Muerte de un padre, el mío

«Ojalá te mueras», le llegué a decir, en pleno acceso de volcánica furia adolescente. No, claro que no iba en serio. Al menos no iba tan en serio como el merecido zapatillazo -o bofetón, que siempre fue hombre de recursos- que me regalaba después de estas recurrentes violaciones del cuarto mandamiento. Sé que mis palabras no iban en serio porque hoy, días después de cumplirse aquel fatídico e inevitable augurio, no me siento culpable por ello.

Sí, en cambio, me invade la pena. Sobre todo eso, la pena. Hacía tiempo que no caían lágrimas de esta manera y menos sin pedir permiso. Sonreía amargamente, pese a todo, pensando en tantos «nada podrá ser peor que esto» de los que me había tocado vivir. A saber: rupturas, despidos… nunca he visto perder una final de Champions al Real Madrid así que, al menos por ahí no me sentiré imbécil integral… «Todo tiene arreglo, menos la muerte», me decía una amiga en la prehistoria de esta existencia. Hoy estas lágrimas impertinentes acaban por empezar a cerrar el círculo. Él se va.

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Descubro que, como sospechaba, parece haber un clic que te desconecta. Una frontera invisible que, sin embargo, explota en el ambiente. Y aun vivo, el brillo se apaga. La voz se niega a salir. El oído ya no escucha. Mejor. No quiero que me vea desde el quicio de la puerta mirándole impotente en esta calma tensa, como si estuviera esperando que, finalmente, sucediera.

El cuadro que pintaba el doctor era el de la realidad. Sólo en un rincón de la pintura había una luz, un milagro, un «ojalá» que, no obstante, palidecía tanto como su piel. Un eufemismo.

Y aun sobre aviso, llega la angustia, el desenlace, el momento. El instante que sabes que llega pero que no quieres ni pensar en que llegue, del que hablas de forma abstracta y ajena, pero que muta en algo sorprendentemente tangible cuando, por fin, a lo inevitable se le suma lo inminente. Y así, siendo consciente de que cada paso de aquellas últimas horas deberían ser recordadas como eso, como las ‘últimas horas’, es la vida -o la muerte, las dos caras de la misma moneda- la que va marcando el ritmo.

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Por ejemplo, tener que llamar a una ambulancia sabiendo que no volverá. Retrasar la llamada es la única manera, piensas, para que pudiéramos mirar hacia otro lado y aquí no ha pasado nada, un malentendido, señora Parca, aquí no hay nada que ver, siga su camino. Pero no. La tía espera: si algo tiene es que es paciente.

En el hospital nos sigue dando algo de cancha. Pasan los médicos. Fantaseamos con que esa primera noche él la pase bien y nosotros podamos descansar un rato. Pero la realidad se hace más dolorosa con cada timbrazo del teléfono que nos quiebra el sueño y nos dobla el alma casi minutos después de conciliar el sueño, quizá por última vez en días, como así fue. «No pasa nada», dicen. Otro eufemismo que viene a decir: vengan cuanto antes. Pasan las horas, nos dan un sitio más íntimo, posteriormente otro y, cuando finalmente llegas a la habitación de la planta no puedes dejar de pensar en todas aquellas veces que, pesimista ingreso tras ingreso, veía la mole de ese hospital como el lugar donde algún día moriría mi padre. «Así que va a ser aquí», pensé.

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Todo el proceso es de una intensidad y emotividad extraordinaria. A la agonía, a la espera, se le añade un componente de curiosidad nada cercana al morbo, aclaro. ¿Cómo será el ‘momento’, cómo la transición? Había pensando tanto en esto que, esta primera vez que veo el preciso instante en el que alguien deja de vivir, no puedo dejar de sorprenderme con la fortaleza del cuerpo humano, por un lado; y sentirme muy feliz de que hubiera tanta calma y tranquilidad en el tránsito. Eso se lo merecía tras semanas de sufrimiento.

Lo que viene después es una segunda muerte. Un proceso inédito para mi en el que de una manera u otra, la pena pasa a un segundo plano. Es tanto lo que hay que hacer que sinceramente agradeces estar ocupado, no pensar, engañarte con que tu máxima preocupación es atender al teléfono, aun en plena madrugada. Llamadas, paseos por el hospital, gestiones, burocracia… cosas que te alejan físicamente de la realidad extraña que se queda en la habitación, y a la que me asomo a cada rato para mirarle en su último gesto, en un rostro que es el suyo pero que, poco a poco, deja de pertenecerle.

Le volveríamos a ver horas después, ya en su ‘cama’, ya «dormidito», como me dijo el funerario. Qué sensación más rara. Indefinible ese último encuentro extraordinario lleno de lágrimas, besos y buenos deseos, antes de que aquella imagen sea una más de toda una vida con él. Y, aunque podamos hablar de esto dentro de un tiempo, apostaría a que esa estampa en el ataúd no será, ni de lejos, la que más me vaya a acompañar. Incluso aquel «ojalá te mueras» me regala un recuerdo de él más ajustado a lo que fue tenerlo a mi lado: un padre que cuida de su hijo y se pelea con él, a veces con furibunda efervescencia. Cómo no quererle.

Como ya sospechabas cuando esto le tocaba a otra familia, la vida sigue. A ver cómo. Se avecinan tantas cosas. Tan diferentes.

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P.D.1. En estos días, una de las canciones que más he tarareado, no por nada en especial, ha sido Els Segadors. Más que un himno se me ha pegado como una lapa a una identificación con lo fúnebre. No obstante, y sin tener mucha más razón, el sentir me llama a poner esta (o casi cualquiera de mi R.E.M. más lacrimógeno):


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P.D.2. Google. Omnipresente. Sospechosamente, tras las primeras llamadas con la noticia de lo de mi padre, me dio por probar ese asistente de los Android que te sugiere chistes, noticias o curiosidades. Pulsé en ‘Sorpréndeme’. Y a fe que lo consiguió, como verán en el pantallazo adjunto. Se nota que estamos en buenas manos.

Vodafone también nos cuida. De ahí que, minutos después de llamarles para que dieran de baja los servicios que mi padre no va a disfrutar más, y explicándoles el motivo, por supuesto, recibo una llamada en la que piden hablar con él para ofrecer nuevas ofertas.

9 comentarios en “Muerte de un padre, el mío

  1. Aunque es muy difícil, pero seguro que vayas a hacer muy bien y aprendas mucho desde esta época. Un padre para recodarle mucho por sus humores, por sus curiosidad de aprender cosas nuevas, por su gran amor para la familia y por ser tan valiente luchando etc. Esos son sus regalos que te ha dejado y para más.
    Mucho animo! Y nosotros siempre estamos al lado de ti!

  2. Es increíble como subscribiría cada una de tus palabras recordando la muerte de mi padre ya hace más de 20 años. Y sin embargo he vuelto a vivirla, a sentirla como entonces, y por eso quiero acompañarte y enviarte un fuerte abrazo y decirte que por mucho que pase el tiempo como puedes ver el seguirá a tu lado de alguna manera.

    1. He tenido la sensación, y así sentía estar reflejándolo, de estar en medio de una película en la que no quieres estar y que, sin embargo, te acompañará. Queda el tiempo pasado. Siento haber removido algo en tu caso y muchas gracias por tu mensaje. Un abrazo

  3. Un abrazo, perdí a mi padre muy de niño, supe muy pronto del dolor de la ausencia. Pero me he ido olvidando y ahora poco a poco vuelve a llegar.
    ¿qué tenemos para enfrentarnos a esos momentos? quizá nada

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