Juez Di, el Sherlock Holmes chino

Cuentan las crónicas que, muchos siglos atrás, cuando Europa aún estaba en incipientes pañales, en China ya existía una notable tecnología y desarrollo en casi todos los ámbitos. La resolución de crímenes, por ejemplo, es uno de esos campos en los que la historia se fija poco y que queda relegado a anécdota, leyenda o curiosidad.

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El juez Di inspecciona una biblioteca. Ilustración de la editorial Edhasa

Los libros de los que hablamos hoy se quedan en eso, no hay que buscar más allá. No son tratados históricos, no narran hechos reales y tampoco pretenden ser un compendio de sabiduría. Pero sí que ayudan, por su ambientación, a hacer una especie de viaje en el tiempo a una época y geografía muy diferentes a las que conocemos.

La primera parte se la dedico al juez Di. Este personaje sí se corresponde a una figura real que vivió en torno a los años 630-700 y que, como su alter ego en la ficción, ostentó un cargo, el de magistrado, que era uno de los más codiciados, prestigiosos y con mayor autoridad de la época. Además, en sus últimos años fue ministro en la corte imperial de la dinastía Tang, con lo que sumó méritos para ser considerado una de las figuras más populares del momento y en el futuro.

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Di, a diferencia de su colega inglés, es ducho en el arte de la espada | Edhasa

De hecho, buena parte de su estrellato se debe a que mucha literatura china del siglo XVIII le ‘recuperó’ para sus obras de más éxito. En las mismas se le colocaba al frente de las investigaciones de sucesos -crímenes truculentos, principalmente- que aunque también tenían su base real no corresponden realmente a sus andanzas. De hecho, los hechos son conocidos precisamente por no haber sido resueltos en la vida real.

Un ‘chino’ holandés

Esa inspiración motivó para que, ya en el siglo XX, la realidad y la ficción se juntaran en una serie elaborada por un holandés, Robert van Gulik. Pese a ser europeo, este señor fue un gran conocedor de la cultura china. En su biografía se lee que pasó muchos años trabajando y viviendo en varios países de Asia y sobre todo en China, donde tomó contacto con parte de la milenaria historia del gigante asiático. La lectura de antiguos legajos fue lo que prendió en su cabeza la chispa de estas novelas. En aquellos documentos se leían casos irresolutos de la antigua justicia imperial china. Asesinatos, robos o violaciones que quedaron sin resolver de forma oficial para los tiempos.

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Mezclando esas historias con la biografía del juez Di, que por su ecuanimidad ya era reconocido como una especie de ‘héroe’ histórico, surgieron unos libros de aventuras y misterio al estilo de un Sherlock Holmes oriental, en su comparación más obvia. Como veremos, la trascendencia por aquellos pagos no tiene nada que envidiar a lo que es para nosotros el inquilino del 221B de Baker Street. (Uno de ellos, al menos)

Aun con argumentos diferentes, las aventuras del magistrado son un ejemplo de literatura policíaca en la que se dan la mano las costumbres chinas y el ritmo occidental. Dicen los analistas que las novelas tienen un aura más europea de lo que pueda parecer. Y es que el autor comprendió pronto que el estilo original de este tipo de literatura se maneja en parámetros muy diferentes aquí y allí.

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El deber lleva al juez a todo tipo de ambientes | Ilustración: Edhasa

Detalles como la profusión de personajes característica de aquellos lares, las disquisiciones filosóficas o morales tan del gusto oriental, o incluso el cierto deleite en las descripciones de torturas y demás truculencias, dicen, cobra a este lado de los Urales un tono más blando en el que la investigación es la principal protagonista.

Además, otra salvedad: el misterio aquí se mantiene hasta el final cosa que, al parecer, no ocurre allí, donde el culpable ya se conocía de antemano. Pero el fin es el mismo: loar y contemplar con admiración las deducciones del protagonista hacia el resultado (in)esperado, a veces incluso entre sucesos paranormales.

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El protagonista, en un carro de transporte | Ilustración: Edhasa

El resultado de todo ello son unos libros amenos. Es verdad que no inventan nada (en sentido casi literal) pero ofrecen una lectura sencilla, divertida y diferente, con ingenio por doquier, toques de humor y un costumbrismo que incluso emite mensajes moralizantes sin pudor.

El eje central es el juez, obviamente. Un personaje imponente en su descripción, tanto en su porte físico como en la autoridad que emana la dignidad de sus gestos. Leal a su responsabilidad, Di cumple con rigor y sin desfallecer las tareas que el Imperio le encomienda. No sólo la de impartir justicia sino investigar y controlar la rectitud en la vida de la zona que tiene asignada.

A su alrededor circula una galería de secundarios recurrentes que, como suele pasar, aportan variedad a un equipo que según el momento necesita de uno u otro para ir deshilando la madeja de los crímenes que se presentan. Son ellos los que le dan esas pinceladas de frescura al tono generalmente serio de su jefe.

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Ilustración: Edhasa

El universo que nos estamos perdiendo

Aunque Van Gulik dejó para la posteridad una buena colección de relatos de Di, tal es el alcance de su personaje que no sólo otros escritores han prolongado la vida del personaje. En España es verdad que han pasado más o menos desapercibidos pero alguna edición resulta especialmente acertada. Mi toma de contacto ha sido a través de los libros de Edhasa, de la que he tomado algunas de las cuidadas ilustraciones que contiene. Pero las andanzas del magistrado incluso se han llevado a la pequeña y a la gran pantalla e incluso a los ¡videojuegos!

Estos son dos anuncios de sendas películas de 2010 y 2011 sobre el personaje aunque hay un montón más si buscan, que lo harán después de ver cosas como estas: ¡flipen!

Y, hasta que dure aquí les dejo con la película dedicada al misterio en ‘El monasterio maldito‘, precisamente una de las obras más populares y que sí está traducida al castellano:

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