Esta es una entrada peculiar, escrita en dos o tres momentos a lo largo del tiempo. ¿Qué más da, si tenemos la eternidad? Lo primero es precisamente lo último, que corresponde a las sensaciones que me dejó el final de ‘Galáctica: Estrella de combate‘ después de un ávido visionado de sus cuatro temporadas (y complementos). Como imagino que un spoiler no prescribe nunca, si tienen interés en darle una oportunidad a esta epopeya espacial y aún no saben de qué va, ya les aviso de que si siguen leyendo igual les chafo algunas de las sorpresas. A estas alturas de escritura no sé qué saldrá en este epílogo que, como les decía, tiene la peculiaridad de ir en cabeza del texto.
El caso es que para encarar ‘Battlestar Galactica‘ no voy a caer en la tentación de hablar de las bondades de una serie que, entre otras cosas, ya tiene unos cuantos años a sus espaldas. Es simplemente mi testimonio, en algunas de las miles de ‘pastillas’ posibles, poco más que un simple testigo que indica: «He visto la serie».
Para el que pese a todo no sepa muy bien de qué va la cosa, una aproximación vendría a ser algo así: se trata de una producción que resucita la serie del mismo nombre de los años 70, en la que se narran las aventuras y desventuras de una humanidad que se ve obligada a vagar por el Universo en busca de un lugar seguro donde seguir su existencia. La amenaza son los Cylon, robots creados por el hombre que evolucionan tanto como para adquirir conciencia de sí mismos y rebelarse contra sus creadores. Aunque a veces hay que darles la razón en que el Universo sería incontestablemente mejor sin humanos, la serie parte de la premisa de un ataque sorpresa y definitivo que llega décadas después de un teórico armisticio entre ambas partes. Únicamente sobreviven unos pocos miles de personas que se encomiendan a la defensa de una nave de combate que, en el momento del ataque, era poco más que una vetusta pieza de museo. Sin embargo, la Estrella de Combate Galáctica asume la tutela de la flota y el liderazgo en la lucha por la supervivencia y la búsqueda de la esperanza.
La serie, emitida en cuatro temporadas, recupera una franquicia histórica con una legión de fans pero, a diferencia de otras sagas espaciales, lo hace -lo hizo- sin un presupuesto mayúsculo. Y aunque pueda parecer un problema, es justamente en ello donde encuentra su mayor virtud. No hay efectos especiales irreales ni batallas en las que lo visual cautive. Ni siquiera la imagen es lo que se dice de ‘ultra alta definición’. Sin embargo, sabe hacerse fuerte a la hora de asumir su modestia en los tiros de cámara, que bien parecen de un documental y, sobre todo y por encima de todo, en colocar toda la fortaleza de la trama en los diálogos, la historia, la mitología propia y en definitiva, en una carga de profundidad que baña cada fotograma, desde el primero al último. Por supuesto, también en el juego psicológico de que, con unos modelos cylon aún por descubrir en un misterio que algunos de ellos tampoco conocen -e incluso renegarán-. Esta psicosis de identidad es clave en el devenir de la historia y aporta una asfixiante angustia. Porque si algo es Galáctica, es intensa, muy intensa. Si recuerdan el sentido, la forma y el contenido del discurso de aquel replicante de ‘Blade Runner‘, ‘Galactica‘ pretende transmitir el mismo sentimiento de trascendencia. ¿Lo consigue? Me encantaría escuchar opiniones.
La mía es que sí. Les cuento. Me surgió la idea de escribir este post en el arranque de la segunda temporada. Creo que es un momento intenso e inspirador en el que el ritmo de sucesos abarca desde la acción pura y dura hasta lo religioso, pasando por las tramas políticas o los conflictos personales, siempre presentes. Los dilemas éticos planteados por los cylon ‘humanos’ son, paradójicamente, los instantes en los que un hombre debe plantearse qué es realmente lo que le caracteriza y en definitiva, quién es más persona, si el nacido como tal o el fabricado con tecnología.
