La tostada (con final feliz)

Me he quedado sin trabajo*

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Pero, quizá por el subidón -por muy paradójico que pueda parecer- que supone no solo ver, sino alcanzar la luz al final del túnel, estoy casi casi contento. Vale, es verdad: se acabó un túnel que da paso a otro más indeterminado aún, lo que no es una noticia tan agradable. Sin embargo tampoco es cosa de buscar autocompasión y por eso me tomo las cosas con bastante optimismo y sin necesidad de recurrir a lloros (figurados) ni a frases autocomplacientes tipo Paulo Coelho. Antes subiré a Facebook una foto de gatos que una frase de filosofía barata de esas con las que la gente tanto disfruta y de la que tanto aprende, aparentemente.

A lo que voy. Es curioso el periplo en este lugar que ya es pasado para mi. He trabajado ahí más de tres años que, vistos desde esta nueva perspectiva, parecen todo un siglo. No ha sido mucho tiempo (o sí, o no) pero sí indudablemente intenso, por mucho que durante estos meses nunca dejé de tener la sensación -porque así llegué el primer día- de que  sería algo temporal, de pura transición hacia algo mejor. O al menos diferente, que ‘lo mejor’ como tal quedó enterrado con la excusa de la crisis en ese concepto tan vago de ‘días que no volverán’. Una forma tan poética como cualquier otra de decir que jamás volveremos a atar los perros con longanizas.

Como soy un periodista de los malos, voy a tirar de tópicos manidos para decir sin pizca de pudor que este medio de comunicación mínimo y familiar al que casi le echo la cancela en solitario fallece «tras una larga enfermedad». La secretaria del lugar, confidente profesional y ‘antenista’ de corazón, me vino a decir uno de los últimos días que compartimos «que sabía cosas» acerca del dueño del cortijo, que es la figura clave de todo, el eje en torno al cual ha girado la vida y la muerte del chiringuito.

El sitio era peculiar. Oficialmente se trata de una agencia de comunicación que tenía varias líneas de negocio. Una, la que se encargaba de hacer las revistas corporativas de una importantísima aseguradora, en una suerte de concesión bastante lucrativa; otra faceta es la de mi (ex)periódico, un sitio mínimo dedicado principalmente a la economía, con una parte de política y, en mucha menor proporción, de cultura, donde hallé el oasis particular desde el que he podido hacer una inmersión en el mundo de la fotografía de la manera más privilegiada.

No confundan todo esto con un pataleo ni un desahogo porque no es eso. La verdad es que escribo este texto un tiempo antes del cierre real y del adiós definitivo pero en previsión del mismo, toda vez que parece que ahora sí que sí entramos en vía muerta. Se supone que debiera estar angustiado porque en este momento no sé ni cuánto tiempo durará el negociado, ni mucho menos si al final del recorrido cobraré algo, poco o nada de lo que se me debe ahora o se me deba llegado el momento. En eso, fíjense, no soy tan optimista. Si reduzco el ritmo de compra de juegos de mesa será mala señal.

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El que haya decidido a acercarme al cuaderno precisamente hoy es porque ha sido un (nuevo) día surrealista en el que una de mis compañeras ha decidido ser despedida para poder ver algo de dinero. Es una opción que le dieron ayer, cuando la idea del dueño era dejarme a mí únicamente al frente de un medio digital de noticias. Tal vez, se apuntaba desde la dirección, incluso convertirlo en un semanario en lo que hubiera supuesto uno de los giros más estrambóticos de la historia del periodismo, por mucho que este lugar no vaya a marcar un hito en la leyenda. Piénselo: un periódico online que de la noche a la mañana pasa a ser semanal tal cual, sin cambios, a pelo, y con un redactor. Si ya en condiciones normales, incluso en los ‘buenos tiempos’, se hablaba de «hora de cierre» -algo que te hierve la sangre si te has criado en una web 24/365 pegado al F5-, lo del semanario es… bueno… ridículo. Pero iba en serio, créanme. A veces imagino que es mejor morir con dignidad que vivir para ver estas cosas.

