Hostage Negotiator es un juego de mesa, pero ‘El negociador‘, que es lo que se lee en el lomo de la caja, me retrotrae a uno de esos programas en TDT del tipo de los de subastas de trasteros, tiendas de segunda mano, transformación de casas o el de forjar armas en tu propio garaje, que aprovecho para recomendarles encarecidamente porque es puro caviar. Y es que Hostage Negotiator viene a ser un poco eso, una especie de reality que convierte tu mesa en una escena de negociación de película de Hollywood típica, entre secuestrador con rehenes y experimentado conversador, como en Tarde de Perros. ¿Qué puede salir mal?
Los roles en ese escenario están claros, pero en este solitario nos toca hacer del policía que deba reconducir la situación y evitar un baño de sangre (¿posible vuelta de tuerca en el futuro?). Así que, megáfono en mano, que es por donde se empieza en estos casos, les presentamos este juego que por fin llegó a las tiendas después de ser financiado con notable éxito vía crowdfunding mediada la década. Pero vamos a hacerlo más íntimo y personal: tomemos el teléfono, y negociemos.

El objetivo en Hostage Negotiator es salvar a la mayor cantidad de rehenes y neutralizar al secuestrador. Si es vivo, mejor, pero si no, pues nada, gajes del oficio.
Al comienzo de cada partida se coloca en el centro de la mesa el tablero en torno al cual gira la acción. Es pequeño, pero tiene zonas muy bien delimitadas y con la información clara y precisa. Vemos la zona de rehenes, en la que se colocan las figuritas de madera que los representan. Comienzan en un espacio neutro, se supone que como una abstracción de los mismos, acurrucados y rezando. El devenir de la partida puede hacer que acaben salvados, en la zona de arriba; o en la de abajo, con un tiro entre ceja y ceja. Son los peones de un siniestro juego en el que todo puede pasar.
En la parte izquierda hay un marcador con dos escalas numéricas que recuerda al salpicadero de un coche. Una es la que señala los denominados ‘puntos de conversación’, que luego veremos. La otra indica el nivel de amenaza actual, que es el eje que guía la mecánica.

Es un marcador que tenemos que vigilar y tratar de controlar constantemente, porque si está en su nivel más bajo nos permite liberar prisioneros pero, por contra, si alcanza el máximo la cosa deriva hacia una sangrienta carnicería. Además, cuanto menor sea la amenaza, más dados podremos lanzar para resolver acciones, y viceversa. Y es que, en un claro homenaje al mundo de los secuestros, este juego es mucho más de azar que de psicología criminal. Es temático pero, desde luego, no es un simulador.
Durante el turno podremos jugar cartas desde la mano cuyo fin, generalmente, suele ser reducir el nivel de amenaza o ganar puntos de conversación, azar mediante. Estos se contabilizan en ese otro marcador al que aludíamos. Su función más importante es la de comprar cartas más poderosas para turnos siguientes. Y es que, como uno supone que son las negociaciones en estos casos, es un tira y afloja en el que no gana siempre el que tiene la mejor mano sino el que mejor juega sus bazas.

Durante la primera parte del turno, denominada temáticamente ‘conversación’, nos toca hacer eso, poner las cartas sobre la mesa -literalmente- simulando el diálogo entre negociador y secuestrador. Que si «tranquilo», que «vamos a portarnos bien», que «mejor entregarse que luego será peor», etc., ya saben. Cada naipe tiene un titular que ambienta la acción en ese sentido aunque carezca de utilidad para el desarrollo de la partida y con el paso del tiempo lo temático acabe diluyéndose como un azucarillo.
Lo que más importa es el coste que tiene en la fase de compra y, sobre todo, los tres campos con los posibles efectos que produce su entrada en juego: uno muy bueno, otro bueno y uno negativo. Pero el qué pasará depende de los dados. Se lanzan, y… que sea lo que dios quiera, porque solo ellos son el juez que marca el éxito -o no- de nuestras estrategias negociadoras.

En esta fase de conversación usaremos todas las cartas que podamos y queramos, si algún efecto no ha precipitado el final de la misma antes de lo esperado. Hay que actuar con cierta prudencia, sopesar los efectos de cada naipe y considerar las posibles consecuencias de un mal resultado. Que, de hecho, es lo que suele pasar por pura estadística: el 50% de caras del dado significan fallo. Hay formas de arreglar alguna tirada e incluso existe una opción de sacrificar cartas para apuntarse un éxito, pero son decisiones comprometidas porque la mano no suele estar muy llena. No es un juego con decisiones muy profundas pero saber qué usar, cuándo y cómo, sí hay que pensárselo. Luego, la suerte es como la mente del criminal, que a saber qué depara. Pero al menos hay que intentar hacer bien lo que depende de nosotros.
Cuando se acaba la fase de conversación, pasamos a la denominada ‘de compra’. Aquí Hostage Negotiator se convierte en un minijuego de ‘construcción’ de mano, más que de mazo. Recuperamos las cartas gratuitas que conforman nuestro arsenal y adquirimos otras nuevas gastando la cantidad de puntos de conversación acumulados antes. Como estos no pasan de una ronda a otra hay que gastarlos sí o sí.