Aunque vista con perspectiva la segunda temporada queda a años luz (literalmente) del final, creo que es la más sólida de las cuatro campañas. Con la mezcla justa de acción, filosofía y religión, el equilibrio entre unas cosas y otras permite el lucimiento los mejores personajes. Y estas píldoras que vienen a continuación son solo algunos ejempos.

El primer momento que destaco tiene que ver con esto. Ocurre en el capítulo 2×02, de título ‘Valle de oscuridad‘. En él, vemos a Starbuck en su casa de Cáprica, donde se toma un respiro en su búsqueda de la flecha de Apolo. Está aplastada en su sofá, con su cazadora de cuero puesta, un puro recién encendido y la música sonando en un viejo aparato a pilas. Ella cierra los ojos mientras Helo pasa de una actitud defensiva a compartir esa relajación poco a poco en otro de los sillones del iluminadísimo salón de Trace. Son momentos de vida, acaso los últimos retazos una comodidad perdida, que contrastan no ya únicamente con la situación en ese mismo planeta sino con la tensión límite que Galactica vive precisamente mientras se desarrolla esa escena. Me llamó la atención el contraste, como si de repente presenciáramos una serie costumbrista. Para los personajes ese atisbo de normalidad supone una reminescencia de lo que son: personas de carne y hueso y no las máquinas de guerra (añadan esta paradoja a la ecuación) que la situación les obliga a ser. Irónico: los cylon son robots que buscan humanidad y los hombres se tornan en máquinas. Esta escena parece colocar todo en su sitio por unos minutos por primera vez en la serie, aunque Starbuck, tan bruta como siempre (aunque tiene momentos bastante peores) acaba quebrando el encanto: «Yo peleo porque no sé hacer otra cosa», dice.

El 2×06 pone en una situación límite al Comandante Adama. Recién salido de su convalecencia, aún está retomando el control de la nave y midiendo las consecuencias de los sucesos acaecidos durante su ausencia. El más urgente es la división de la flota. La presidenta Roslin y su hijo Lee lideran la escisión y aunque la imagen ofrecida por el ‘Viejo‘ es de fortaleza frente al motín, de puertas para adentro es puro sentimiento. En este capítulo le vemos especialmente tenso. Irascible y en cierto punto, muy perdido, como queda claro cuando ‘visita’ el cadáver de Shannon. Pero la foto que elijo de ‘Hogar I‘ ocurre en su camarote, donde mientras trabaja en la maqueta de un barco (lo que sufrirá ese navío tiene para otro post), dedica a ‘Dee‘ unas palabras que retratan su sentir. Que no engañe su mesura al entonar ni su siempre buscado temple. Habla de rabia aunque en la mente de todos está su vástago. Por lo práctico, ya que no tiene al mejor líder en su ejército y por lo sentimental, que resulta obvio al pensar en la traición. Así, precisamente, inicia una alocución que suena a canción desesperada: «Es interesante que la traición ejerza un dominio tan fuerte sobre la mente. Es como una pitón: te extrae todos los pensamientos; sofoca todas las emociones hasta que todo ha muerto ya excepto la furia. No me refiero a la ira; me refiero a la furia. Puedo sentirla aquí dentro, como si fuera a estallar. Me dan ganas de gritar en estos mismos instantes». Eso. Yo entiendo estas palabras como un grito.
Más Adama, un personaje que no luce tanto físicamente como los actores más jóvenes y activos (y guapos, claro) pero que tiene más carisma que todos juntos. El momento, en este caso, ocurre en el 2×10, cuando la llegada de la Almirante Cain le supone perder el mando de la flota en virtud de la jerarquía militar. Un golpe que asume con profesionalidad aunque con reservas. No ayuda que la presidenta, en lo que me parece uno de sus movimientos estratégicos más enérgicos y obvios, le convenza de que esa mujer traerá problemas. Adama ve, escucha y calla. Todos sabemos que por dentro hierve pero su rictus es siempre impertérrito: ni un mal gesto, ni una vacilación en su tono, ni un tic que muestre su jugada. Que, como se demuestra en ese arco argumental de tres episodios, lo tiene. Un viejo zorro interpretado por un actorazo.