He omitido una tercera línea de negocio de la empresa. Se trata de una especie de agencia de viajes para jugar al golf. Lo más que le ha reportado al dueño hasta el momento es una cierta mofa por parte de los que hemos ido viendo como ese gran proyecto no deja de ser un despropósito cuyos teléfonos permanecen todo el día en silencio. Pero escucharle hablar sobre el tema resultaba casi entrañable, la forma en la que se iba a aliar con un banco para que lo ofrecieran a sus clientes, la futura expansión por China, las ventajas del segundo año como socio de los inscritos… me van a perdonar la maldad pero, ahora que me encuentro leyendo las memorias del arquitecto de Hitler, Albert Speer (libro imprescindible, por cierto), esa entrañabilidad adquiere un tinte más oscuro porque esos castillos en el aire casi están argumentados de la misma manera que usaba el líder nazi para justificar ese nuevo Berlín que solo fue modelado en maquetas. A una escala incomparable, aquí también se nos han ido llevado por delante estos años.

Definitivamente, nací para ser piloto de Fórmula 1. Hay que sacar lo mejor de uno mismo para haber mantenido la cordura y la calma este tiempo, por mucho que al final nos lo tomáramos con humor. Eso es otra cosa buena que nos llevamos de aquí. Por ejemplo, estaba aquello de que cada vez que un amigo preguntaba ya con sorna «qué tal en el trabajo… si sigues teniéndolo», había que responder que al menos hoy sí pero el lunes igual llegaba y no quedaba nadie ya.

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Porque el ambiente ha sido un veneno infernal desde que recuerdo. Algunos de los personajes que se han sentado a mi lado han sido retratados aquí. ¡Menuda fauna formamos!¡Parece que hicieron un casting para entrar! Tuvimos a Lord Varys, al jefe, al líder caído, al de la coprolalia… el zoo ha dejado tanto material por escribir, tanto por reseñar, que algo más habría hecho aquí si no hubiera acabado los más de los días desesperado con esa sensación de estar en un sitio en el que sabes que estás absolutamente desaprovechado, en el que el resto -no sabes muy bien por qué razón- va a un ritmo que te parece africano, en el que ha habido gente que no ha empatado con nadie y tenía ínfulas de Pulitzer y un sitio, en definitiva, que ha intentado enterrar tu autoestima desde el primer minuto. Definitivamente, la loca -otro de los personajes- podía estar loca pero decía (muchas) verdades como puños.

«Es dinero gratis», solía decirme. Y eso aún cobrando mal y tarde, pero a cambio de hacer poco o nada. Podría comprimir una jornada de mis tareas en un par de horas. Imaginen el resto del tiempo. Al menos me ha acompañado la música, aunque los horarios al principio eran poco menos que para querer ahorcarse de la desesperación al estar rodeado de gente que parecía renegar de una casa o una familia a la que volver a ver. Creo que esto es lo que me pareció más incomprensible de todo. Para perder el tiempo, en más de una ocasión se lo dije a mi jefe, casi prefería hacerlo en otro sitio que no fuera aquel. No me gusta que dispongan de mi tiempo; si hay que quedarse por una causa justificada nunca he tenido problema pero, para ver cómo el resto se queda mirando al techo, que no contaran conmigo. Y no me parecía un comentario extraordinario por mucho que se lo tomara a mal. Viví más que nunca esa regla no escrita en España que viene a llamarse «calentar la silla». El pelota, que siempre siempre esperaba a que fuera yo el primero que dijera «nos vamos» para no quedar mal él nunca, asentía feliz, por supuesto.

También hubo gente normal, claro. Y hasta extraordinaria. Muy buena gente, pero sobre todo normal, que visto lo visto era casi lo único que le pedías al tema. No ya esa época gloriosa de sobremesas lúdicas que tuvimos durante unos meses o la incomparable dulzura de la Princesa Sugus, pero al menos sí alguien con los pies en la tierra o que no te mirara por encima del hombro… o qué sé yo. Sí, definitivamente hubo gente muy buena también, alguna de la cual ha cerrado también el local; otra se fue quedando por el camino y tengo la suerte de poder contarla entre mis amigos.

Y aunque el tono de este texto sea crítico y en cierto modo quiera denunciar esa precariedad (aka «frío») que existe más allá del paraguas de los grandes medios, ha habido igualmente un sinfín de momentos divertidos, de camaradería y de risas. De aprendizaje también, de autocrítica, de debate. Al fin y al cabo de eso se trataba, de ser periodistas, de contar las cosas honesta y humildemente aunque los medios fueran más que limitados. El trabajo ha sido más que digno en ese aspecto. Claro que ha merecido la pena.

