
Vamos a ir calentando motores para la reseña de Aerion que, siendo del mismo corte que este juego que nos ocupa hoy, es más bonito, más completo, más juego. Pero que empecemos por el final, e incluso a cuenta del futuro, no debe opacar que estamos ante uno de esas creaciones cuya principal virtud es ofrecer más de lo que da a entender su escasez de materiales. A saber, el inventario de Eight Epics incluye ocho cartas de héroes, otras tantas de reto, alguna más de eventos y, en lo que dispara el lujo hasta límites insospechados: un porrón de dados de pequeño tamaño.
Se trata de un juego cooperativo para hasta ocho jugadores, con un modo solitario interesante, y que se desarrolla -si todo va bien- en una media hora o así. El objetivo es que una cohorte de héroes supere una serie de amenazas que, temáticamente, aluden a peligros que acechan el mundo.

Pero no se lo crean mucho, porque esta pequeña creación del japonés Seiji Kanai (padre de Love Letter, por ubicarle) es, en realidad, un abstracto jueguito matemático, en el que hay que hacer frente a una serie de tareas que demanda cada amenaza obteniendo con dados unos resultados concretos.
Cada amenaza puede tener varias líneas de desafíos, que indican no solo un resultado objetivo, sino cuántos dados podemos usar para tal tarea. Generalmente la cosa es sencilla: consistirá en alcanzar un máximo o un mínimo sumando números, o combinaciones concretas tipo escalera. El fin es superar todas esas líneas antes de usar cada personaje. Si por lo que sea todos quedan agotados durante una amenaza, el juego acaba en derrota.

La última tarea pide un resultado de 3 o menos con tres dados.
Los personajes también tienen un halo épico, como indica el nombre del juego, pero a la hora de la verdad solo nos importarán dos detalles de cada uno: la vida que tiene y el poder que ostenta. Gastar un punto de salud sirve para relanzar (tres) dados o para activar el poder individual, que permite, a grandes rasgos, modificar los dados o relanzarlos. En realidad, no hay mucha complicación en la mecánica, ciertamente.
Básicamente consiste en ir organizándose para optimizar las cualidades de cada uno de cara a los retos que se presentan. Independientemente del número de jugadores, todos los héroes entran en liza cada partida, de tal modo que los sobrantes quedan en una zona común para su uso por cualquiera. Así, existe un ejercicio de coordinación entre todos para usar poderes y orden de turnos de la manera más eficiente posible.

En solitario, la cosa es un pelín más compleja porque el orden de participación de los héroes es fijo: se establece al comienzo de la partida y no se puede modificar. Esto puede provocar que haya momentos en los que juegue claramente en contra e incida en lo que de puzle tiene la dinámica.
El juego es interesante, pero es cierto que no es el típico juego que te invite a más de dos partidas seguidas. Lo abstracto del asunto puede llegar a cansar un pelo, y más cuando ganar es algo muy difícil porque, en la última ronda del juego, hay que encarar dos cartas de amenaza al mismo tiempo, lo que complica sobremanera las cosas.

Para darle algo más de variedad al asunto, se han incluido unas cartas de ‘evento’ que modifican las reglas durante una ronda completa y que ofrecen, al final de la misma, una ventaja que se puede usar en el futuro de la partida. Y poco más, la verdad. Uno de esos juegos sencillos que no pasará a la historia pero que oye, te salva un rato tonto.
Como curiosidad, estas imágenes que han visto hasta ahora son de la edición publicada por AEG (no confundir con la marca de electrodomésticos) en 2016. Pero antes, ya había una primera versión más ‘casera’ de 2015 en la que, además de un arte más simple, tenía alguna ventaja sobre la edición que hemos descrito aquí, como un marcador para el héroe en turno más bonito que la carta de ‘Active‘ y, sobre todo, un track de salud en vez de un conteo con un dado.

También pululan versiones fan-made del juego basándose en Star Wars o Arkham, por ejemplo. La imaginación al poder.