Corría el riesgo de convertirse en un culebrón pero lo que no veía venir es que Arrow se sumergiera (también) en el terreno de la fantasía. El último capítulo de la tercera temporada resultó tan ambivalente como buena parte de los episodios previos: por un lado la emoción y la intensidad que ofrece casi siempre Amell, tan identificado con el personaje que difícilmente puede ‘desencasillarse’ para ofrecer otros registros; por otro, el ‘circo’ montado en torno a las apariciones y desapariciones, los dobles juegos, la magia o los recursos milagrosos de último minuto. Ojo: algún SPOILER habrá. Pase bajo su responsabilidad. ¿Ya?¿Seguro? OK, vamos allá.

Oliver sigue bajo a tutela de Ra’s al Ghul para convertirse en su heredero, y listo para la que será la prueba de lealtad definitiva al Hijo del Demonio: inocular el virus a la ciudad entera. Ya sabíamos del capítulo precedente que la nueva personalidad de Queen era una farsa así que solo teníamos que esperar al momento en el que descubriera sus cartas. Y eso llega sorprendentemente pronto, antes incluso de la cabecera. Para ese momento ambos han tenido ya el primer enfrentamiento en la bodega de un avión. Mientras Ra’s huye, el héroe tendrá, a continuación, que aterrizar el aparato, con Nyssa de copiloto, que tampoco está mal la cosa, oigan.

Entretanto, en la fortaleza de Nanga Parbat, los amigos de Arrow permanecen en una mazmorra en la que fueron expuestos al virus mortal. Pero, cosas de la televisión y la magia, resulta que todos habían sido vacunados previamente mediante un apósito tópico fabricado por Merlin (?). Enrevesado. La fantasía llega a la hora de salir de la celda: aparece, ni más ni menos, que Flash para reducir a los guardianes y romper la puerta. Pero tan inestimable ayuda resulta que no puede quedarse porque tiene una conversación pendiente con su mentor (?). Cuestión de prioridades, en fin. A partir de ahí el capítulo viene a ser prácticamente uno más. Una carrera a contrarreloj para evitar que el veneno se expanda, la búsqueda del villano e infinidad de ‘micro-episodios’ sentimentaloides que hablan de amor, honor, paz, etc. Nuevamente, la ambivalencia y los bajones un tanto plomizos que protagonizan Thea–Roy, el cansino de Maseo y su mujer o Laurel y su padre a quien, por qué no decirlo, le deseo en capítulos venideros el mismo futuro que a la abuela de la familia Alcántara en ‘Cuéntame‘: una muerte dulce, por pesado. O Nyssa, sin ir más lejos: «yo tenía que hacer esto», «eso me correspondía a mí…», etc. ¡Deja de quejarte y poner morritos y hazlo, tía pesada! Solo interesa la ‘vuelta’ de Arrow y su relación con Felicity. Es algo trascendental para que el héroe logre, por fin, derrotar al poderoso villano de la serie y, de paso, salvarse él mismo de una muerte segura. Aunque esa última aparición milagrosa vuelve a rallar en lo ridículo. Antes se vive un combate final en un escenario -una presa- muy alejado del misticismo que transmiten los uniformes, las armas, los diálogos… todo muy oscuro pero Mortal Kombat también tuvo episodios en el metro y no por ello gustaron más que pelear entre cadáveres… Cosas. La primera, que visto como acaba el capítulo, ese paseo en el coche de los tortolitos, casi que pondría punto y final a la serie aquí. Pero no será así. Las cartas se han vuelto a repartir: Merlyn recibe como ‘pago’ a sus servicios la vara de mando de la Liga de los Asesinos al ser coronado nuevo Ra’s al Ghul; Oliver ‘empuja’ a Digg a seguir en la lucha y a ponerse traje o máscara; y Ray Palmer ha sufrido una explosión a centímetros de su cara lo que, previsiblemente, como le pasó a Barry Allen para ser The Flash, le dará poderes excepcionales que justifiquen más protagonismo por su parte o incluso una serie propia, como ya se ha venido comentando en algunos mentideros. Lo que parece difícil a estas alturas es recuperar ese Arrow que encandiló en las dos primeras temporadas. A ver qué se inventan.
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