Humberto Rivas (Buenos Aires, 1937 – Barcelona, 2009) es el protagonista de la exposición fotográfica que Fundación Mapfre expone en su sala Bárbara de Braganza en este inicio de otoño. Se trata de una muestra peculiar, en la que a grandes rasgos y a su manera, se expone un único tipo de estampa: los retratos.

Retratos de gente, claro, a la manera clásica, esto es, una o un modelo, un escenario, una cámara, un fotógrafo. Pero retratos también de lugares o rincones más o menos olvidados en los que fachadas, ventanas, puertas y objetos se ofrecen ante la lente con su propio gesto, a veces casi humano.
Se lee en los paneles de la muestra, incluso en varias ocasiones, cómo Humberto Rivas ha generado un gran proyecto de vida en el que se afanó por una suerte de yuxtaposición de espacios sin gente y gente sin espacios, si bien -continuamos parafraseando- en ambos casos hay pistas para conectarlos entre sí.

Surgen así unas fotos de arquitectura de apariencia un tanto tétrica, tal es su aparente querencia por los lugares menos glamurosos que, a veces, únicamente pasan desapercibidos entre la vitalidad de la concurrencia y la brillantina de otras ubicaciones. Pero Rivas halla lugares comunes en Barcelona, Buenos Aires, Madrid y/o allá donde pone sus pies.
Ayudan a esta sensación de decrepitud, soledad y decaimiento varios factores: las texturas de lo fotografiado, casi siempre con elementos que se salen de la imagen; el blanco y negro, con un uso de los contrastes que, como el mismo fotógrafo reconocía, le ayudan a ‘fabricar’ la toma para adaptarla a su propia visión; y lo humano, en este caso por defecto, si bien habrá alguna que otra reminescencia o detalle que venga a revelar una presencia pasada, presente o futura.

Lo de los contrastes es una constante en su fotografía. Humberto Rivas es uno de los fotógrafos que más y mejor usa el negro, como color en sí mismo y como concepto, esto es, como zona carente de luz. Son sus negros los que presentan lo que más quiere poner de relieve en la foto; o con lo que perfila edificios al amanecer. O, como vemos en las series de retratos a personas, el fondo que va a separar al quién del dónde.
Rivas nunca ‘disparó’ a una persona que no manifestara su beneplácito a ser fotografiado. De ahí que su obra haya que tomarla sabiendo que hay un acuerdo previo, una escena y una pose. Y es que se puede decir sin ambages que eligió su propia posición para cada modelo, según lo que éste le despertara. Altivez, curiosidad, miedo, sorpresa… todo gesto es o parece calculado.
La escenografía también se cuida mucho. Dentro de su trabajo como retratista hay dos partes bastante diferenciadas. En sus primeros años, la gente que usa está en su contexto, si bien este pierde en favor de la expresión. Son imágenes, en cualquier caso, de pura documentación, como una especie de fe de vida de un momento y un lugar.
Años después, con un estilo más depurado y tal vez imbuido de una mayor libertad artística que le aproxima a sus inicios como pintor, hay unas estampas más pictóricas. Aunque quede feo hablar en primera persona, reconozco mi poca pericia como observador al contemplar los retratos expuestos y centrarme tanto en la expresión que no reparé en un detalle, más propio de su segunda etapa: al fondo negro que recorta la silueta de los sujetos y que te fija la vista en ellos, se añade un suelo fabricado a base de una tela arrugada. Un signo distintorio que solo percibí al leerlo en uno de los paneles. Tanto en uno como en otra variante, Rivas tuvo otro recurso que hace aún más valioso su trabajo: el volver a las mismas personas con años y, a veces, décadas de diferencia.

En los últimos años de su vida dio el paso a la fotografía en color. No obstante, este nuevo lenguaje también fue usado de una forma poco usual: pese a las posibilidades técnicas, optó por primar su propio estilo y, en la mayor parte de los casos, apostar por imprimir una pátina nostálgica a su obra a base de contrastes mucho más suaves y colores algo más apagados de lo que podría.
Todas estas mimbres ayudaron que, desde sus primeros años en España, colaborara enormemente a renovar la fotografía y a darle un nueva dirección. Tal fue su impronta que recibió el Premio Nacional de Fotografía (1997) .