Moon -léase 1110011– es un juego peculiar. Una de esas rarezas que uno encuentra en una tienda de juegos y se pregunta cómo puede compartir estanterías con todos esos títulos de colores alegres y temas banales que tanto nos apasionan. A su lado, Moon debería venderse con letreros de neón para que no pasara desapercibida su caja. Y es que es pequeña, y tiene una portada que destaca poco o nada pero que, personalmente, por ese aire minimalista que tiene, me parece una de las más bonitas que existen hoy en día. Cuestión de gustos.

Dentro encontramos un juego diseñado por Pablo Garaizar, quien firma con esta caja su segundo trabajo registrado en Boardgame Geek, si bien el primero, que se llamaba Compus (2016), es un antecedente obvio de este Moon. Ambos comparten el tema, que simula el funcionamiento de una computadora.
En esta versión que comentamos aquí todo es más evolucionado, más ‘profesional’. Ya no solo por la caja tan bella en la que se presenta sino por las mecánicas más depuradas y, sobre todo, por el tema de fondo. Y es que Moon pretende relatar u homenajear, en cierto modo y como relata el manual, a los ingenieros que arreglaron la informática del módulo Eagle durante la fase final de su descenso a la Luna en 1969, cuando el hombre pisó nuestro satélite por primera vez.

Garaizar cuenta cómo, gracias al trabajo del equipo liderado por Margaret Hamilton desde la Tierra, se pudo prevenir lo que hubiera resultado una catástrofe y hubiera retrasado, quién sabe hasta cuándo, aquella proeza de la Humanidad.
Alabando la intención histórica, reconozco que durante las partidas no me he llegado a sentir nunca parte del equipo de Hamilton, pero eso no quita para que una vez puesto en mesa uno se encuentre con un puzle original, diferente y con lógica.
Simular el funcionamiento de un ordenador no debe ser sencillo, desde luego. Y aquí es necesario aprender dos mínimas nociones antes de ponerse manos a la obra. Por un lado, a contar en binario. Tranquilos. Los alérgicos a las matemáticas ya habrían huido a estas alturas así que, los que quedéis, tampoco os vais a asustar por lo que viene.

El juego consiste, básicamente, en replicar una combinación dada de bits encendidos o apagados en la línea inferior de la cuadrícula que se coloca sobre la mesa. Cada línea se llama «registro» y contiene cuatro bits que tienen dos posiciones: encendido o apagado (1 o 0). Eso significa que se debe sumar o no el contador que está en la columna en la que esté colocado ese marcador. Las columnas tienen por encima estas cifras: 8, 4, 2 y 1. Así, podremos contar desde el 0 hasta el 15 dependiendo de los bits que estén encendidos debajo de qué posición.
Con eso en la cabeza, que es más fácil de lo que parece, ya se puede empezar a jugar. Como decimos, la cuadrícula tiene cuatro registros que, de inicio, pueden tener diferentes posiciones. El juego consiste en replicar en la línea inferior todas las combinaciones de bits encendidos y apagados que aparecen desde un mazo de objetivos, tratando de que no se acumulen en una cola que solo admite cinco tareas pendientes.

Para lograrlo debemos manipular los bits de la matriz, para lo cual hay otra serie de cartas que indican las operaciones que se pueden hacer en ella. Éstas responden a comandos informáticos reales que afectan a esta CPU particular y que, sin entrar en más detalles, que tampoco es plan de plagiar las instrucciones, permiten mover bits de sitio, copiar registros, encender o apagar líneas, etc.
Aunque entender qué hace cada cosa es relativamente sencillo, es justo decir que no resulta nada intuitivo y que es casi obligatorio tener que tener una chuleta a mano para descifrar los comandos. Detrás de las cartas aparece una ayuda pero resulta poco práctico. La chuleta, que ven aquí abajo, es tan temática como útil.

El caso es que para usar estas operaciones se gasta energía. El juego básico concede al jugador tres unidades por turno que puede utilizar como quiera siempre que respete el coste de cada instrucción, que va desde el medio punto hasta los dos. Por eso hay que pensar bien las cosas. De hecho, reducir la cantidad de energía que recargamos cada turno es una de las variables con las que podemos endurecer las partidas cuando ya dominas un poco más la situación.

Así pues, el turno consiste en eso: ‘comprar’ órdenes, cumplir un objetivo (o no), sacar una nueva carta del mazo y recargar energía. Durante nuestra misión también nos encontraremos con cartas ‘bug‘ que nos bloquean una posición en esa parrilla virtual que tenemos que evitar que se llene. Una opción de partida avanzada incluye también en el mazo de objetivos una serie de eventos que pueden inutilizar comandos, resetear un registro o alguna que otra perrería más. Elevar el listón es más que recomendable porque el básico pronto queda superado.

Moon es un juego cooperativo para de una a cuatro personas aunque en el manual, que es sin duda la parte más floja del conjunto, no se especifica muy bien cómo es la dinámica en ese caso. Imagino que todos ayudan a pensar porque tampoco es que haya un mazo ‘personal’. Afortunadamente, el autor estaba al quite y se ha marcado un documento resolviendo todas las lagunas.
En cambio, la versión competitiva introduce un par de detalles adicionales. Cada jugador añade un quinto registro a la partida, aunque es personal y solo su dueño puede manipularlo. El objetivo sigue siendo replicar en el ‘registro A’ una carta de objetivo aunque en esta modalidad cada participante tiene una para él mismo que mantiene oculta hasta que cumple su condición. En ese momento la desvela y va por otra. Y quien al final haya conseguido más gana el juego.

Y poco más. La verdad es que si uno es capaz de abstraerse de esa presunta complejidad y aridez del aspecto matemático se topa con un juego muy simple, entretenido y que supone un reto para esas mentes pensantes que gozan ante un rompecabezas con tema informático y que, de paso, te enseña algo. Valga de homenaje, al menos, para ese hito en nuestra historia: alcanzar la 1110011.
Muchísimas gracias por tu reseña, me ha encantado 🙂
¡Gracias por el comentario!