Evidentemente, cuanto más caras son las cartas, más potentes son. Sería absurdo hacer una lista de cada una aquí pero los efectos más fuertes implican liberar rehenes y hasta eliminar o capturar al secuestrador. Las más normalitas aportan puntos de conversación o reducción en la escala de amenaza, principalmente.
Tras esto pasamos a la última fase, que es desvelar una de las llamadas cartas de ‘terror’. Introducen a lo bruto eventos -generalmente malos-, que tienen consecuencias directas, que nos piden hacer alguna tirada, o que introducen modificadores a la dinámica de turnos siguientes, entre otras sorpresas. Además, funcionan como temporizador de la partida porque, en el momento que haya que sacar una nueva carta y el mazo esté vacío, el final se precipita y todo se queda como está, con nosotros saliendo a hombros… o los rehenes en caja de pino.

En paralelo hay otro elemento a tener en cuenta: los motivos, las peticiones del captor para mantener retenida a la gente. En la carta de secuestrador aparecen varios datos, como el número de personas a las que retiene al comienzo, el nivel de amenaza por defecto, si introduce alguna variación de reglas y -a lo que vamos- un número y tipo de petición determinada, todo ello en el contexto de una historia personal que explica la motivación del criminal. No es que tenga mucha utilidad pero se agradece el ejercicio de ambientación.
Generalmente cada personaje tiene una demanda exclusiva y alguna de las llamadas ‘de huida’. El devenir del juego puede poner en marcha alguna más que surja sobre la marcha. Lo interesante de la mecánica es que la principal y la de escape comienzan ocultas. Y aunque siempre puedes conseguir algo sin conocerlas, lo suyo es saber qué pide el sujeto en cuestión para obrar en consecuencia. Que haya unas pocas no implica que la rejugabilidad baje por conocerlas, porque aunque intuyamos qué saldrá, hay bastantes cartas de terror que penalizan si aún hay peticiones sin descubrir.

Y, por otra parte, si una vez conocidas cedemos a lo que pide perderemos algo pero recibiremos algún tipo de recompensa a cambio, lo que según el momento puede ser trascendental. Es, por seguir el argumentario hollywoodiense, una última bala en la recámara. Temáticamente todo se sostiene, aunque el uso, como apuntábamos, le restará enteros al entusiasmo.
No así el juego, que por aquello del azar, del secuestrador al que nos enfrentemos y de los eventos que salgan, tiene la suficiente variabilidad como para no aburrirnos. Pero es cierto que, por mucho que uno le quiera buscar una capa de profundidad a la dinámica, no la encuentra por ningún lado. ¿Es eso malo? No, a decir verdad, pero está bien saber a qué atenerse: si queremos divertirnos sin comernos mucho la cabeza, perfecto.

Peor sabor de boca deja el hecho de que, generalmente, el desarrollo de una partida en Hostage Negotiator suele tener una tendencia que rara vez cambia, sea para bien o para mal. Para lo primero hay que rescatar con vida a, al menos, la mitad de los rehenes y capturar o eliminar al secuestrador. La derrota ocurre, obviamente, si no se cumplen estas condiciones o si se acaba el mazo de eventos.
Mecánicamente, este diseño de A. J. Porfirio es un muy buen juego. Muy sencillo, muy engrasado, capaz de mantenerte un buen rato tenso ante las situaciones que se van creando. Aunque la dinámica está bien traída, es cierto que el tema no resistirá demasiado. Ganar es difícil, como todo lo azaroso; y tenso, ya que tener paciencia tampoco es una táctica válida por aquello del temporizador. Así que en algún momento habrá que acelerar las cosas y puede que no acabe como uno espera.
¿Más rejugabilidad? Saque la cartera
Dentro de la caja básica se incluyen tres secuestradores, que son los elementos que le dan vida al juego, porque cada uno presenta distinta dificultad, peticiones exclusivas o algún que otro cambio de reglas. No obstante, es cierto que, tras unas cuantas partidas, da la sensación de que hay poco material. Y eso, señoras y señores, se soluciona de la manera que imaginan: con expansiones.

Han salido bastantes pequeñas ampliaciones que añaden al juego básico secuestradores dando giros a la mecánica que alargarán el juego, sin lugar a dudas. En España, de momento han llegado solo dos, que suman cuatro villanos más, aunque esperando estamos al resto.

En 2017, se lanzó Hostage Negotiator: Crime Wave, una expansión autojugable que añadía un poco más de todo y, en proceso de financiación estas semanas, Hostage Negotiator: Career, que añade mecánicas encaminadas a simular una carrera como negociador, algo así como un modo campaña. Y eso lleva una trampa porque te obliga no solo a tener el básico sino «múltiples» abductors packs, que es el nombre de las pequeñas ampliaciones.
Si eres de los que lleva el juego al día, la broma no sale muy cara, pero si decides entrar con todo, bien se puede ir a unos 100 euros, lo que para un juego así es de una exageración increíble. Pero oye, al menos acabarás con una experiencia en el secuestro con rehenes que puedes aprovechar para recuperar la inversión (es broma).