En ese mismo tramo, en plena ebullición del conflicto interno entre la flota, destaco la escena en la que ambos líderes explican sus planes a los lugartenientes. Una trama en paralelo que tiene una agilidad vertiginosa, un diálogo bélico en la distancia que muestra la claridad -y la rectitud- de ideas de ambos. Son solo algunos ejemplos pero casi en cada capítulo hay motivos para ver una segunda lectura del episodio, a otro nivel, más político, absolutamente humano.
Dejamos la temporada dos, y avanzamos. Va un poco desordenado y al tuntún. Perdónenme, que es verano:

La temporada tres, según la recuerdo, bastante floja en comparación con el resto. Y no por la acción, que sigue mostrando el camino de desgaste de la flota hacia la Tierra al tiempo que siguen defendiéndose del enemigo. Pero la casi continua -y a veces parece que forzadísima- trama sentimental que se mete resulta muy pesada. Tonteo continuo de Kara y Lee, bodas de ambos, separaciones, ahora te quiero ahora no te hablo… pe-ña-zo, no le pega nada a la serie tal como está planteado. Más cuando, ya más adelante, Dee desaparece de la escena y Starbuck de repente se convierte en una dedicada esposa de repente. La historia de Adama y Roslin les da sopa con ondas (electromagnéticas) al resto.
Sobre el final, una temporada después. De alguna manera, lo acepto con resignación, en el mejor sentido de la palabra. Es lo que hay. Ha pasado tiempo desde que se emitiera (ocurrió en 2009) pero ni entonces, ni mucho menos ahora, su último capítulo provocó la expectación o los comentarios de series más mayoritarias: a bote pronto, ‘Los Soprano‘ o ‘Breaking Bad‘ fueron auténticos acontecimientos de masas aunque eso sí, ninguna como la que se armó con ‘Lost‘, que aquello sí que fue sonado.

En uno de los últimos capítulos, una copia del modelo 8 (modelo Boomer) muere ante los ojos del almirante y sus últimas palabras son «Demasiada confusión». Es un preciso resumen de la situación que se percibe dentro y fuera de la pantalla, en un momento en el que las identidades se han diluido en un todo que afecta incluso a la vieja nave, reparada con ese mejunje cylon que se funde con el metal original y dirigida por Sean, uno de los ‘Cinco’ que acaba casado con Starbuck y ‘conduciendo’ la nave desde su ‘jacuzzi’ robótico, convertido en un híbrido cuasivegetal y místico. Pero más que a lo físico, las palabras de la moribunda se extienden a un final ambiguo. Por una parte, hay una batalla espectacular pero, como se ha dado en señalar desde muchas crónicas, excesivamente ‘buenista’ con los protagonistas. Una vez más, los héroes salen indemnes del infierno de la destrucción de la ciudadela de los robots, adonde van para rescatar a una niña cuya importancia parece más simbólica que efectiva: por mucho que sea una mestiza entre las dos razas, al final los restos de la flota pueblan la nueva Tierra y se aparean (esto ya lo apuntó Baltar) con los humanos nativos, con lo que no parece que al final Hera sea verdaderamente trascendental ni un motivo para provocar un apocalipsis.
El caso es que la batalla tiene cosas raras y que se llevan mal con el espíritu de la serie. Por un lado el ataque con unos misiles lanzados por el brazo inerte del cadáver de una piloto del raptor que se mueve tras chocar con un asteroide. Después sigo sin ver del todo clara la manera de huir de los militares después de que Galáctica esté hecha añicos. Y además no es que queramos que mueran pero meterse en el centro neurálgico enemigo y que el único parte de batalla sea un disparo en la pierna de uno parece un bagaje excesivamente optimista: solo ‘palman’ extras. Demasiado buenista y carente de épica esto. ¡Queremos sangre y sacrificios!
Pese a todo, esta parte final de acción engancha porque es adrenalítica y emocionante. Pero la balanza en el epílogo se decanta definitivamente hacia lo sentimental y lo filosófico, como no podía ser de otra manera. Por una parte queda lo evidente: los centuriones cylon que han ayudado a la flota obtienen su libertad y, por ende, la posibilidad de abrir su propio camino, lo que motiva el primer debate: ¿nos arriesgamos a que un día vuelvan a vengarse o cumplimos y les dejamos libres?