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Otro de los giros más surrealistas llegó un par de días después de la ‘decisión’ de mi compañera. Aquella mañana llegué a la redacción un buen rato antes de la hora, con la idea de desayunar en una suerte de auto-homenaje en el bar de abajo, porque yo lo valgo. En el garaje me encontré a mi jefe, que me dice un tanto desencajado que habían robado en la oficina. Me corta el desayuno, claro: ¡a la porra las tostadas! (¿ven el chascarrillo?), que para tostada, la de toda esta película. De hecho, pensé que el coche de la Policía que estaba aparcado en la puerta venía a por nuestro director. Pero no.

Resultado de la noche de autos: volaron siete u ocho ordenadores, la oficina patas arriba y el helado que tenía en el congelador chafado en el suelo (tan literal como incomprensible)… sin embargo, no pude sentirme más afortunado al ver que el disco duro en el que guardo todas las fotos seguía en el cajón… pero más allá de las cuestiones personales, no negarán la oportunidad de un robo en semejantes circunstancias. Creo que ninguno de los conocidos con los que comenté la noticia me ofreció una hipótesis diferente a la del montaje para darle un mordisco al seguro. Y es que llegó un momento en el que podías esperar cualquier cosa.

Surrealismo; tal vez sea la palabra que resuma estos años. Cuando atábamos los perros con longaniza, mucho antes de este período, no conocíamos «el frío que hace fuera», como decía un amigo; ni lo imaginábamos siquiera. Ahora que esta etapa se cierra, este pato echa la vista atrás y, aunque tendrá que flipar (que no hay otra palabra) hasta el último minuto del último día, lo cierto es que me siento muy afortunado por haber vivido este sinvivir aunque buena parte de la salud se haya ido en ello.

De las lecciones que te dan estas experiencias la primera es obvia: como periodista al filo de la navaja he sido uno de los grandes y pocos afortunados que pudieron  seguir trabajando ‘en lo mío’ después de ser despedido. Tengo muy presente a tanta y tanta gente con la que estudié y que se vio obligada a ir por otros caminos inesperados; o personas a las que conocí en el ejercicio de esta profesión y que, como si de una prueba de supervivencia se tratara, también se quedaron en el intento. Hay un poco en mi de todas ellas, ciertamente, para que en estos momentos y pese a todo, me sienta extraordinariamente afortunado y tenga claro que la suerte hay que trabajarla mucho. Humildad. La rueda no para y siempre, siempre, siempre, se lleva a alguien por delante. A veces es cuestión de suerte, sin duda, pero si se da el caso mejor mantener la conciencia tranquila.

*  *   *   *   *

Vamos acabando. Pero déjenme que les cuente que el final de este post no responde a lo que tenía pensado al empezarlo. Como otras veces que escribo en varios momentos, la cosa cambia, evoluciona y muta hacia algo diferente, sobre todo en estilo y forma. Siempre hay una coma que cambiar de sitio, una errata que se resiste a dejarme las vergüenzas al aire o una palabra que cede su sitio a otra más precisa. Pero en este text(azo) hay algo más que una revisión constante del estilo, una doble ventaja de haber tenido paciencia. Una, que espero una ‘literatura’ más elaborada que compense lo mal redactor que soy; la otra, el inesperado final de una narración que empezó con una frase contundente pero que, aunque he decidido mantenerla como recordatorio, jamás llegó a producirse.

Sí es verdad que dejé de acudir a ese medio mínimo y familiar que les he dibujado con trazos gruesos pero, sin solución de continuidad, he dado un esperanzador paso hacia la Primera División nuevamente, a esa categoría donde rara vez se sabe el frío que de verdad hace fuera y donde suelen atar los perros con longanizas… al menos esta vez ya voy preparado. Soy más y mejor que entonces, más y mejor que ayer, y  con muchas más ganas aún se seguir progresando como persona, como profesional y como pato-fotógrafo-jugón-viajero. Viviendo, lo que se dice.

Se avecinan nuevas aventuras. Bien.

Por cierto. No tiene nada que ver con el tema pero me he enamorado…

Un comentario en “La tostada (con final feliz)

  1. “Soy más y mejor que entonces, más y mejor que ayer, y con muchas más ganas aún se seguir progresando como persona, como profesional y como pato-fotógrafo-jugón-viajero. Viviendo, lo que se dice.”
    Muy buen dicho!

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