‘Bestias de la arena’ en la ciudad sin playa

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Espacio Fundación Telefónica ofrece, hasta el 17 de enero, la muestra ‘Theo Jansen. Asombrosas criaturas‘, una selección de 13 piezas del particular bestiario creado por el artista holandés. Este ‘zoo’ particular se abre por primera vez en Madrid  después de cosechar un notable éxito internacional. En una semana en la que un inaudito descubrimiento astronómico ponía en primera línea la posibilidad de haber encontrado vida extraterrestre, uno no puede dejar de imaginar qué sentiría un alienígena que decidiera visitar nuestro planeta y, por avatares cósmicos, tomara tierra en una playa holandesa cualquiera. No sería recibido, ciertamente, por bañistas ni domingueros -hablamos de Holanda y del frío mar del Norte, recuerden- pero, a cambio, podría toparse con unos terrícolas muy, muy, peculiares: los ‘strandbeest’ (‘bestias de playa’), los protagonistas de la exposición.

El qué son estos ingenios es algo complicado de precisar. Para empezar, y exagerando los términos, se puede decir que son unas criaturas cuyo hacedor es el holandés Theo Jansen (Scheveningen, 1948). Formadas por una suerte de esqueleto articulado de tubos de plástico, botellas y lonas, forman un bestiario que traza un árbol evolutivo propio que día a día, año a año, avanza como si de una especie real se tratara.

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Y es que estas estructuras, a medio camino entre lo artístico y lo puramente mecánico están concebidas como algo vivo: pensadas, diseñadas y puestas en la tierra por Jansen (en sentido literal y figurado, a modo de dios) para caminar y sobrevivir por si mismas.

Visto de cerca, el autor, físico de formación, es un holandés tipo y típico: alto, ojos claros, un pelo canoso que uno adivina rubio en sus tiempos mozos y un dominio excelente del inglés. Y eso es algo que descubrimos con esfuerzo, porque bien pronto se muestra reticente a hablar. Pero la vergüenza, si es eso, deja paso inmediatamente al entusiasmo que se adueña de su voz, aún no quebrada por las miles de repeticiones que uno le supone acerca de la génesis (que todo en este tema tiene tintes bíblicos) de sus creaciones.

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Cuenta cómo, en el principio, la idea nace a partir de una hipotética inundación de las playas próximas a su localidad natal, fruto del cambio climático. No va a dar con la solución orgánica que pudiera detener el desastre pero, a cambio, prende en su mente y en su imaginación la posibilidad de bestias que ‘patrullen’ esos mismos escenarios. Era 1990, y comenzaba entonces a escribir la historia de su animalario. En 2007, un anuncio de BMW le catapultó a la fama internacional y le condujo al terreno de las exageraciones y la desmesura; no es extraño encontrar en sus biografías las recurrentes referencias a Jansen como el ‘Leonardo da Vinci‘ de nuestra época.

Es una hipérbole, ciertamente, aunque es de reconocer el admirable universo propio que estos años ha ido construyendo alrededor de sus criaturas. De hecho, y ya que es la primera vez que estas llegan a Madrid después de recorrer medio mundo, no hay que dejar de contemplar el panel en el que se dibuja el arbol evolutivo a lo largo de los distintos períodos creativos de su autor. Los nombres en latín equiparan a estos artefactos a los animales de carne y hueso y, de alguna manera, los registra en la historia como iguales a aquellos.

Pero lo que se cuente es poco ante lo que supone ver y tener delante estos artilugios para ser consciente de la magnitud de la obra. Es el tamaño pero también la compleja fragilidad que transmite el cara a cara con estos seres. Y, sin embargo, se mueven. Y el movimiento, que también puede contemplarse en diferentes pases a lo largo del día en la exhibición, es algo difícil de olvidar. Hipnótico, rítmico… ni lento ni rápido, simplemente fluyendo de forma natural, al ritmo que debiera ser del viento playero pero que en el entorno cerrado se suple con aire comprimido. Son cuerpos vivos que, como si de verdad tuvieran sangre, también tienen una fecha de caducidad escrita de antemano en lo que bien pudiera decirse su destino.

No puede entenderse la vida sin la oscura otra cara de la moneda, la muerte. La quietud definitiva para ellos es pasar a ser lo que el artista denomina «fósil». Pero es una extinción no del todo inútil, porque todo avance en su diseño sirve para versiones posteriores y evolucionadas de su misma familia. Puro darwinismo ante el que un hipotético viajero del espacio no tendría más que admirarse.

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Original de este artículo publicado, bajo pseudónimo, en ARNdigital en octubre de 2015.

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