Por su parte, los ‘colonos’, junto a los modelos humanos de los robots, alcanzan un planeta rebautizado como ‘Tierra‘, ya que el original que visitaron unos capítulos atrás era inhabitable, lleno de ruinas y radiación: un bajón para todos, vaya. En el nuevo, según comprueban, la mayor muestra de tecnología que usan los seres homínidos que encuentran son lanzas para cazar, con lo que les surge un nuevo dilema: darse a conocer con todos sus avances tecnológicos o integrarse sin más entre las tribus que habitan este nuevo mundo. Lee Adama, toda vez que su padre ya está pensando en su retiro dorado con la presidenta Roslin y pasa de todo ya, decide que lo mejor es empezar de cero. Pero del cero absoluto. Ni una voz en contra, ni siquiera la de Baltar, que deja caer que se dedicará a la agricultura. ¿¡Cómo!?
Luego está (o no) Starbuck. Que si muere, que luego resucita y aparece y que, finalmente, en un truco simplón, vuelve a esfumarse cual ángel divino mientras Apollo está soltando un discurso. Ángeles. En una de sus emisiones piratas a la flota, Gaius Baltar hablaba de ángeles y por ahí puede que haya que entender el concurso en los instantes finales de Kara Thrace. Tal vez se vio muy pronto que era un personaje excesivamente candidato a ser cylon y los guionistas le dieron un giro a su destino, ya que cumplir el mismo precisamente es lo que parece que está en la genética de todos. Pero en cuanto a Starbuck se explica poco o nada acerca de su identidad real. Es un misterio que quedará abierto por siempre y ciertamente, la ‘tercera vía’, la divina, a medio camino entre personas y máquinas es un tanto facilona, alimentado el misterio por la mística de esa profecía que la señala como el ‘Heraldo de la muerte’.

Tampoco se resuelve el asunto del cylon número 7, que responde al nombre de Daniel, y que fue almacenado en su momento. Su existencia queda desvelada tras revelarlo Sean en una de sus peroratas sin sentido desde su ‘bañera’. Hay teorías para todos los gustos referidas a este desconocido del que se sabe bastante poco. La más presente le señala como el padre de Starbuck, el mismo que le enseña la melodía que acabará siendo la llave de casi todas las puertas, la misma que le dibuja Hera en otro momento, cuando la niña se convierte en algo así como una ouija del espacio. La misma clase de mística que llegaría después con los números de ‘Lost‘. Personalmente quiero pensar que este Daniel es el mismo que regía el destino del universo en la saga Fundación bajo el nombre de R. Daneel Olivaw. Es forzar las cosas pero sería un guiño maravilloso. No me hagan mucho caso.
Sea como sea, 150.000 años después de todos estos acontecimientos llegamos al presente. En la Nueva York actual es donde se cierra ‘Galáctica: Estrella de Combate‘. Baltar y Cáprica 6 andan por la ciudad y hallan en un quiosco una revista en la que se habla de la ‘Eva mitocondrial’ que, por supuesto, es la niña Hera. Ambos lo comentan y siguen caminando mientras se preguntan si, ahora que la (nueva) humanidad está en marcha, se repetirá la historia que ellos vivieron. Y surge la pregunta, claro: ¿qué son ellos? ¿Cylon, ángeles…?

Por personajes. Aplauso absoluto para el almirante Adama. El militar encarnado por Edward James Olmos solo falla en una cosa: se nota a la legua las lentillas de colores que tiñen de azul su iris. Al margen de eso es alguien que se come con patatas al resto que comparte escena con él. Maravillosa actuación de principio a fin y sólido, muy sólido su guión. Aunque es lógico que caiga mal, a Gaius Baltar (interpretado por el británico James Callis) también le pondría en el podio. Su papel de gusano oportunista y egocéntrico, rallano en el demente, también es uno de los más destacados por su continua ambigüedad, aunque ese final que anuncia como granjero no parece más que un broche simplista a su concurso. Vamos, que como sucedía cuando era icono religioso, no se lo cree nadie.
