
Es sugerente, etérea. Es un juego de texturas que acaba o empieza en la piel. Es la pared hecha jirones, o ¿era también la piel lo decadente? La exposición de Francesa Woodman (Denver, 1958 – Nueva York, 1981) en la Fundación Canal es llamativa. Pocas veces se presenta una fotógrafa tan precoz (y fugaz) pero con una obra tan personal y diferente. Tan moderna y no obstante, tan difícil, tan reflejo de un complejo mundo personal que es lírica, poesía y diversión pero igualmente drama y provocación.
Se apunta, y no sin razón, hacia una personalidad diferente, explosiva, teatral, provocativa… sea como fuere, lo que sobresale a la vista de las obras expuestas es una querencia importante por ser protagonista. En las paredes vemos fotografías con un halo casi pictórico, casi siempre en series, como la que da nombre a la muestra, ‘On being an angel‘ (‘Ser un ángel’). En total, más de un centenar de tomas y seis cortos que esbozan la entrada al laberinto personal de la fotógrafa.

Sea ella o con una modelo circunstancial, la mujer es uno de los temas más recurridos en la obra expuesta. Usa el cuerpo femenino como apoyo y como símbolo, a veces vestido más en lo figurado que en lo real, puesto que muchas de las imágenes ofrecen poses que acercan al espectador una expresión frágil. En realidad, ambigüedad sin paliativos, con gestos muy plásticos y caracterizaciones imposibles en entornos las más de las veces decadentes, oníricos y casi fantasmagóricos.
Como muchas de las figuras que dejaron pronto de existir (Woodman se suicidó con 23 años), la obra que ha dejado ha dado para un sinfín de interpretaciones acerca del mensaje que pudiera haber querido dejar para la posteridad. Lo cierto es que, si bien su nombre ya pertenece a los fotógrafos denominados «de culto», como lo recuerda el dossier de la exposición, tanto el misterio como la imaginación desbordante que hay en sus tomas la convierten, más que en una fotógrafa, que también, en una escenógrafa con tintes surrealistas que roza la perfección en ese ámbito.

Otra de las cosas que la caracterizan es la profusión de negativos que dejó, que se cuentan por miles, lo que no sería noticia si tenemos en cuenta que apenas se dedicó a la fotografía una década. Lo que resulta interesante es que, pese a esa desconocida interpretación, hay pistas, toda vez que muchas veces anota en los márgenes, titula o dedica, lo que al menos es un comienzo… o no, según se mire, claro.
Aunque su trayectoria no es muy larga, sí es intensa. E incluye periodos de formación y viajes que van perfilando su manera de mirar el mundo y dan motivo para las series que elabora, que hoy miramos con admiración pero que, en el momento, no la encumbraron más que a un estado depresivo: y es que su obra ha sido más reconocida post mortem que en vida, ciertamente.
