You, historia de una truculenta obsesión

Quizá porque la lectura y el montar en bici son dos de las aficiones más sanas que existen, siempre he pensado que alguna de las profesiones que mejor rollo me transmiten son las de vendedor de bicicletas y la de librero. No obstante, después de ver You puede que ya no reciba una recomendación literaria en una tienda sin preguntarme cómo será la persona que te la presenta.

Y es que esta serie nos coloca como testigos de una trama que tiene un punto de partida realmente simple: la obsesión de un personaje por una mujer que un día entra en su librería y hacia la que siente un flechazo. Es una situación que hemos podido ver en muchas películas, pero que aquí, en estos diez episodios de You, toma un camino que quita la respiración por lo que cuenta, por el cómo lo cuenta y, más aún que por todo ello, por lo que uno intuye que existe tras una situación similar que se dé en el mundo real. No es el mismo caso, pero los finales de estas historias que, día sí y día también, vemos en los telediarios sin pensar que hasta ese momento hay auténticos dramas que si no vives de cerca, sencillamente no existen.

Por ese aspecto feo y desagradable para nuestra felicidad diaria, You supone un mal trago porque es violenta para todos, estemos en el lugar que estemos posicionados como espectadores. Y no por lo físico, que hasta cierto punto también, sino por la claustrofobia, por la atmósfera de un personaje que se presenta como el chico ideal pero que uno solo puede definir como un enfermo.

Lo cierto es que es una ficción que tiene mucho de fantasioso en algunos momentos de su desarrollo. Sin embargo, y por mucho que la trama favorezca situaciones límite que poco o nada tendrían que ver con la historia principal, es inevitable vernos arrastrados en el torbellino de la relación entre el librero Joe, y la aspirante a escritora Beck.

Desde el primer instante, el aparente chico perfecto, comprensivo, atento y servicial, ya nos ofrece un primer atisbo de lo que pasa por su cabeza. El ansia de dominación, de proyectar sus pensamientos, de atribuir a la otra persona una personalidad que puede que no sea la suya acaban por colocar a la otra persona en el ojo de un huracán, dentro del cual vive relativamente tranquila, sin sospechar cómo a su alrededor están removiéndose los cimientos de su vida.

Y durante la serie, que se ve casi conteniendo la respiración, mucho del acoso de Joe va a tener que ver con la vida de Beck más allá de las cuatro paredes que llegarán a compartir en algún momento. Amigos, trabajo, móviles, mensajes, fiestas… nada escapa al escrutinio del novio celoso que pasa del aparentemente inofensivo escrutinio de sus redes sociales a ver normal hacer todo, por lo civil y lo criminal, para crear un mundo a su medida, aunque en el proceso anule sin piedad a su presunto amor.

Una de las cosas que más me han atrapado de la serie es que cuesta anticiparse a lo que ocurrirá. A diferencia de muchas otras producciones previsibles, en You todo toma un camino sorprendente que no da pistas sobre cómo acabarán las cosas. Aunque una cosa está clara: sin ánimo de descubrir nada, más allá de lo que está escrito, es obvio que hay mucho de tóxico en esa actitud del acosador, que añade a sus propios actos materiales otro aún más esclacedor: el lograr el sentimiento de culpabilidad y sumisión constante en la pareja.

Que la acción resulte creíble y absorbente tiene mucho que ver con los propios actores que encarnan a los personajes. El protagonista está encarnado por Penn Badgley quien, para que se hagan una idea de su buen hacer y de la complejidad de su personaje y lo peligroso de su actitud en la serie, ha tenido que pedir mesura a las fans que le han idealizado e incluso, como en este tuit al que se negaba educadamente, le pedían que «las secuestrara». Cómo están las cabezas.

Ella es Elizabeth Lail, una actriz estadounidense que le da réplica especialmente en un par de capítulos finales en los que la serie se convierte casi en una obra de teatro. Otra de las bondades de una serie que perturba, atrapa y asusta a partes iguales.

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