Eduardo Mendoza siempre; también en teatro

No es el género más habitual de Eduardo Mendoza. Y él lo sabe. Y lo justifica. Y hasta escribe un prólogo en el que desliza una cierta pátina de modestia rayana en lo vergonzoso, como si quisiera excusar no moverse en su medio y disculpar los posibles inconvenientes. Pero he aquí que el escritor barcelonés presenta un compendio de su vis dramática que responde al título de ‘Teatro reunido‘ (Seix Barral). Y que más allá de poner en el mercado un libro con un nombre, es un libro con tres obras teatrales que, si nos dijeran que son de otro autor, pensaríamos «cómo se parece a Mendoza«. Así que tan mal no ha ido el invento.

teatro_reunido01.jpgHay una pequeña trampa. O grande, según se mire. Resulta que es cierto que no ha explotado mucho este campo de escritor dramático pero eso no significa que haya mamado -casi en sentido literal, según cuenta él mismo- esta vertiente. Como espectador o traductor, como actor en sus comienzos o como autor ya más talludito, el teatro, confiesa, siempre ha estado en su vida. Vuelvo a recomendarles que, al respecto, lean el mencionado prólogo en el que, con muy pocas más palabras más que en este párrafo, el autor de La Ciudad de los Prodigios lo cuenta de forma mucho más amena y con más propiedad.

Entre otras cosas, nos cuenta la génesis de las tres obras que incluye el libro. Temáticamente son muy diferentes pero todas comparten varias características. La más importante y notoria es el estilo, el tono. La acidez de la crítica diluida en chascarrillos o en situaciones absurdas es una constante en la obra de Mendoza y por supuesto, no deja de estar presente en estas líneas. No decepciona; puede que sea más fina por aquello del cambio de registro. Obviamente aquí no puede recrearse, como en sus novelas, en esas escenas en las que la descripción minuciosa de sus participantes eran un pilar imprescindible en su imagen socarrona. Aquí, en un género que demanda ritmo y que poco o nada puede detenerse en descripciones, el salto es mínimo y la sonrisa te la saca igual.

En estos tiempos tan revueltos de in-inda-independentzia y cientocincuentaycincos, casi suena contestatario que alguien defienda tan firmemente la coexistencia y naturalidad de lo catalán y lo español como ha sido siempre. No obstante, y aunque ese no sea el tema siquiera de fondo aquí, es toda una lección el relato de cómo surgen y se escriben las piezas. Porque eso es otra cosa que las une: fueron -o esa era la intención- escritas en catalán y de una manera u otra, al menos las dos primeras, están bastante pegadas a Barcelona. Eso tampoco es una novedad. Vamos a ver de qué va cada una; por orden de aparición, Restauración, Gloria y Grandes Preguntas.

Eduardo Mendoza | Imagen de Piotr Drabik
Eduardo Mendoza | Imagen de Piotr Drabik

Restauración (Restauració en el original) fija su acción al final de las guerras carlistas, en el siglo XIX. La acción se sitúa en una casa de campo en la que reside una carismática mujer llamada Mallenca quien, sin embargo, está allí viviendo del recuerdo de tiempos mejores en Barcelona. Pero su apacible nueva vida se ve sacudida por la irrupción en escena de un joven desertor primero, y de otros dos personajes que llegarán después y entre los que surge una trama de relaciones y pasiones cruzadas. Además de ofrecer giros inesperados en el guión, acabarán por hacer una reflexión en voz alta sobre el tiempo, el sentimiento de pertenencia y la vida, en general.

Esta obra, destaca el autor en el prólogo del libro, le resultó «intimidante» por el hecho de que, de las tres que habitan sus páginas, fue la única que se estrenó en un teatro importante. Fue el 16 de noviembre de 1990 en el teatro Romea de Barcelona.

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Gloria es la segunda obra que aparece en el libro. No llegó a estrenarse ‘a lo grande’ pero a mi juicio es la más compleja de las que leemos y, al menos sobre el papel, da la impresión de que funcionaria muy bien sobre las tablas. Se trata de una obra de enredo en la que la excusa que lo mueve todo es la negociación en torno a una ruinosa editorial. Los socios de la empresa buscan a algún inversor que la salve de la quiebra pero a quien encuentran es a un presunto estafador. Y ese, tras leer el relato, acaba siendo el menor de los problemas. Una obra de líos amorosos que ponen en boga las pasiones, celos y sentimientos de los protagonistas.

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La última es la más alejada de convencionalismos. Es lógico, ya que Grandes respuestas, reconoce el escritor, estaba destinada a un circuito de teatro más alternativo y minoritario. Mendoza la califica como la «menos insastisfactoria» del trío. Y eso que aún para el teatro, se antoja excesivamente austero mantener una conversación a dos durante casi toda la obra. Pero no una conversación cualquiera: un hombre acaba de morir y se halla en el cielo. Sin embargo, en contra de la imaginería popular, todo es más burocrático y funcionarial. La memoria se pierde y la importancia de las cosas adquiere la dimensión de lo relativo.

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