Me pedía un amigo que le contara sin desvelar mucho qué me había parecido el final de Arrow. Y, por resumirlo mucho, lo que más me llamaba la atención era ese uso abusivo de la magia y de la casualidad como una manera de decantar los acontecimientos. Eso en Arrow, un héroe ‘físico’ y ‘real’ -tanto como puede serlo-, es algo que a mi modo de ver le venía bastante mal a la serie. En ‘The Flash‘, donde el toque de fantasía de los superpoderes es una premisa, es otra cosa. Y menos mal, porque precisamente las casualidades se colocan en la primera línea de ataque de los acontecimientos.
Cuidado: spoilers. Si no ha visto los episodios, deje de leer al punto. Me fastidia porque me lo he currado pero así no les chafo la sorpresa. ¡Vuelvan después, eso sí, a ver si están de acuerdo!
La primera temporada del guerrero escarlata acaba de forma grandiosa, en sentido literal. Es una traca final que se divide en tres actos. El primero sucede al cierre del penúltimo episodio, en el que se vive una frenética lucha entre el héroe y su némesis. No sorprende que se dé el enfrentamiento, que al fin y al cabo todo apuntaba a ello, sino que se produjera tan pronto, aun con un capítulo por delante. ¿Qué se dejarían para después?
Lo cierto es que tras el clímax vivido ahí, el último capítulo se hace lento, sumergidos los telespectadores en el mismo océano de dudas que atormentan al protagonista. Es inevitable que en todo este proceso uno mire el reloj con creciente ansiedad a medida que pasan los minutos y el héroe está que si sí, que si no, buscando opiniones y casi casi cocinando una encuesta sobre algo que, obviamente, va a acabar haciendo. Pero va a tener que ser rápido, cómo no, que hay un cierto temor a que no dé tiempo. No lo entiendan mal: está bien llevada esta parte: hay sentimentalismo justo, hay filosofía -toda la que se puede tener en este ámbito- y, sobre todo está, más presente aún que en los 22 capítulos previos, un superhéroe tan humano que, por fin, suma a esa dosis de bondad intrínseca la rabia del que está y se siente herido en lo más profundo.
Barry viaja, vaya si lo hace. Superando todas sus capacidades, es capaz de regresar a aquella noche en la que ‘Flash Reverso‘ mató a su madre y cambió su vida. Pero una vez de vuelta en el escenario del crimen, Barry sí hace algo que no esperamos: nada. Decide ocultarse y no intervenir más que cuando lo evitable es otra vez inevitable. Solo se muestra para hacer lo que no hizo en su momento: despedirse de su madre. Pero esa inacción también traerá consecuencias. La primera es que Wells (o Thawne o como se llame), se enfada y se enfada mucho; cómo no, cuando te acaban de condenar a quedarte varios siglos fuera de tu tiempo… se enfada tanto, de hecho, que pone al protagonista al borde de la muerte…
Y es entonces cuando surge el héroe inesperado para sacrificarse por el grupo y para, de paso, no ver ni sufrir lo inevitable, que es ver cómo Iris acaba con Barry. Sí, en efecto, nuevamente esas casualidades son el detonante para que una bombilla se encienda en la cabeza de Eddie (aka Toni Kroos) y ate cabos: si soy antepasado de Wells, si yo no estoy, él no estará… lo que ya no sabemos si responde al deseo altruista de salvar la situación o al egoísmo del suicidio pero, fuera como fuere, el caso es que acaba por las bravas con el asunto, reduciéndolo, literalmente, a la nada. Fin del segundo acto.
El tercero queda inconcluso para un arranque de la próxima temporada que casi debería estar integrado en esta. El héroe contra los elementos, casi contra el Universo. Condenado a triunfar y con vía libre para conseguir a la chica, el futuro de The Flash se presenta bastante halagüeño. Al tiempo.