismo en miniatura.

La ‘consola’ que compré es una de las más baratas. Quince euros por 400 juegos no parecen un mal negocio aunque es cierto que está a años luz, por prestaciones, de otras capaces de simular tecnologías aún superiores y que por menos de 100 euros pasarían por un producto cien por cien ‘legal’. Eso sí, mi ‘Gamory‘ tampoco pretende engañar: ya en sus instrucciones se encuentra un ejercicio de transparencia inesperado con un aviso que viene a decir que «igual hay algún botón que no sirve o no existe porque el producto está fabricado con un molde universal».

Por otra parte, que haya 400 títulos en el menú es una anécdota. No perdamos de vista en ningún momento lo que hemos pagado por esto. Con semejante desembolso, uno no puede ser excesivamente crítico ni exigente con varios hechos. El primero, es que hay juegos duplicados. De hacerse una limpia tal vez nos quitáramos un centenar del tirón, por lo menos. He leído muy de pasada que el motivo es que, según la portabilidad, podría haber cambios que los hicieran distintos entre sí, pero ciertamente no me he parado a comprobarlo.

El caso es que la mezcla que queda es curiosa. Mi objetivo era buscar títulos que me devolvieran la NES a mis manos. Y por un lado siento una relativa decepción. Me parece que a esta selección le acaban faltando muchos títulos de los que jugué en su día. Los que están, pues bien: se juegan sin problema, con mucha soltura y técnicamente sin problemas.

El caso es que, salvo muy contadas excepciones (pienso en el Super Mario 3, por ejemplo), mi recuerdo de la NES es que tenía juegos de mucha más calidad de lo que se encuentra aquí dentro. Es decir, hay una selección de juegos de calidad media-baja, como si el tope de gama fueran precisamente los juegos con los que me inicié en esto y algunos más, y no otros títulos que, a mi entender, iban bastante más allá. Y de esos apenas resalta ninguno en ese amplísimo menú. O sí, pero con nombres que delatan su dudosa procedencia y tampoco es plan de ir uno por uno buscándolos casi a ciegas. Este es el principal motivo para que acabara devolviendo la máquina. No es tu culpa, Gamory, soy yo.

Físicamente, el aparato es verdaderamente pequeño y liviano. Posee una pantalla TFT de 3 pulgadas, un pad circular de dirección que responde aceptablemente bien y cuatro botones para las acciones de los juegos que, como en el menú de roms, también están duplicados: lo bueno es que si se te estropea alguno tienes otro par para darle. Completa la botonería el ‘start‘, el ‘select‘ y otro para reiniciar la maquinita. Alrededor hay un control de volumen, la entrada para cargar la batería, la de conexión a una tele y el interruptor general. Como nota curiosa, la caja incluye un mando adicional para jugar con otra persona, todo un detalle. Aunque si vinieran unas gafas, casi mejor, que uno va cumpliendo años y la nostalgia, al menos en estas lides, ya le cuestan a uno la visión.

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