Los cylon. Muy bien Cavil, malo malísimo, un ‘tipo’ frío, calculador, sádico y cruel. Me gustó Lioben, cuya personalidad se asemeja, aunque sea de lejos, al replicante del famoso discurso de Blade Runner, pasando de soldado sin sentimientos a filósofo bondadoso que da como resultado lo que daríamos en llamar ‘un tío majete’; hasta físicamente se dan un aire.
Número 6. ¿Qué decir de Número 6? ¿Más ángel que cylon? Tricia Helfer, se llama en la vida real. Porque existe de verdad, dicen.
Y no sabía muy bien dónde meter lo de la música. Muy en la línea de gran aventura, la banda sonora es otro punto a favor y creo que toca techo en el episodio 3×20, el que cierra la tercera temporada. Es el momento en el que cuatro de los ‘Cinco Últimos’ descubren su condición tras ser guiados/activados con una melodía que resuena en sus cabezas. Ese capítulo me parece uno de los mejores de la serie porque mientras estos cuatro van a su bola ajenos a todo, el caos enmarca la escena en uno de los episodios en los que la lucha es más cruenta. Te deja sin aire.
En realidad toda ‘Galáctica. Estrella de combate‘ te deja sin aire. Puede pecar de lenta muchas veces, de oscura, de claustrofóbica… pero una vez que se asume tales cosas como señas de identidad, nos hallamos ante una obra maestra de la ciencia ¿ficción? en la que el gran éxito puede no ser tanto el destino final como el mismo camino, que al fin y al cabo es el que nos hace. Y eso es igual para todos, sea en el espacio, en su ciudad, sea ahora, miles de años en el futuro o miles de años atrás… lo único claro es que, si no la ha visto, ¡hágalo ahora!

Y si no, juegue. La querencia de este blog por los juegos de mesa aumentó aún más si cabe tras una partida al dedicado a la serie. Aun en su versión básica -cuenta con tres expansiones- la aventura resulta inmersiva y más que emocionante. Basado en la mecánica de las identidades ocultas, el mismo guión de la historia ponía en bandeja su conversión a juego, y lo cierto es que a poco que los participantes se impliquen la diversión está asegurada.
En principio pueden jugar tres personas pero, sin duda, es más emocionante cuanto más se roza el límite de concursantes. El objetivo de los humanos es alcanzar la Tierra, mientras que el de los cylon es impedirlo. Al principio, todos reciben una carta de identidad oculta en el que solo los robots tendrán claro qué son desde ese momento y qué deben hacer para ganar. Los humanos no deben confiarse porque a mitad de partida se vuelve a dar una segunda identidad y entonces enterarse, como sucede en la serie con algunos, de que no son lo que creían. La manera en la que las ‘tostadoras’ van saboteando el viaje de la flota debe ser lo más sutil posible desde el rol de cada uno, aunque revelarse en ciertos momentos suponga un golpe de efecto que puede decantar la partida… perdón, la guerra…
Estoy erradando al interpretar que la flota llega a una tierra no poblada todavia? Ellos se separan dando origen a las etnias (asiaticos, caucasicos, africanos)?
Más o menos, según entendí. Llegan a una Tierra en la que ya hay homínidos (hace 150mil años) con lo que, más que ellos solos, lo que dan a entender es que se mezclan con los que ya había y, desde ahí, hasta hoy.
¡Qué envidia me dan aquellos que ven esta serie por primera vez! A mi me parece tan buena, que los detalles que no cierran se me pasan por alto.
La historia entre Lee y Kara no se me hizo tan chicle, pero supongo que es cuestión de gustos, porque a mi chico tampoco le moló nada.
Ciencia ficción, filosofía y religión: ¡es que se me hace agua la boca!
No es por el chicle en sí, sino por el tonteo. Sufrí un montón viendo a Dee toreada, la pobre… por ejemplo, la historia del padre con la presidente me parece admirable. Soy un chapado a la antigua 😛
Muchas gracias por el comentario, por cierto! 🙂
Es verdad que para romance, mejor quedarse con Adama y Roslin. Lo demás son tonterías! Saludos!