A diferencia de muchas series que se acercan a la (no) muerte de una forma utópica, Transferencias lo aborda una manera que, aún con un tono intimista y casi lírico, no se detiene especialmente en aspectos filosóficos sino que prima la acción por encima de todo. Vaya por delante que es una serie francesa que ha visto la luz (ironías de la vida) en España a través de Netflix y que versa sobre la victoria en una batalla (no la guerra) contra la muerte: la posibilidad de ‘transplantar’ la conciencia («el alma», se dice) de una persona fallecida a otro cuerpo.

Sucede que tal avance científico supone una disrupción en la existencia, como no podía ser de otra manera, y representa una excelente oportunidad para gente que pudiera no haber tenido otra oportunidad. El problema es que más allá de casos ‘justificables’ desde el punto de vista terapéutico (sería interesante reflexionar sobre cuáles serían esos casos) se ha generado una industria clandestina dedicada a hacer estas transferencias de manera ilegal, lo que supone toda una mafia dedicada al asunto y un caos de identidades de las que el mundo criminal se beneficia especialmente.
El protagonista de la serie es Florian. Aunque, por este argumento que les explicamos, a este carpintero padre de familia y vida sencilla solo le conoceremos en el cuerpo de Sylvain, un rudo policía que, para rizar el rizo, está destacado en una unidad ¡dedicada a perseguir a transferidos ilegales! Menuda puntería.
El ‘arquitecto’ de este vacile es su propio suegro, que imagino que vio Robocop y pensó que era una idea excelente usar el cuerpo de quien te iba a perseguir, porque algún retazo ¿involuntario? de aquella película de culto veremos en los seis episodios de Transferencias.

La situación, como imaginan, crea una trama que apuesta decididamente por el tinte dramático. En general, todo el metraje se alimenta de la intensidad que siempre nos llega desde el otro lado de los Pirineos, de una imagen limpia, nítida, de actores y actrices más guapos que la media y muy pasionales ellos pero con la elegancia innata de ese acento que lo barre todo a su paso.
Todo eso está más o menos patente en las grandes líneas de la producción pero muy especialmente en aquellas escenas más enfocadas a la pelea interior de Sylvain por asentarse en su nuevo cuerpo, recuperar su antigua vida y comprender en qué punto estaba el sujeto a quien sustituye, que todo ello conforma un puzle de complicado encaje.

Maticemos que, aunque la serie no pretende meterse en berenjanales sentimentales, sí que subyace en el mundo que recrea una conmoción espiritual.
De hecho, en el mundo que retrata la serie, la religión ha recuperado un lugar preeminente y, de hecho, la cabeza visible de la iglesia gala es una de las figuras más populares y en torno a la que girará buena parte de los entresijos de la narración. Un personaje tan luminoso por fuera como oscuro por dentro que habita muy bien en un elenco que se nutre de caracteres bastante pasados de rosca entre unos motivos y otros.

En paralelo a todo ello, hay que decir que Transferencias presenta un excelente contexto para desarrollar un thriller y hay que reconocer que lo aprovecha de una manera excelsa. Esa intensidad de imagen, esa belleza fotográfica con la música electrónica y esa mezcolanza de ciencia-ficción y una trama policial más al uso también se manifiesta en las escenas más duras, que las hay, de violencia casi extrema y en la que se va desmadejando una historia que verdaderamente te atrapa y que, como las buenas historias, se destila en apenas seis horas de visionado.
En general, es un tiempo muy bien invertido excepto en los cinco minutos finales, en los que todo se fuerza para que haya una segunda parte cuando podría haberse quedado cerradito, y bien.
