Man Ray y sus objetos de ensueño

© Man Ray Trust, VEGAP, Madrid, 2019

Hay que esperar a marzo para recibir la primavera, pero lo cierto es que este mes de febrero es pródigo en el florecimiento de exposiciones fotográficas y artísticas. Una de ellas es la dedicada a Man Ray que, con el título ‘Objetos de ensueño‘, se puede visitar hasta abril en la Fundación Canal. Se trata de una de las grandes citas de la temporada, por lo que supone dedicar una retrospectiva a uno de los personajes más polifacéticos del siglo XX.

Nacido en Filadelfia (1890), Emmanuel Radnitzky se empapó de las corrientes de vanguardia gracias a una vida que transcurrió principalmente en París, donde concluyó la que podría considerarse su primera etapa productiva, más anclada en lo puramente artístico y conceptual. En realidad, su legado trasciende las catalogaciones, ya que caben pinturas, películas, escultura… y por supuesto, la fotografía.

© Man Ray Trust, VEGAP, Madrid, 2019

Su nombre figura en todos los manuales de la disciplina, y por eso tener a uno de los grandes en Madrid siempre supone un momento mágico. No obstante, he de decir que esta muestra escapa a lo ortodoxo si por tal tenemos la típica exposición de imágenes icónicas de otros colegas a la que estamos acostumbrados. Es verdad que Fundación Canal suele arriesgar un poco más que el resto en sus montajes, y por eso hay que concederle el beneplácito de poner ante el espectador una representación más filosófica que efectiva.

Las expectativas jugaron en contra aquí. Atendimos más bien poco al título con el que se presenta, esos objetos de ensueño que uno no sabe cómo encajar al cruzar la puerta. Pero luego todo cuadra. Es un error acudir pensando únicamente en clave fotográfica. Y es que, además de ver, hay que entender el conjunto, captar la esencia de una forma de hacer que ora queda plasmado en un papel fotosensible, ora en una lámpara de perchas o incluso en un tablero de ajedrez.

¿De qué va la exposición? ¿Es fotografía, escultura… filosofía? Más fácil: es sobre la concepción de la realidad (y de lo que no es realidad) que tenía Man Ray. Y eso, ya en el lugar, se traduce en un recorrido temático por lo que en la nota de prensa de la organización denominan «su mundo onírico».

Está tematizada en varias partes que en su mayor parte retrotraen a esa idea, si bien hay otras más mundanas, autorretratos, retratos u otras en las que el autor aparece en situaciones más relajadas con algunos de sus compañeros artistas o de su entorno más próximo.

Lo más interesante, no obstante, llega con algunas de sus fotografías y trabajos más simbólicos. En Cesta de Patos siempre recomendamos leer los textos de acompañamiento de las exposiciones, pero aquí adquiere una mayor importancia por el contexto. Así, podemos entender mejor esa extraña mezcolanza que se da en la parte más apegada al título, en la que se combinan esos objetos fabricados con la finalidad de ser otra cosa de lo que parecen con fotografías de los «objetos imposibles» que obligan a la tarea que decíamos antes, la de la mirada y la lectura posterior, más reposada y que nos pueden acercar un poco a lo que vemos de Chema Madoz, por ejemplo.

«Pinto lo que no puede ser fotografiado, y fotografío las cosas que no quiero pintar, cosas que ya existen», se lee en las paredes, como una especie de ¿autojustificación? de su obra.

Ejemplos de ello son la plancha peine, la barra de pan pintada de azul o, ya en foto, ese antifaz suspendido sobre una vela. No deja de ser un juego en el que se experimenta incluso con la propia técnica. Surgen así los rayogramas, la parte más fantasmagórica, en la que los objetos más cotidianos adquieren una enigmática presencia gracias a la luz que reflejan sobre un papel fotosensible. Una foto sin foto, casi mágico.

© Man Ray Trust, VEGAP, Madrid, 2019

¿La mujer como objeto, como obsesión, como musa? Sea como sea, buena parte de la producción de Man Ray versó sobre ellas, sobre su lado más erótico y sensual. En esa parte vemos desnudos, escorzos y posados de algunas de sus parejas.

De ahí pasamos a las imágenes que dan fe de la buena sintonía que tuvo con Marcel Duchamp, y otra serie en la que el protagonista de las imágenes es un maniquí, algo inquietante, sin duda.

Como broche de la muestra, lo lúdico. El ajedrez como motivo no es algo que se haya fotografiado mucho. Sin embargo, este juego milenario que representa la guerra y la vida atraía, y mucho, a la comunidad artística en la que Man Ray se movió. Esa fascinación se muestra sin pudor en forma de tableros y piezas diseñadas ex professo por el artista, fotografías y una cosmología propia que, como todo lo visto hasta ese momento, ayudan a configurar el mito.

El ajedrez como motivo

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