El CSI también es un invento chino

ci_song.jpgLa perseverancia, incluso en las más adversas condiciones, suele tener premio. «Apelar a la justicia divina» es otra manera de decirlo, vetusta y ajena a la realidad, pero que no hace mucho tiempo venía a ser casi una verdad absoluta, según en qué contextos. En base a esa esperanza y de acuerdo al rigor de los códigos de honor de antaño, ‘El lector de cadáveres‘ pudo alcanzar el momento cumbre en su vida de llamarse como tal.

De nuevo les traemos otra novela ambientada en la antigüedad de China, después de la mención al carismático juez Di del que hablamos en el último artículo. Esta obra tiene cosas en común con aquella. Ambas se basan en figuras históricas reales si bien las historias acaban siendo lo que son, novelas de ficción con un trasfondo real pero con hechos que se toman ciertas licencias respecto a lo que está dictado en los libros de historia.

Los dos personajes, además, están presentados por europeos: el holandés Robert van Gulik nos trajo a Di y en este caso, un español, Antonio Garrido, nos pone en las manos la vida, obra y -casi- milagros de Ci Song. El que sean occidentales los que plasmen negro sobre blanco aquellas historias tan extraordinariamente bien documentadas no es algo que deba tomarse a la ligera. Habida cuenta de los complejos códigos de aquella sociedad y de la obvia diferencia cultural, ‘traducir’ o ‘simplificar’ ciertas partes es algo que acerca a los héroes de ambos creadores.

el-lector-de-cadaveres_9788467037586Luego están las diferencias. Mientras el juez Di es un personaje casi consolidado como respetable desde su primera aparición, ‘El lector de cadáveres‘ se presenta como una novela de vida, más bien. Su protagonista también apunta alto al comienzo pero una serie de desgracias familiares y una misteriosa actitud de su padre frustran al comienzo lo que se vislumbraba como una prometedora carrera en la judicatura de su tiempo.

Sin embargo, muy lejos de ese camino ideal, el joven se ve metido en una espiral de sucesos que le hunden en el fango sin remedio y para hacen que al lector le resulte casi imposible no sentir lástima. Es tal el castigo que recae sobre Ci, tan sangriento y a veces explícito, que a uno le cuesta imaginar cómo evolucionará la historia para que todo lo que va recibiendo pueda albergar algún tipo de respiro. Gran mérito del escritor en todo esto, que mantiene la tensión y el suspense sin dar un segundo de relajo, ni al protagonista ni al tiene el libro en sus manos.

Sin embargo, la trama avanza. El motor siempre, siempre, pese a los golpes, la desgracia y la injusticia, es la propia determinación de un personaje cuya fuerza le lleva a no rendirse nunca. Los sucesos van desarrollándose de forma que la casualidad le da la ocasión de demostrar su ingenio y sus dotes para la investigación. Y aunque cueste verlo y sea aún más difícil que llegue, también marcará el punto de inflexión en su vida. No sin sufrimiento, claro.

En ese momento la novela ya es una madeja de tramas que uno nunca sabe muy cómo van a acabar. Un consejo si lo leen: disfruten la sensación y relájense. Porque el libro es narración divertida, ágil y sorprendente, y hasta el mismo final y más allá les sorprenderá, para bien.

forense

Y además, cumple otro objetivo: el de presentar a uno de los pioneros de la ciencia forense en un marco situado muchos siglos atrás. Y es que el alter ego del personaje es precisamente uno de los primeros en atender a cuestiones estrictamente científicas que hasta este momento pasaban por alto en la resolución de los crímenes. Una suerte de ‘tecnología’ aplicada que hoy parece burda e inocente pero que era lo máximo en el momento de aparecer.

Sí, venga, lo diré aunque me prometiera no hacerlo: una especie de CSI a la china antigua. Como el juez Di, la biografía de Ci Song también ha dado para más que un simple reconocimiento desde la distancia y quien sabe si hoy la criminología sería lo que es sin él: desde series hasta… sellos y monedas:

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