Por ir avanzando. En el punto de escribir esto, puedo decir que tengo un gatito de un año de vida que, a diferencia de lo que uno espera de los felinos, me sigue a todas partes, maúlla si no le hago caso TODO el rato y obviamente se tumba en el teclado cuando necesito rellenar esos incómodos vacíos del blog. Y yo, tan contento. Pero si este minino requiere tanto trabajo, no quiero ni imaginar lo que debe ser tener un bebé (bueno, sí quiero imaginarlo). Ahora, gracias a Baby Blues, al menos uno puede hacerse una idea.
Antes de que los ojerosos padres de recién nacidos se me echen al cuello por considerar este pequeño juego de cartas un simulador avanzado de paternidad, les recomiendo no tomarse las cosas muy en serio.
Porque este juego es así, un pasatiempo en forma de baraja en el que lo más divertido son las ilustraciones y el puteo. Pero sin duda, y por resumir, no hay nada aquí que no hayamos visto antes ni que justifique su encumbramiento al podio de los mejores juegos ligeros.
El funcionamiento es más simple que el mecanismo de un chupete, en sentido literal. Empezamos con una parrilla de cinco niños recién nacidos, todos ellos felices y contentos. Detrás de cada uno hay un número que marca los puntos que puede dar cada nene al final de la partida. El objetivo es tener el mejor marcador en el momento en el que un jugador acabe con todos los infantes cabreados y llorando. No es una meta loable pero oye, así es la vida y la competencia comienza desde la cuna. Es el mundo en el que vivimos.
La interacción es constante y eso es un punto a favor. Hay tres tipos de cartas. Las rojas son negativas y, salvo una excepción, se suelen jugar en los bebés del resto. Se trata de acciones que los enfadan -reflejado por una carta de rabieta- y que exigen una actuación del ‘padre’ en el siguiente turno. Para volver a poner contento al niño, las rojas se pueden eliminar con cartas verdes. Acción-reacción, sin muchas más complicaciones.

Luego están las naranjas, que son de un solo uso y que principalmente sirven para sacar del juego las verdes que necesitan más de un turno para activarse o las que se ponen como prevención.
Y nada más. El juego está en este ir y venir de cartas rojas y naranjas para ti y verdes para mi. De no conseguir contentar a un bebé que esté con rabieta, este rompe a llorar y deja de estar operativo para el resto de la partida. En el momento en el que alguien tiene a toda su guardería lloriqueando se procede a contar los puntos de los pequeños que aún se mantengan felices, sin caca, bien alimentados y contentos.
El juego es gracioso, especialmente por sus ilustraciones. Es verdad que son bastante poco variadas pero los bebés resultan simpáticos. Sin ser ninguna maravilla y sin venir a quitar del pedestal a nadie ofrece partidas muy rápidas de interacción continua aunque si nos gusta este concepto de cimentar la victoria en la desgracia del rival, la elección más obvia es Gloom, mucho más profundo, mejor producido, más adulto e infinitamente mejor juego y además, ahora en español.
Y es que lo peor de Baby Blues no es su simpleza, sino que el juego ya se encarga de ir decidiendo por ti. Hay muy pocas posibilidades de jugar cartas y la mayor parte del tiempo dependes de tener una concreta para salir airoso de los entuertos. Cero decisiones, nula estrategia. No pretende pasar de divertimento casual pero incluso en esa liga de los juegos ligeros se queda francamente corto con lo que pone sobre la mesa.
Puede que su público objetivo sean niños un poco más crecidos que los salen en las cartas, o bien y sobre todo, aquellas parejas que hayan tenido un hijo hace poco y queramos dedicarles un guiño en la cesta de… recién nacido. Para recordarles lo duro que es a veces ser padres.