Un español, un alemán, un inglés y un francés están en una sala de interrogatorios…

Parece un chiste, ¿verdad? Sin embargo, Criminal es una serie policíaca o acaso cuatro, con la salvedad es que, mientras que en un producto convencional se suele cambiar de tema o caso en cada temporada, aquí nos enfrentamos a cuatro grupos de capítulos independientes hasta el punto de que cada uno nos llega desde un país diferente, en una suerte de franquicia trasnacional.
Todas las versiones del experimento comparten aspectos que los hacen plenamente identificables, eso sí. El primero, el más obvio, es el del escenario: la sala de interrogatorios en torno a lo cual gira todo lo demás, casi como si fuera puro teatro. Algunos lo explotan más que otros, pero eso va en matices y en cualquier caso redunda en la sensación opresiva de un ambiente que se muestra necesariamente frío, aséptico, quirúrgico, tal es el devenir de los acontecimientos de cara a la oficialidad y gravedad de los episodios.

Sin embargo, a poco que hayamos visto series policíacas, sabremos que la maquinaria detectivesca no siempre es tan perfecta como para presentarse con todo tan atado y los trucos, los golpes de efecto y el juego psicológico marcan una gran diferencia entre Criminal y cualquier otra producción del género. Aquí se supone que todo el trabajo policial que daría para una serie más al uso ya está hecho (y omitido).
Aunque, a decir verdad, estas cuatro versiones se salen bastante del encasillamiento o, mejor dicho, se puede decir que se especializan y abordan un aspecto complementario en cualquier otro título. Tengamos en cuenta que, a lo dicho sobre la uniformidad de escenario se añade que la persona a la que interrogan siempre tendrá algo que decir, bien por ser culpable o por parecerlo, aunque generalmente una vez que se sientan en la sala, rara vez creen que serán apresados.

Y tal vez eso sea una leve crítica al formato. Aun con las diferentes versiones, la mayor parte de interlocutores siguen un patrón obvio en el que pasan en unos minutos -que en la ficción pueden suponer horas- con alguien que empieza no sabiendo -o no queriendo enterarse- qué hacen allí hasta una apertura impensable instantes antes, con un sentimiento de culpabilidad a flor de piel. Todo, gracias a la destreza conversacional de los inspectores a cargo.
Juega a favor de los ‘buenos’ otro hecho que se explotará con bastante regularidad pero que puede chocar un tanto: el que los que hacen las preguntas suelen sentarse ante alguien contra quien ya han reunido todas las pruebas habidas y por haber y que les permitirán abordar el interrogatorio con la mano bien cargada de ases, ante los que el sospechoso tendrá que claudicar de una manera u otra tarde o temprano.

Lo cierto es que el aspecto más diferenciador entre los guiones de Berlín, París, Londres y Madrid viene dado por el quién está en la sala y quién tras el cristal analizando las conversaciones. En todos lados, sobre todo en los dos primeros lugares, existen tensiones evidentes en el equipo, cuando no una abierta hostilidad que se traduce en puñaladas, miradas asesinas o enfrentamientos directos, algunas veces ante la mirada atónita de los detenidos y sus abogados. En Londres la cosa transmite algo más de camaradería, quizá es la más neutra, y en España… bueno, en España todo es diferente, claro.
Criminal es una especie de obra de teatro en cuatro actos que se permite el lujo de poner ante el telespectador unos 40 minutos de diálogos con giros sentimentales incluidos, lo que no muchos actores podrían aguantar. Y hay que reconocer que el nivel es bastante bueno. En España los papeles los llevan Emma Suárez como inspectora jefa que tiene que vérselas con Carmen Machi, Inma Cuesta y Eduard Fernández en los tres episodios patrios.

Se puede decir que los españoles arriesgan mucho más que el resto. Son los capítulos más temperamentales, que más se salen del carril dentro y fuera de la sala de interrogatorios. Se alcanzan extremos de ilegalidad, de triquiñuela, de faroleo exagerado que es contestado con ademanes a veces sobreactuados en los que acaban cayendo casi todos. Puede que el idioma juegue a favor para imprimir esta sensación, pero lo cierto es que no veo al resto de colegas europeos por los suelos abrazando a una investigada, por ejemplo.
Mientras nuestros amigos extranjeros han optado por esbozar un conato de trama exterior a los casos, en España asistimos a una verbena de gritos, lloros y demás explosiones que, si uno deja para el final esta parte, le sobran directamente del conjunto. No somos amigos de las sutilezas, desde luego.
Al final sí, es como el chiste: Spain is different. Pero no por ello peor, ojo. Juzguen ustedes. Por aquí, y ya que he visto que al hablar de la serie suelen hacerse clasificaciones de cuál gustó más o menos. Juguemos, aunque ya les advierto de que coincido con alguna vista por ahí.

Vistas las cuatro, la última sería la versión inglesa. Como en el caso de la española es la que tiene actores más conocidos, especialmente David Tennant, a quien conocemos de Broadchurch. Y es precisamente este hecho, el efecto circular de las series de Netflix, lo que descoloca un poco aquí: conocemos a Tennat como detective y ahora le vemos al otro lado de la barrera. Caso similar al de Nicholas Pinnock, que ahora es un inspector cuando su rostro también da vida al marido de Marcella en esa producción británica de la que hablamos hace poco. El caso es que más allá de estos rostros quizá es el conjunto de capítulos menos espectaculares en general.

La tercera plaza es para Francia. Empieza con el episodio que, en mi opinión, es más potente de todas las versiones, que centra las pesquisas de los investigadores en las vivencias de una mujer durante la noche de los atentados de la sala Bataclan de París. Que toquen un tema tan real, doloroso y cercano te pone con las orejas tiesas. El resto de episodios, por mucho que pretendan ahondar en denuncias sociales, no acaban de llenarme mucho. Los investigadores, eso sí, son los que más me gustan de todos los países, excepto una de las policías que molesta más que otra cosa.

En segundo lugar colocaré Criminal: España. Porque arriesga (¿demasiado?), porque aunque da bastantes vaivenes con las historias accesorias de los detectives mantiene el interés en las historias y porque los que se sientan como interrogados tienen bastante carisma, especialmente el episodio de Eduard Fernández, un liante de cuidado que ¡ojo!, puede hasta caernos simpático.

Alemania tiene la versión más completa. Los casos no son sustancialmente diferentes pero están muy bien desarrollados y el capítulo final le confiere un cierre a la trama realmente meritorio. Además, la perturbación de la última escena, en el ascensor, uf… poca broma.